El método Jochamowitz

El escritor Luis Jochamowitz es una voz central de la no ficción en el país. Ha contado la vida de dictadores y espías, pero también historias sobre crímenes del pasado que siempre ofrecen una revelación para el presente. Esta conversación con el periodista y editor Alonso Rabí Do Carmo, realizada en 2019 y mantenida inédita hasta hoy, aparecerá este año en una nueva edición de Animales literarios, una antología de entrevistas inéditas a distintos personajes de la literatura hispanoamericana.

OBRA. Luis Jochamowitz es autor de libros como Ciudadano Fujimori o Vladimiro: Vida y tiempo de un corruptor.

OBRA. Luis Jochamowitz es autor de libros como Ciudadano Fujimori o Vladimiro: Vida y tiempo de un corruptor.

Foto: Archivo Luis Jochamowitz.

La primera vez que conversé con Luis Jochamowitz fue en 1995, en circunstancias que recuerdo muy claramente. Jochamowitz ya había adquirido notoriedad por haber publicado El ciudadano Fujimori (1993), un revelador perfil biográfico del entonces presidente que daba luz sobre muchas oscuridades de su existencia y por los días de nuestro primer encuentro había salido de galeras El descuartizador del Hotel Comercio, un conjunto de crónicas que reconstruían crímenes célebres ocurridos en Lima en las primeras décadas del siglo XX. Este libro resulta significativo en la medida en que resume el método de trabajo que ha definido a Luis: investigar, leer, reescribir.

O si lo quiere más metafóricamente: hundir las narices en hemerotecas y archivos, fatigar antiguas páginas hasta encontrar una perla codiciada, intuida o ignorada y, finalmente, devolvernos una historia contada impecablemente, rescatando del pasado un asesinato o un descuartizamiento que, a pesar de su añejamiento invisible a los ojos del mero transeúnte, nos devuelve a una reflexión sobre el presente. 

“Es que siempre estamos en el presente, no hay otra manera”, me dice, mientras una mano levemente temblorosa sostiene una prensa francesa que va dejando sobre mi taza un buen chorro de café caliente, negro y de un amargor que mis papilas agradecen. 

Esta mañana, veintidós años después, estamos ya no en el mini departamento que ocupaba Jochamowitz en una casa de Surco, sino en una vivienda que mira al mar, en Chorrillos, su nuevo refugio urbano. Es una casa de aire solariego, de paredes rústicas. Al entrar a la sala reparo en un detalle que solo puede deberse a chispazos de una memoria fotográfica: en un golpe de vista identifico los muebles. Sí, son los mismos muebles de aquel tercer piso. Y probablemente ocuparé el mismo sillón en que me senté a conversar con él un día de 1995 (No haga caso del adverbio: es, sin ninguna duda, el mismo sillón).

Los temas son limitados, pero se abordan con familiaridad y humor. Hablar con Jochamowitz de periodismo y literatura es como reencontrarse con un amigo al que no ves por años sin advertir el paso del tiempo. Uno tiene la impresión de retomar una conversación interrumpida ayer. “Me incomoda un poco que me encasillen exclusivamente como periodista. Es injusto. Yo no soy de andar en salas de redacción ni de conversar con todo el mundo. Yo me siento mejor lejos de la gente. Me siento mejor en una hemeroteca, investigando. Soy más un escritor que un periodista, en realidad”. Remata la frase con cierto énfasis mientras apretuja un cigarrillo negro sin filtro que fuma sin apuro. 

Recuerdo muchas cosas de una primera conversación que tuvimos en 1995. Recuerdo que comenzamos hablando de tu primera comisión como periodista, una ronda de visitas a locales partidarios, era época de elecciones...
Fue la primera comisión en Caretas, para ser más exactos. Recuerdo eso. Unas visitas a lugares muy extraños, algunos un poco grotescos. Conseguí la lista de partidos hábiles para participar y de los que estaban por inscribirse para las elecciones de 1980. Fui a los partidos de nombres más llamativos. En una de esas visitas me atendieron en una funeraria, que era también local partidario y centro de campaña. Y así fui conociendo todo un universo lleno de folclor, por momentos muy decadente.

Una metáfora, quizá, de nuestra propia vida política…
[Risas] Todo indica que sí. Pero ten en cuenta que en los años ochenta todo eso estaba todavía muy larvado, pero de cualquier modo se veía venir. 

Estuve revisando algunas entrevistas recientes que has concedido y hay frases que me han recordado nuevamente nuestro primer encuentro. Una de ellas reza que prefieres relacionarte con archivos que con personas. Dices, además: “En una hemeroteca yo no tengo que inventar nada”. ¿Qué representa la hemeroteca, un universo personal, una burbuja en la que te sientes a gusto?
Bueno, no me siento del todo a gusto en una hemeroteca, también hay una parte de angustia. Salir de la hemeroteca es por lo general mucho más grato que entrar, porque sales con la sensación de haber pescado algo. Una vez hice un escándalo en la Biblioteca Nacional…

¿Por qué?
Porque no querían darme unos libros y me ponían muchas trabas para revisar algunas cosas. Siempre siento que las bibliotecarias y los bibliotecarios están conspirando contra mí, que están organizados en un complot para impedirme investigar y escribir (risas). La hemeroteca en realidad no es un universo pequeño, es, para usar una imagen borgeana, un universo infinito.

 

Luis Jochamowitz
INVESTIGADOR. Jochamowitz señala que no se siente necesariamente periodista, sino un autor que investiga en archivos y bibliotecas.
Foto: Archivo Luis Jochamowitz.

 

Infinito, a pesar de que no hemos sabido conservar muy bien las cosas…
Claro. De hecho, la única colección completa de un diario antiguo peruano es la de El Comercio. De los demás hay fragmentos, colecciones parciales, mutiladas, incompletas, irrecuperables. El Comercio es el único diario que puede consultarse desde el día de su fundación hasta hoy mismo que estamos conversando. Yo suelo consultarla en el Instituto Riva Agüero y es una colección enorme, infinita, llena de meandros donde hurgar. 

Borges otra vez.
Sí, hasta cierto punto sí. 

Esa inmensidad, esa posibilidad de infinitud es quizá la fuente de tu angustia…
Quiero creer que sí. La imagen borgeana de la biblioteca organizada en hexágonos infinitos es angustiante. Esa perfección rigurosa y eterna es algo muy inquietante, sin duda. Por otro lado, asoma otra imagen: la del muladar, en el sentido de que puedes caminar días de días sin encontrar nada interesante o curioso. De pronto lo encuentras y es un fenómeno muy raro. Debo ser uno de los pocos que ha hecho un oficio de la lectura sistemática de diarios viejos. 

¿Y dónde está la rareza, la extrañeza del fenómeno?
Esa pregunta es crucial. ¿El hallazgo está en el diario, en ese recorte perdido en un rincón, en esa noticia colocada en un lugar marginal o está en ti? Yo normalmente no tengo respuesta para esta pregunta porque mi método, si se puede llamar método, consiste en no buscar algo específico. Cuando he aprendido a leer periódicos viejos he descubierto que lo que tengo que hacer es no ir con ojos de investigador a buscar cosas concretas. Eso corresponde a los historiadores, que incluso tienen muchas veces una idea preconcebida de lo que podrían encontrar. En cambio, quien busca nada, como yo, puede encontrarse en situaciones muy reveladoras, como si se tratara de una epifanía, si quieres.

Una de las reglas, entonces, es el azar.
Por supuesto. Y más que eso, hay una correspondencia entre el papel y tú. ¿Qué encuentras, qué te sugiere o te dice eso que has encontrado? Vas tejiendo un mundo alrededor de esas cosas. Puede ocurrir que pases cientos de páginas sin que nada te despierte mayor curiosidad, pero siempre hay un dato esperando que tus ojos lleguen a él. Y el problema puedes ser tú mismo, pues ocurre que a veces tienes el gran dato ante ti y no lo viste o no lo advertiste. El hallazgo, cuando lo hay, tampoco te dice todo de una vez. En las siguientes horas uno va haciendo conexiones y así se establece la importancia de lo que has encontrado.

Cuando he aprendido a leer periódicos viejos he descubierto que lo que tengo que hacer es no ir con ojos de investigador a buscar cosas concretas.

 

¿Lo efímero de las noticias es en el fondo una falsedad?
Muchas noticias, aunque no lo parezca, están hechas para no relucir, para no mostrar su relieve completo. En la búsqueda, en la lectura de archivo es donde uno busca ese secreto. Puede tratarse de hechos banales, incluso, pero que pueden resignificar mucho en el presente. En las noticias hay siempre una capa de sentido que no es evidente, pero cuesta trabajo descubrirla y darle un lugar.

Es como un truco mental. Debajo de la superficie está la gracia.
Exacto. Hay un velo de apariencias y detrás de ese velo es que uno puede ver cosas realmente significativas o relevantes. Mi objetivo es descubrir esas cosas, esas historias que incluso pueden haber estado fuera de la intención del redactor, fuera de lo que quiso decir en ese momento. 

¿Y el deseo de reescribir notas como las que publicas en tu Archivo Expiatorio, en Caretas, tiene también una intencionalidad literaria?
Completamente. No hay ningún interés histórico de mi parte, salvo el respeto por los hechos, los nombres y las fechas. Ni siquiera interés periodístico [risas]. Claro, yo no deseo decir meramente qué ocurrió hace cincuenta, ochenta o noventa años. Yo en esa reconstrucción veo un trabajo de lenguaje, de dicción. Me atrevería a decir que trabajo casi en un subgénero [risas]. O un género. No sé.

Jochamowitz TRS
FIRMA. El escritor suele hacer pocas apariciones públicas. En la foto, durante una lectura y firma de libros.
Foto: Cortesía TRS.

 

¿Los textos de El descuartizador del Hotel Comercio responden a ese esquema?
No. Para ese entonces no había descubierto aún mi método. Los textos de ese libro sí los trabajé digamos que un poco más convencionalmente. Yo conocía previamente los casos y fui a buscar información para reconstruirlos algo más narrativamente, con un molde más cercano al de la crónica. Hoy he descubierto que los diarios viejos hay que leerlos un poco azarosamente, sin el interés de la actualidad. Ese es el secreto, porque las coyunturas son una cárcel. 

La pregunta sería ahora cómo lo descubriste.
Tengo cierta idea sobre eso. Lo descubrí hojeando un periódico cajamarquino. No sé por qué razón esa lectura me pareció fascinante. En realidad, sí. Era la historia de un oso que habían capturado en Cajamarca y lo habían enviado a Lima. Lo interesante es que esta historia fue serial, la historia del oso la fueron contando a lo largo de unas tres semanas, por entregas. Lo curioso es que el texto se convirtió en una serie de mensajes en clave, lleno de bromas que se cruzaban entre los propios redactores del diario mientras la apariencia dictaba otra cosa. Era un diario de comienzos de siglo. Esa idea de juego y complicidad me pareció maravillosa. Entonces ahí tienes el esquema: en apariencia una cosa, en el fondo otra.

Es entonces en Última noticia en donde pones en práctica tu descubrimiento…
Así es.

Un título que encierra una ironía.
Claro, aunque parte de una frase manida, de un lugar común. Yo utilizo “última” no en el sentido de importante, sino todo lo contrario: se trata literalmente de la noticia que ponen al final, la menos interesante en apariencia. Leyendo ese periodiquito cajamarquino tuve una sensación intransferible. La lectura me transportó a esa época. Es como cuando uno abre un libro que desea leer y siente que el libro ha estado esperándolo. Esa sensación tuve: que las hojas de ese viejo diario y la historia del oso estaban ahí para mí. Eso me aclaró lo que se puede hacer en una hemeroteca. Desde entonces, esa es la historia.

Jochamowitz TRS
PASADO. El libro Última Noticia recoge historias sorprendentes halladas por el escritor en periódicos antiguos.
Foto: TRS.

 

¿Te interesa buscar un nexo entre ese pasado y el presente? ¿Tu método te lleva a eso?
Siempre estamos en el presente y eso es un imponderable. Por supuesto creo que la historia es la mejor manera de entender el presente y, en lo personal, me parece mucho más entretenida que la sociología, la economía o la antropología. La historia es un poco madre de todo eso.

En más de un caso abarca todo eso.
Lo que pasa es que a los historiadores no les va a gustar esto, pero normalmente se restringen, ¿no? Por otro lado, yo comprendo que es muy difícil escribir una historia omnisciente y dudo de que un historiador sepa absolutamente todo sobre algo. Siempre hay lagunas, hay vacíos. Hay un libro de Carr, creo, Los exiliados románticos, que te da esa sensación de omnisciencia. Terminas la lectura y la sensación es esa, la de haber estado frente a un relato totalizador, donde el más mínimo detalle es sometido a un examen profundo, pero en relación con un tema concreto. Y el relato es tan vívido que te da la impresión de estar allí. Eso no ocurre con frecuencia, pero la literatura ha desarrollado mejores caminos para eso.

Quienes te leemos pensamos, bueno, así lo asumo, que en tus libros no hay un decantamiento decidido por la ficción, que tu escritura necesita siempre de un punto de apoyo referencial. ¿Te sientes cómodo con esta descripción que estoy haciendo de tu trabajo?
Ahora estoy trabajando en un libro de cuentos más ficcionales, más autónomos, pero tienes razón, yo la verdad me siento muy cómodo en esa duda, en esa frontera indecisa entre ficción y realidad. Investigación, quizá, es otra palabra que debo sumar a esa comodidad. Durante mucho tiempo yo sentí una división muy tajante entre periodismo y literatura, porque eso era cómodo, pero en los últimos años he cambiado de parecer. 

Siempre estamos en el presente y eso es un imponderable. Por supuesto creo que la historia es la mejor manera de entender el presente.

 

Lo que ha mostrado la práctica, sobre todo a partir de la consolidación del periodismo narrativo, es que hay un borramiento de fronteras. O en todo caso, una tendencia muy fuerte hacia eso.
Claro. Y la crónica vino un poco a solucionar eso, la crónica es flexible, tiene una dinámica más abierta y es un cajón enorme donde caben muchas cosas. Ahora, yo no sé si hago exactamente crónica. Todavía no he escrito una novela, pero te confieso que me encantaría hacerlo.

¿Escribes con horarios?
No, de ninguna manera. Yo soy muy permeable a la indisciplina [risas]. Y eso es una constante. 

Citas con frecuencia a Thomas De Quincey. Asumo que es un autor de cabecera.
Es verdad, es un autor que aprecio mucho, aunque claro, no he leído sus obras completas, que abarcan no sé qué cantidad de volúmenes. Y ahí tienes las traducciones de Luis Loayza, que son magníficas…

Un maestro del humor, De Quincey…
…Y un tipo muy raro, muy excéntrico, dueño de una lógica a veces un poco retorcida. A veces detrás de ese humor encuentras dramas terribles. Creo que era una persona muy atormentada. 

El tema del opio abona un poco más esa oscuridad…
Diría que sí. Confesiones de un inglés comedor de opio es su texto más autobiográfico. Y es un texto raro, porque en él abundaban más bien las situaciones imaginarias o temas históricos, como ocurre en Del asesinato considerado como una de las bellas artes.

Se puede tender una analogía entre De Quincey y tú…
[Risas] Bueno, De Quincey usaba mucho material de bibliotecas y archivos, pero claro, compararme con él es un exceso de amistad de parte tuya. Eso me lleva a hacer un comentario adicional a lo que hablamos antes sobre mi preferencia por los archivos en lugar de las personas. Esa decisión, esa preferencia, me saca del centro de la escena, de la acción real del periodismo, que es entrevistar gente, hablar con gente, pensar en la gente. Es un costo que he asumido y me parece justo. Me interesan más los papeles.

 

Jochamowitz TRS
LIBROS. La bibliografía de Jochamowitz es una apuesta preferencial por la no ficción. La idea de escribir una novela no le es ajena. 
Foto: Difusión

 

Pasaste unos años por la docencia. ¿Dirías que fue una buena experiencia, considerando lo que me acabas de decir?
Posteriormente sí, no en el momento. 

Recuerdo que nos encontrábamos en la Católica y, claro, no puedo decir que tu felicidad era desbordante. Tu estado normal era más bien de desencanto.
Lo que creo es que había mucha dificultad de mi parte por interactuar con grupos grandes, por ser más abierto, qué sé yo. Ahora, retrospectivamente resulta muy grato, porque conociste gente que con los años fue importante para ti. Es un poco extraño eso. Estás en un salón, y no sabes quiénes son; mucho menos quiénes van a ser. Pero con los años, ese estudiante que se sentaba en la esquina y parecía alguien solitario o no muy interesado termina haciendo algo relevante. Y eso es importante para mí. ¿Cómo se maneja o se aprecia eso? Siempre en un salón de veinte personas hay alguien que en el futuro te va a sorprender. Cuando eso ocurre, es muy significativo para mí. 

Uno de los libros tuyos más leídos es Ciudadano Fujimori, un libro nacido con ataduras coyunturales…
Pero orientado hacia el pasado…

Claro, entendiendo que es un pasado que cobra actualidad en el presente de la aparición del libro.
Un pasado urgente, digamos.

¿Qué sensación te ha dejado volver a ese libro veinticinco años después?
Encontré muchos vacíos en el libro. Por ejemplo, no se habla de Montesinos. Bueno, la primera edición es de 1992 y Montesinos todavía no tenía el lamentable rol estelar que tendría más adelante. Ahora, encontré que seguía siendo un libro legible, lo que me libró de una reescritura muy agresiva o de alimentar una obsesión por corregir, completar o reorganizar su contenido.  

¿Cuánto tiempo tomó la escritura de Ciudadano Fujimori?
Muy poco, en realidad. El libro fue producto de un relámpago y es que había la necesidad pública de tratar de establecer un relato que contuviera algunas respuestas a la pregunta de quién era Fujimori. Bajo esa urgencia, la escritura fue rápida. 

Me comentaste alguna vez que nunca te quiso recibir.
Tampoco lo busqué, la verdad. Bueno, sí, una vez le envié una carta a Palacio pidiéndole una entrevista personal, pero nunca hubo respuesta. O sí la hubo, pero no fue escrita sino a través de alguien, no lo recuerdo muy bien.

¿Tú lo hubieras indultado?
Hasta cierto punto, sí. Quizá apelando a otros procedimientos.

Muchos parecen percibir que el indulto en sí no ha sido el problema, sino la forma y el momento.
Eso es una discusión, en efecto. Yo, no sé con qué poder [risas] hubiera hecho un trabajo más introspectivo y analítico. Buscar, por ejemplo, una explicación articulada para los demás, cosa que nunca hubo. 

El pago de un favor político. Eso enturbió todo.
Por otro lado, puede llegar a ser una tara no superar las cosas. Solo en ese sentido quizá le hubiese dado yo el indulto, para poder ocuparme de problemas más urgentes. Pero estas palabras solo son aire ahora.

Durante mucho tiempo yo sentí una división muy tajante entre periodismo y literatura, porque eso era cómodo, pero en los últimos años he cambiado de parecer.

 

Fuiste públicamente biógrafo parcial de Fujimori; clandestinamente, fuiste biógrafo de Toledo. Hiciste de “escritor fantasma”.
Claro, es más, me declaré fantasma. Toledo me buscó hace muchísimos años, antes incluso de que se le ocurriera ser candidato. No tengo un solo ejemplar de ese libro, ¿me puedes creer? [Risas]. En realidad, Toledo quería que le escribiera el libro gratis, a cambio de algún favor futuro. Nunca me convenció, aunque como personaje no puedo ocultar que es interesante. Ahora veo claramente que hay varios Toledo. El de esta época a la que me refiero, era alguien muy inicial todavía, pero sospecho que ya estaban en él todos los rasgos que surgen después, quizá un poco dormidos. Debe haberse descompuesto mucho durante los años de poder. Bueno, eso ya está claro ahora. Y en cuanto a lo de escritor fantasma, pues, es algo que me gusta, una idea que tenía en alta consideración. Sin embargo, cuando aparecieron las coimas me sentí obligado a contar la historia y lo hice en un artículo.

Escribiste sobre Montesinos también. Te faltaría Abimael Guzmán . Supongo que sería un libro deseable.
Ya otros me han ganado la mano y se han avanzado algunas cosas. El libro de Umberto Jara, por ejemplo. Por muchos años fuimos analfabetos sobre Sendero y Guzmán. Aparte del libro de Gorriti no se escribió mucho más por casi una década. Quizá la crónica debió ser más proactiva en este asunto, los cronistas tardaron mucho tiempo en acercarse a este fenómeno. Yo mismo me incluyo en esa crítica, no tuve ese impulso. 

¿Hacia dónde va el periodismo? Noto una suerte de pasmo intelectual. Abres la web de un diario y ya Facebook y Youtube te dan el treinta por ciento del contenido. Hay una inclinación por lo banal que se ha normalizado. ¿Cómo ves esto?
Yo he revisado periódicos antiguos. Muchos, de muchas épocas, de distintas partes del país. En la década del veinte del siglo pasado, por ejemplo, encuentras ya un cambio en la hechura de los diarios. Comienzan a aparecer las noticias proveídas por agencias, la mayoría norteamericanas. Noticias de cine, de deportes, de variedades. Ya existían los cables, que fueron un boom con la Primera Guerra. Es una época en la que las fuentes de información se internacionalizan, aunque muchas veces solo se trataba de la duplicación de contenidos. Creo que ahora está ocurriendo algo semejante. Y puedes sentir que el mundo se ha ampliado, pero a la vez hay un sentimiento de pérdida de algo.  

No deja de llamarme la atención un hecho: Teniendo una tradición periodística tan amplia y rica, la ficción le ha rendido pocos honores. No hay una gran novela que retrate el periodismo peruano. Claro, todo el mundo cita Los últimos días de La Prensa, de Bayly, pero es un relato muy acotado en una época muy específica.
Alguna cosa de Sánchez, quizá. Y de pronto Conversación en La Catedral, de Vargas Llosa.

En el caso que citas de Vargas Llosa, La Crónica es sobre todo un punto escénico. La relevancia está puesta en ese diálogo revelador entre Zavalita y Ambrosio.
Es cierto. Creo que Sánchez en algunas novelitas, como Los señores o Los burgueses, al margen de que fueran fallidas, calan un poco en el ambiente periodístico de su época. Él mismo era redactor de Mundial. Una redacción muy interesante sin duda.

Basta pensar en los nombres de esa época: Valdelomar, Mariátegui, More, Elguera, Esquerre, Cabotín, en fin…
Sospecho que en esa época nadie quería ser periodista, deseaban más bien ser reconocidos como escritores, como poetas…

Es Valdelomar quien zanja el terreno: él es “escritor”, los otros son “reporteros”.
Una novela sobre Valdelomar sería interesante.

O sobre Chocano, que a su modo era periodista también.
Bueno, periodista de sí mismo [risas]. Y por favor, no me consideres tan periodista. En el fondo, no lo soy. Nunca me he sentido bien con ese título. Hay gente que sí lo merece, porque tiene unas cualidades, unas características de las que yo carezco por completo. 

Pero no negarás, en todo caso, que la escritura te ha hecho más grata la vida.
Desde luego que sí. Aunque no haya sido nunca un escritor serio. 


*    *    *

Permíteme lector este salto en el tiempo. Es noviembre de 2019 y estamos en el abarrotado patio de una casona colonial arequipeña, que alberga esa noche un cóctel del Hay Festival. Por azar o no, me encuentro allí con Jochamowitz y la conversación no demora en prender. Ya que estamos en Arequipa, hablamos un poco de la comida, otro de la conservación (ejemplar) del Centro Histórico y, finalmente, sumándose al corro Luis Rodríguez Pastor y Alberto Rincón Effio, del vals peruano y de algunos personajes de la música, mal o bien llamada, criolla. Jochamowitz está más jovial que de costumbre, contribución indudable del buen vino que circula por el patio y despliega una erudición insospechada en el tema. Con humor y a veces con elegante sarcasmo, desgajando anécdotas y comentarios que lo hacen desear a uno que la charla no termine. Pero tiene que terminar. Las luces parpadean y esa es la señal. Luego, ya en Lima, pensé muchas veces en retomar esta conversación. Fue difícil hacerlo, entre los apuros de fin de año y el inicio del verano y después con la llegada de la pandemia. Solo espero que Jochamowitz lea esta entrevista con indulgencia, en caso que el deleite fuera una aspiración excesiva. 


 

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