LARGO CAMINO. Tras el golpe de la pandemia, la crisis alimentaria provoca necesidad en las ollas comunes y la aparición de nuevas de estas iniciativas.

El hambre y la crisis alimentaria de los peruanos más vulnerables

El hambre y la crisis alimentaria de los peruanos más vulnerables

LARGO CAMINO. Tras el golpe de la pandemia, la crisis alimentaria provoca necesidad en las ollas comunes y la aparición de nuevas de estas iniciativas.

Fotos: Marco Garro / OjoPúblico

Desde que empezó la pandemia, las ollas comunes han sido claves para resistir el hambre en las zonas más vulnerables. Actualmente, de acuerdo al Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social, existen más de 4.000 en 14 regiones del Perú. Lima concentra más del 70%. OjoPúblico recorrió ollas comunes de los distritos de Villa María del Triunfo, Villa El Salvador y Pachacámac, y comprobó el impacto que está teniendo la inflación y la crisis alimentaria en estas iniciativas: subida de precios de sus menús, menos comida a la semana, platos que no alcanzan los requerimientos nutricionales, cierre e inauguración de locales. Además, el 9 de junio vence el plazo para la aprobación del reglamento de la ley que reconoce su sostenibilidad y financiamiento.

5 Junio, 2022

Una moneda de dos soles cae del monedero de Sara Cervantes Cori, que está parada en la puerta de la olla común Vista Florida, en lo alto de los cerros de Manchay, en el distrito limeño de Pachacámac. Alrededor, sus compañeras se alborotan: 

―¡Eso es buena suerte, Sara! ―ríe una de las más jóvenes.

―¿Ah sí? ―responde la presidenta de Vista Florida, una mujer de 66 años, madre de seis hijos, abuela de dos niños― Entonces ojalá, Diosito, ¡mándanos más plata! ―pide mirando al cielo. 

Aunque es una broma, Sara Cervantes Cori hace un pedido sincero. Ella y sus amigas de la olla común necesitan más dinero para seguir cocinando para más de 40 vecinos. Desde que Vista Florida comenzó a funcionar, alrededor de junio de 2020, el precio de sus menús ha ido subiendo poco a poco: un sol, un sol cincuenta, dos soles. Como no reciben ninguna ayuda o financiamiento del Gobierno, solo cobrando más caro a sus comensales han logrado resistir el alza de los costos en los alimentos. 

Cervantes Cori dice que en reuniones vecinales han planteado aumentar cincuenta céntimos más el precio de las porciones. Pero los hombres y mujeres del barrio se resisten. 

―Tampoco van a querer que les sirvamos más poquito ―pronostica la presidenta.

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COMPARTIR. En la olla común Efraín Inti, en Pachacámac, los comensales se reúnen alrededor de dos mesas a la hora del almuerzo. 

 

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AL DÍA. Muchas ollas comunes suelen añadir papa a sus preparaciones, así aumentan el tamaño de las raciones.

 

Subir el precio de los menús o reducir el tamaño de las raciones es un dilema que, actualmente, enfrentan muchas ollas comunes. Desde el inicio de la emergencia sanitaria, estas cocinas colectivas han ayudado a paliar el hambre propiciada por el desempleo en los barrios más empobrecidos de las ciudades peruanas. Ahora, frente a la crisis alimentaria ―y aún sin políticas públicas efectivas que las respalden― las aproximadamente 4.118 ollas comunes en el ámbito nacional tienen un nuevo y arduo camino por delante.

La ley que reconoce la sostenibilidad y el financiamiento de estas iniciativas, promulgada en abril de 2022, todavía no cuenta con un reglamento aprobado. Es decir, las obligaciones y los derechos que manda esta norma aún no se hacen efectivos. El plazo para la reglamentación vence el 9 de junio. 

Por otro lado, Qali Warma ―el programa de alimentación escolar del Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social (Midis)―, que este año destinó S/54 millones a poblaciones vulnerables, entre ellas las ollas comunes, no consigue una repartición equitativa y a tiempo de las canastas de víveres. Así lo han denunciado distintas organizaciones, como la Red de Ollas Comunes de Lima Metropolitana. 

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ALTURA. Anselma Rodríguez, presidenta de la olla Señor de Quinuapata, en lo más alto de los cerros de Manchay. 

 

Además, la inflación en los alimentos y bebidas no alcohólicas ha subido en 5,89% entre enero y mayo de este año, según el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI). Mientras que, entre junio de 2021 y mayo de 2022, ha aumentado en 13,68%.  

En el pequeño almacén de la olla común Vista Florida, Sara Cervantes Cori y sus compañeras guardan como tesoros una batea y una olla con arroz, azúcar, avena, galletas, papa seca, lentejas, frejoles. Sus reservas durarán poco tiempo, tienen que dar de comer a 23 familias. De cualquier modo, ya están acostumbradas a vivir con la incertidumbre de no saber qué, pero sobre todo cuánto, se comerá al día siguiente. Hoy les ha tocado guiso de trigo con arroz. 

―A mí no me gusta el trigo ―reniega una niña en uniforme escolar, sentada en el comedor de la olla común. 

Es la hija de la vicepresidenta y, así no quiera, debe comer su almuerzo: en unos minutos comenzarán las clases en el colegio. Ni ella, ni su hermana ―que dice que sí le agrada el cereal―, ni su madre tienen muchas chances de elegir. La familia no tiene dinero para cocinar lo que desee en casa. 

Existen alrededor de 4.000 ollas comunes en el ámbito nacional, según el Midis". 

“Si los costos de producción de las raciones suben, porque hay inflación de alimentos, las ollas comunes tienen dos opciones: o cobran más caro, con lo cual no logran servir bien a sus miembros, o precarizan la ración. Pero lo que quieres, como sector público, es que la gente coma bien. Entonces, ante ese riesgo, el Gobierno tiene que ayudarlas”, explicó Carolina Trivelli, economista, asesora de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y exministra de Desarrollo e Inclusión Social. 

Otra de las consecuencias de la crisis alimentaria, como lo han señalado distintos especialistas, será la escasez de alimentos. “Los más afectados por la escasez y el alza de precios serán los sectores más vulnerables, entre ellos quienes son cubiertos por ollas comunes ―dijo a OjoPúblico la abogada y expremier Mirtha Vásquez―. Es una situación muy preocupante y sí merece pensar cómo se atenderá. Pero no terminamos de definir de dónde o cómo se van a direccionar recursos a las ollas comunes”. 

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COBERTURA. El reparto de víveres de Qali Warma, a través de las municipalidades, no llega a todas las ollas comunes.

 

El menú de cada día

Tallarines, carapulcra, sopa de fideos, arvejas, tallarines, carapulcra, sopa de fideos, arvejas, tallarines, carapulcra, sopa de fideos, arvejas. Una y otra semana más. El menú de la olla común Corazón de Cristo, ubicada en lo alto de los cerros de Villa María del Triunfo, es, a fuerza, repetitivo. Allí, las madres cocinan con lo que tienen a mano: los víveres de las canastas de Qali Warma. Cada cierto tiempo van a recogerlas a la municipalidad del distrito. Reciben alrededor de 30 canastas, todas contienen los mismos productos: fideos, papa seca, menestras. Por eso, la limitada despensa del lugar. 

―Sí, nos cansamos de lo mismo, pero no se puede comer otra cosa ―dice Wendy Andrade, 29 años, tesorera de la olla―. A mi hijita no le gusta la carapulcra porque dice que la come todas las semanas. 

En una mochila gris, Wendy Andrade guarda un par de cuadernos donde lleva la cuenta de la carta y los menús vendidos a lo largo de las semanas. Al repasar los apuntes en las hojas cuadriculadas, se nota cómo los platos son casi siempre los mismos, pero también la cantidad de dinero que recaudan. Venden las raciones a un sol, no ganan mucho para diseñar menús más variados y nutritivos. 

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SIEMBRA. En la olla común Natividad, de Pachacámac, las mujeres han plantado hortalizas y frutas para abastecer su despensa.

 

Para Carolina Trivelli, asesora de la FAO, uno de los principales fines del Gobierno debe ser asegurar la buena alimentación de los peruanos: “El objetivo del Gobierno del Estado peruano debe ser que nadie pase hambre, mucho menos un niño ―indica―. Debería ser una cruzada nacional y, para eso, el Ejecutivo tiene varias formas de contribuir”. 

En Perú, además, existen problemas de salud pública infantil de fondo, según el INEI. En 2021, 38,8% de menores de 6 a 35 meses tenían anemia infantil y 11,3% de niños y niñas de menos de 5 años padecieron desnutrición crónica. Además, de acuerdo a Unicef, el 8% de menores de 5 años peruanos tenían sobrepeso en 2020. El promedio de América Latina era 7,5%. 

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AYUDA. Domitila Quispe, de la olla común Unidos en Cristo, cuenta que ciertos personajes políticos, ahora en campaña municipal, les ofrecen ayuda.

 

Debido al inicio de la pandemia, en abril de 2020, un decreto legislativo autorizó que el Programa Nacional de Alimentación Escolar, Qali Warma ―encargado de repartir comida a colegiales en sus instituciones educativas―, excepcionalmente comenzara a dar alimentos a las personas en situación de vulnerabilidad. Las municipalidades distritales, los ministerios y el Instituto Nacional de Defensa Civil (Indeci) serían los encargados de distribuir estos recursos. Así es como las ollas comunes han estado recibiendo apoyo del Gobierno. 

Sin embargo, esta medida tiene distintas limitaciones. En un informe de la Defensoría del Pueblo de 2021 se reveló que, de 103 municipalidades a nivel nacional, solo 33 habían brindado asistencia alimentaria a las ollas comunes. De este reducido grupo, apenas 15 lo hicieron a través de Qali Warma. El documento también advertía que los productos eran insuficientes y no llegaban a todas las ollas.

En 2021, de 103 municipalidades, solo 33 habían brindado asistencia alimentaria a las ollas comunes".

Quien estuvo a cargo de dicho informe fue Jonathan Granados, comisionado del Programa de Descentralización y Buen Gobierno de la Defensoría del Pueblo. Granados considera que las ollas comunes deberían contar con dispositivo legal propio que les destine un presupuesto exclusivo. 

“El presupuesto de Qali Warma puede ser requerido por municipalidades, ministerios, Indeci, no solo para ollas comunes, sino también para población indígena, albergues, personas con discapacidad. Es un universo muy amplio. Cuando, por ejemplo, una municipalidad pide 10 toneladas de alimentos para población en vulnerabilidad, es difícil saber cuánto se destina a ollas comunes. No todas lo especifican”, dijo a OjoPúblico

La misma postura tiene Carmen Zúñiga, líder de la Red de Ollas de Villa María del Triunfo. “Nosotras pediríamos que ya no sean las municipalidades las que repartan los alimentos ―reclama―. Necesitamos una forma más directa para que nos puedan entregar las canastas”. 

 

Una ley sin reglamento

Con su hijo de meses atado a la espalda, Domitila Quispe ―cusqueña, 39 años, madre de cinco hijos― sirve el plato del día de la olla común Unidos en Cristo: torreja de verduras con frejoles y arroz. Hoy han repartido alrededor de 40 raciones para los vecinos de la Franja Mariátegui, un asentamiento humano sin luz ni agua potable, en Villa El Salvador. Este barrio queda, como una paradoja, a unos metros del mar.

Hoy también han preparado agua de muña, pero nunca saben si lo que toman está en buen estado.

―Guardamos el agua en aquí ―dice Domitila Quispe señalando uno barriles de color azul―. No es lo mismo que el agua del caño, nos puede caer mal. 

La olla común Unidos en Cristo tiene uno de los accesos más difíciles en Villa El Salvador. Para llegar hasta sus puertas, hay que atravesar un camino de arena, empinado, donde los pies se hunden al pisar. 

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AUMENTO. Los precios de los menús de las ollas comunes han ido creciendo en los últimos meses. 

 

Para Carolina Trivelli, exministra de Desarrollo e Inclusión Social e investigadora del Instituto de Estudios Peruanos (IEP), las ollas comunes necesitan apoyo del Gobierno, entre otras razones, por la precariedad en la que han sido forjadas y se mantienen. 

“Como son creadas tan autogestionariamente para responder a una emergencia, tienden a ser bastante precarias en términos de infraestructura, acceso a servicios, utensilios. Entonces sí necesitan apoyo del Gobierno no solo para ser más eficientes, sino también para cocinar con inocuidad ―explica―. Si no cuentan con apoyo externo, es bien difícil que se asegure su sostenibilidad y la calidad de sus productos”. 

En abril de este año, se promulgó la Ley 31458, que reconoce la sostenibilidad y el financiamiento de las ollas comunes y de sus beneficiarios. Esta norma fue aprobada por el Congreso tras alrededor de ocho meses de espera, desde la presentación del primer proyecto de ley sobre las ollas comunes, propuesto por un grupo de congresistas de Juntos por el Perú. 

La expremier Mirtha Vásquez considera que las ollas comunes tuvieron que esperar un buen tiempo para, finalmente, ser reconocidas por la ley: “Les ha costado muchísimo que se les reconozca. Hay que recordar que en 2020, al inicio de la pandemia, institucionalmente nadie atendía las demandas de ayuda que ellas hacían”. 

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INGENIO. Con unos plátanos maduros, Roxana Perea, de la olla Señor de Quinuapata, prepara un queque en el fogón.

 

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RECOJO. La recuperación de alimentos de los mercados —en la imagen, ollucos— ayuda a las ollas comunes a seguir cocinando.

 

Uno de los primeros pasos se dio en febrero de 2021, cuando se modificó la Ley Orgánica de Municipalidades y la Ley de Creación, Organización y Funciones del Midis. Allí se ordenaba que las municipalidades distritales y provinciales registren, organicen y administren iniciativas ciudadanas de atención alimentaria. El Midis, por su lado, tendría que hacer lo mismo y, además, dar asistencia técnica a las ollas comunes y los comedores populares.

Casi un año y dos meses después apareció la Ley 31458, que es una normativa propia para las ollas comunes. El inconveniente: su reglamento aún no está aprobado. En otras palabras, sus mandatos todavía no pueden ejecutarse. 

En dicho reglamento se estipulará cuánto presupuesto recibirán las ollas y de qué manera. “El Midis tendría que ser lo suficientemente flexible para determinar que la asignación del presupuesto no sea por uno solo de sus programas ―dice Mirtha Vásquez―. Creo que a estas alturas el ministerio podría pensar en el conjunto de programas que tiene y cómo, a través de ellos, puede dar soporte a ollas comunes”. 

Algo similar sostiene Carolina Trivelli, quien considera que se debe agilizar el proceso de reconocimiento de las ollas comunes. “Una forma más rápida de asignarles recursos es a través de transferencias directas, en lugar de darles un saco de arroz, frejoles o aceite”, indica. 

OjoPúblico intentó comunicarse con el Midis para conocer el estado de la reglamentación de la ley de ollas comunes, y las características de la repartición de víveres que Qali Warma realiza para estas iniciativas. Sin embargo, no obtuvo respuesta.

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PRESUPUESTO. A veces, las mujeres deben poner de sus bolsillos para sacar adelante las ollas, como es el caso de Señor de Quinuapata.

 

En la Franja Mariátegui, las madres de la olla común Unidos en Cristo solo están seguras de que necesitan más plata para cocinar mejor y con tranquilidad.

―Sí sabemos que hay una ley, están tramitando… ―dice Domitila, mirando a sus compañeras como para encontrar una respuesta―. Nos han dicho que es para que nosotras podamos seguir adelante, luchando. 

Mientras esperan a que el Gobierno actúe, estas mujeres saben qué es lo que tienen que hacer.

―Si no existiera esta olla como sea daríamos de comer a nuestros hijos ―dice Epifania Herrera, una ayacuchana de 46 años, que trabaja como la fiscal de lugar―. Nunca una mamá dejará de dar de comer a sus hijos ¿no es cierto?.

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ACCESO. Muchos locales de las ollas comunes se encuentran en cerros de difícil y peligroso acceso, con climas extremos, sobre todo en invierno. 

 

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CARBOHIDRATOS. Las canastas de Qali Warma contienen, en gran parte, menestras, fideos, arroz.

 

De largo aliento

De lunes a domingo atiende la olla común Efraín Inti, en una curva de los cerros de Villa María del Triunfo. De lunes a viernes despachan alrededor de 40 platos, los fines de semana, el doble. Desde su inauguración, hace más o menos un año, nunca se han detenido. Así lo asegura su presidenta, Sonia Quispe, una madre de 33 años, que se mueve de un lado para otro hablando con las cocineras y los vecinos.

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ESPERA. La ley 31458 todavía no cuenta con un reglamento, el plazo para aprobarlo vence el próximo 9 de junio.

 

En Efraín Inti, el menú cuesta tres soles (al comienzo costaba un sol cincuenta). Hoy han cocinado sopa de trigo y saltado de vainitas. En el comedor hay un grupo de vecinos hombres ―estibadores, peluqueros, mototaxistas, albañiles― que conversan sobre el gobierno del presidente Pedro Castillo y el alza de precios en los mercados. 

―Si suben el menú ya no podríamos comer, ¡ya no alcanza! ―dice un hombre de unos 50 años.

―Pero aquí todos trabajamos, no hay ociosos ―dice un chico joven―. De hambre no nos vamos a morir. 

―El problema es que no dejan trabajar al Gobierno ―dice el peluquero―. 

Los demás asienten mientras sorben la sopa de trigo. 

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TRABAJO. Los beneficiarios de las ollas comunes suelen estar desempleados o contar con trabajos precarios o en el sector informal. 

 

En realidad, existen varios problemas vinculados a la inseguridad alimentaria, según los especialistas. A la inflación generada por la pandemia, se suman la guerra entre Ucrania y Rusia y, en el caso de Perú, la escasez de fertilizantes para las siguientes campañas agrícolas. De acuerdo al INEI, en mayo de 2022, el índice de precios al consumidor a nivel nacional aumentó en 0,38%. En cinco meses de este año, se ha acumulado un alza de 3,53% y, en los últimos 12 meses, 8,78%.

La inflación más alta es la de los alimentos y bebidas no alcohólicas: 13,68% entre junio de 2021 y mayo de 2022, aunque en mayo de este año fue la única división de productos con una tasa negativa, -0,71%. 

Sin embargo, la casi inminente escasez de alimentos y la subida de precios pronostican que la existencia de las ollas tiene para largo tiempo. “Es algo que previmos desde que comenzó la pandemia. Cuando se produce un evento de esta magnitud tenemos que proyectarnos a problemas de orden económico y social de entre tres y cinco años”, dice Mirtha Vásquez. 

En mayo, el índice de precios al consumidor a nivel nacional aumentó en 0,38%".

Pero ahora, además, hay un elemento adicional, advierte la expremier y excongresista: la guerra. “Tenemos que pensar en iniciativas de emergencia alimentaria, se habla incluso de pensar en una economía de guerra. Entonces, ahí hablamos de un plazo mucho mayor, de hasta 10 años ―añade Vásquez―. Es ahí donde el Estado tiene que pensar en las ollas comunes, dentro de la emergencias”

Por otro lado, la economista Carolina Trivelli, señala que la aparición de nuevas ollas comunes será un fenómeno que continuaremos viendo. “Van a seguir apareciendo ollas comunes, si siguen subiendo los precios de alimentos, seguramente. Cualquier estrategia para que puedas alimentar a tu familia se vuelve no solo posible, sino deseable en el marco de una crisis internacional. Ojalá veamos un apoyo más decidido y rápido desde el aparato público”.

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SEGURIDAD. Los niños requieren una alimentación nutritiva para desarrollar sus aptitudes. En Perú, casi el 40% de menores entre 6 y 35 meses tienen anemia.

 

Como respondiendo a los tiempos de crisis, una nueva olla común acaba de nacer en Pachacámac. Su nombre es Señor de Quinuapata, existe hace solo dos semanas, y se encuentra en lo más alto de los cerros de Manchay. Allá arriba, al lado de una pequeña capilla, dos mujeres mayores atizan la leña que cocina un estofado de pollo. 

―La necesidad que tenemos nos obligó a abrir la olla. No nos alcanza la plata ―dice Anselma Rodríguez, viuda, 58 años, presidenta de Señor de Quinuapata.

―Un día trabajas, al otro no día no trabajas. Así no alcanza para la comida ―sigue Roxana Perea, de 57 años, la secretaria. 

Anselma, madre de tres hijos grandes, recibe una pensión de viudez. También trabaja limpiando el consultorio de una psicóloga. Roxana, que también tiene tres hijos, vive con uno de ellos que hace algunos “cachuelos” cuando puede. 

La olla común todavía no tiene un local propio. Por mientras, funciona en una casa de madera que un vecino les ha prestado. Para poder abrir, reunieron los utensilios entre los vecinos de la directiva. Anselma y Roxana dieron las ollas, los cubiertos, los vasos y las tazas; el vicepresidente donó los platos; el vocal, los tazones grandes. 

El sol ha prendido fuerte y las dos mujeres transpiran y tienen las mejillas rosadas.

―Este cerro es un cerro bendecido porque, como sea, los vecinos nos han traído granito de arena ―dice Anselma―. Yo soy serrana, cajamarquina, chacrera, terca. Y como sea, esta olla saldrá adelante.

 

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