OjoPúblico / Claudia Calderón

"El Estado ni siquiera sabe que existimos"

"El Estado ni siquiera sabe que existimos"

Abilia Ramos, 40 años. Dirigente de ollas comunes

OjoPúblico / Claudia Calderón

 

Empezamos con nuestra olla común a inicios de la cuarentena por una gran necesidad: el hambre. La mayoría de los vecinos de la agrupación familiar Antonio Raimondi, en San Juan de Lurigancho, somos trabajadores informales. Casi 400 personas viviendo, como se dice, en la punta del cerro y trabajando día a día. Están quienes venden choclo, los que venden huevitos, los adultos mayores que venden bolsas o caramelos. Yo trabajaba cuidando ancianitos y como promotora social para una oenegé. Si no salimos a la calle no podemos comer. 

Por eso dijimos “hay que hacer una olla común, hasta donde nos alcance”. Pensamos que los más necesitados tendrían qué comer. Entonces nació “Esperanza del Perú”. 

Al inicio, los vecinos colaborábamos con un sol. Los que no tenían plata daban lo que tenían en casa. Pero el dinero no alcanzaba. Tuvimos que bajar a los mercados por ayuda. A pedir que, por favor, nos donen papa, cebolla, huesos de res o lo que ya no vendían. Con eso hemos hecho sopita, cau cau con más papa que carne, ají de pollo con más pan que pollo y leche. Cuando yo bajaba a pedir víveres al mercado tenía miedo de contagiarme, pero pensaba “Diosito, si estoy haciendo el bien, no creo que me toque el mal”. 

En nuestra olla somos 25 mujeres de entre 21 y 65 años. Nos turnamos de tres en tres al día para cocinar sin causar mucha aglomeración. Nos reunimos en un local en la parte baja del cerro, porque arriba no hay agua. 

Preparamos alrededor de 80 raciones diariamente. Al comienzo no cobrábamos nada. Ahora, que muchos vecinos volvieron a trabajar, el menú cuesta dos soles. Pero tenemos varios casos sociales, muchos más que antes: ellos no pagan nada. Ahí está el anciano con sus dos hijos con síndrome de Down, o la abuelita que cría ella sola a sus nietos. De la olla común también come toda mi familia: mi hijo, mi esposo, mi hermana, mi sobrino y mi suegra. 

El Estado debería hacerse cargo de nosotros, ¿pero cómo podría si ni siquiera saben que existimos? El otro día nos dijeron que la municipalidad iba a pasar por aquí para darnos unas donaciones. Nos quedamos haciendo guardia, esperamos como hasta las tres de la mañana. Nadie apareció. A finales de octubre, varias ollas comunes de todo Lima realizamos un banderazo para que nos vean, para que sepan que estamos aquí. Si no nos hacen caso, saldremos a las calles a marchar.

 

Viñeta olla común

 

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