
Esta es una historia sobre piratas, personas que luchan contra piratas, “cruzadas”, hombres poderosos y hortalizas engañosas, pero está lejos de ser una ficción. Es el retrato de una realidad compleja que muestra cómo las fronteras imaginarias del río Putumayo —en Brasil llamado río Içá— que cruza cuatro países permiten que el crimen organizado avance sin freno y se beneficie de la destrucción de la Amazonía.
Las cebollas
El 6 de enero, un lunes, una cocinera agarró una cebolla para preparar el almuerzo en Santo Antônio do Içá, un municipio en el estado de Amazonas, en la frontera de Brasil con Colombia. Al levantarla sintió que estaba más pesada que lo habitual y llamó a su patrón. El hombre agarró un cuchillo e intentó romper el bulbo, pero dentro había un material duro y amarillento. Era pasta base de cocaína.
Su suegra había comprado la cebolla rellena con el estupefaciente el sábado anterior, contó el hombre al llevar la hortaliza a la Base Garateia de la Policía Federal, una casa en reforma que aloja a dos agentes, a veces tres, y es responsable de vigilar una de las rutas del narcotráfico más activas del mundo. La había adquirido en el supermercado Içaense, el más grande de Santo Antônio do Içá, que tiene como uno de sus socios al alcalde de la ciudad, Walder Ribeiro da Costa, conocido como Cecéu, del partido conservador Movimiento Democrático Brasileño. En la casa del declarante se encontraron dos cebollas más rellenas con la droga. Después, la policía fue al supermercado, donde revisaron cebolla por cebolla, pero no encontraron más cocaína.
Sin embargo, una semana después volvió a pasar. Otro vecino del municipio se llevó a su casa otras cebollas rellenas de droga que había comprado en el supermercado del alcalde.
Ese sábado, cuando compraron la primera hortaliza bautizada, la Policía Militar había incautado, tras una denuncia anónima, un costal de cebollas rellenas con 16 kilos de pasta base de cocaína cerca del puerto de la ciudad. Una vez refinada, la sustancia se convierte en clorhidrato de cocaína, un polvo blanco cuyo kilo puede costar cientos de miles de dólares en el extranjero. “Cuando confiscaron este costal, la droga ya estaba en el supermercado del alcalde”, dijo un policía, que habló con SUMAÚMA bajo condición de anonimato.

CAMUFLADAS. En el mercado Içaense, que es del alcalde, se compraron cebollas rellenas de droga.
Foto: Michael Dantas.
El gerente del supermercado explicó que las cebollas formaban parte de un encargo de diez costales que se le había hecho a un proveedor de Tabatinga, la ciudad más grande de la zona. Tabatinga también está en la frontera con Colombia, a nueve horas en lancha, y el proveedor era un brasileño descendiente de peruanos.
Para aclarar el caso se abrieron dos investigaciones, una de la Policía Civil de Amazonas y otra de la Policía Federal. Las dos están en curso. Inicialmente, según lo que averiguó SUMAÚMA, no se está investigando al alcalde. A finales de marzo, el comisario de Santo Antônio do Içá, Ubiratan Farias, pretendía hacer un careo entre el gerente del supermercado y el proveedor de las cebollas porque sospechaba que uno de ellos había mentido durante su declaración.
El caso de las cebollas misteriosas ilustra la complejidad de la vida en las fronteras amazónicas, donde el crimen organizado se mezcla entre distintos países y circula libremente ante la ausencia del poder público. Allí, la frontera no significa una barrera con agentes aduaneros que chequean cada documento. Es solo un río por donde los barcos pasan sin ningún control ni impedimento. A veces solo hay una base del Ejército responsable de áreas con enormes extensiones.

SUELTOS. En las fronteras entre los países, los barcos navegan libremente sin ninguna barrera aduanera.
Foto: Michael Dantas.
Las facciones
En esas aguas no se sabe bien dónde empieza y dónde termina un país. Y el crimen organizado se confunde entre las diversas nacionalidades, como mostró una investigación periodística liderada por la Red Transfronteriza de OjoPúblico, de Perú, en alianza con SUMAÚMA y los periódicos La Silla Vacía, de Colombia, y Código Vidrio, de Ecuador. El reportaje cuenta que el narcotráfico está presente en siete de cada diez localidades de la frontera amazónica de los cuatro países: Brasil, Perú, Colombia y Ecuador, en muchas de las cuales actúan distintas facciones. A veces de diferentes países que colaboran entre sí.
Santo Antônio do Içá es una de estas localidades. Por la mañana el tráfico de motos ya es frenético. En la parte trasera, los pasajeros casi siempre llevan el pescado suelto. No se ponen casco bajo el sol abrasador. Con calles llenas de baches, los barrios se hunden en el polvo frente a la inmensidad del río. El municipio de casi 28.000 habitantes es donde desemboca el que en Brasil se denomina Río Içá, que nace en los Andes colombianos con el nombre de Putumayo y serpentea por casi 2.000 kilómetros por las fronteras de Colombia con Ecuador y Perú hasta llegar a la Amazonia brasileña.
Allí se junta al Río Solimões, como también se le llama al Río Amazonas en esa parte. Por eso, el Río Içá se hizo esencial para la logística del transporte de las drogas que se producen en los valles de los países vecinos. Es el único de la cuenca amazónica que cruza los cuatro países. Sus aguas color marrón recorren áreas desoladas de Selva densa y poco vigilada, transportando a Brasil la cocaína y la marihuana que se producen en los países vecinos. “Es así todos los días. A la madrugada empieza [el flujo de lanchas]”, afirma un Indígena que vive cerca del río. “Sí, el movimiento es a la noche [de los narcotraficantes]”, coincide una vecina.

Infográfico: Rodolfo Almeida/SUMAÚMA.
Las cebollas rellenas de drogas son parte de un ecosistema dominado por facciones criminales, mineros ilegales, empresarios y políticos ricos que también lucran con la destrucción ambiental. Y hay un agravante: las facciones criminales más organizadas del sudeste de Brasil empezaron a subir hacia el norte del país con más intensidad hace unos diez años y profesionalizaron su actuación en estas fronteras. El control del flujo ilegal, que antes ejercían criminales locales y también incluye armas, pasó, en la última década, a manos de facciones como el Primer Comando de la Capital (PCC), de São Paulo, y el Comando Vermelho (CV), de Río de Janeiro, cuenta el investigador César Mello, coronel de la reserva de la Policía Militar de Pará y consultor del Foro Brasileño de Seguridad Pública, organización que mapea la actividad criminal en Brasil.
Según Mello, el Comando Vermelho llegó a la Amazonia brasileña con más intensidad en 2017, después de la muerte de Jorge Rafaat Toumani, a quien llamaban el “Rey del tráfico” de la frontera en Paraguay, a manos del PCC. La frontera paraguaya era una de las principales rutas de drogas del país y, al estar bajo el dominio del PCC, rival del Comando Vermelho, la facción de Río de Janeiro decidió concentrar sus esfuerzos en el norte de Brasil, en las fronteras con Colombia y Perú. “La FDN, Familia del Norte, que llegó a ser la tercera facción más grande de Brasil, controlaba esas rutas [de la frontera con Colombia y Perú], pero era un negocio un poco amateur. Cuando mataron a Rafaat y el PCC dominó esa ruta de Paraguay, el Comando Vermelho se fue al norte para evitar que el PCC dominara también esa ruta, de lo contrario no tendrían acceso a las drogas. Vinieron muy fuertes al norte y hoy han consolidado esta ruta”, afirma Mello.
En 2024, las fuerzas de seguridad del estado de Amazonas incautaron 15 toneladas de cocaína, el doble de la cantidad registrada el año anterior. A principios de 2025, se incautaron 11 toneladas de estupefacientes en general, entre las cuales una tonelada en la región de la Triple Frontera, donde se encuentra Santo Antônio do Içá. En todo Brasil, en 2024, la Policía Federal confiscó 74,5 toneladas de cocaína, en un movimiento inverso al que se realizó en el estado de Amazonas: las incautaciones nacionales de cocaína se redujeron y se mantuvieron por debajo del promedio de los últimos cinco años, según datos recopilados por la organización Fiquem Sabendo. La Secretaría de Seguridad Pública de Amazonas afirma que amplió sus acciones de fiscalización.
Según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), al otro lado de las fronteras amazónicas brasileñas —en Perú, Colombia y Bolivia— hay 355.000 hectáreas de plantaciones de hoja de coca, un área dos veces más grande que la ciudad de São Paulo. El informe calcula que en 2022 estas plantaciones produjeron 2.757 toneladas de cocaína pura. En 2014, se estimó una producción de 869 toneladas. Hubo un aumento del 217% en ocho años. Según la ONU, en 2022 había 23,5 millones de consumidores de cocaína en el planeta.
En Santo Antônio do Içá, además del cargamento de cebollas rellenas de drogas, el Ejército incautó una tonelada de marihuana del tipo skunk el pasado mes de febrero en el Río Içá. En agosto del año pasado se descubrieron 4 toneladas de cocaína en Benjamin Constant, cerca de allí, la mayor incautación de drogas en la historia del estado de Amazonas.

FRONTERA. Los municipios de Leticia, en Colombia, y Tabatinga, en Brasil, son vecinos y este último es una de las 50 ciudades más violentas de la Amazonía.
Foto: Michael Dantas.
Según la policía y los vecinos entrevistados por SUMAÚMA, gran parte de los cargamentos clandestinos que las autoridades detectaron en esa región pasan por el Río Solimões durante la madrugada, frente a Santo Antônio do Içá. Sin embargo, la mayor parte sigue su ruta sin obstáculos, tanto a lo largo del Río Solimões como del Río Içá. Además del narcotráfico, las facciones empezaron a controlar los delitos ambientales. Están metidos en la minería y la pesca ilegal, deforestación y biopiratería, afirma el consultor del Foro Brasileño de Seguridad Pública.
En Santo Antônio do Içá, el narcotráfico sigue bajo el control del Comando Vermelho, según datos del Foro Brasileño de Seguridad Pública. A pesar de eso, en la región denominada Alto Solimões coexisten otras facciones. Muchas veces la disputa por territorios termina en conflicto, lo que aumenta el número de homicidios en esas localidades. La vecina Tabatinga, por ejemplo, figura entre las 50 ciudades más violentas de la Amazonia Legal entre 2021 y 2023, con un promedio de 77,4 víctimas por cada 100.000 habitantes. Entre 2021 y 2023, el promedio de muertes violentas intencionales fue de 23,4 en Brasil y de 33,4 en la Amazonia Legal, cifra 42,4% superior al promedio nacional. En algunos casos, sin embargo, las facciones llegan a un acuerdo para dominar actividades criminales distintas, lo que reduce los conflictos.
Santo Antônio do Içá es un ejemplo. En una tarde de marzo, muros desgastados por el sol y la lluvia lucen las siglas de las facciones en el centro de la ciudad. En uno se lee “CV-AM”. En otro “PCC”. “El PCC hoy está más vinculado a las minas ilegales en el norte. El CV a las drogas”, dice Mello. En Santo Antônio do Içá, la tasa media de muertes violentas intencionales es baja, menos de nueve víctimas por cada 100.000 habitantes entre 2021 y 2023.

PRESENCIA. Facciones rivales muchas veces coexisten en un mismo municipio, pero se ponen de acuerdo para dominar actividades criminales distintas.
Foto: Michael Dantas.
Según la tercera edición del estudio “Cartografías de la violencia en la Amazonia” publicado por el Foro Brasileño de Seguridad Pública en diciembre de 2024, se identificó la presencia de facciones en 21 de los 62 municipios del estado de Amazonas. En 13 solo había un grupo. En ocho “se observó la coexistencia de dos o más facciones”. El Comando Vermelho, hegemónico en diez ciudades, está presente en los 21 municipios, “incluso en los que hay más de una facción”. Según los investigadores, otras tres ciudades están dominadas por los Piratas del Solimões, una facción local, y tres más por el PCC.
El estudio también revela que en el Río Içá hay “indicios de la presencia” de facciones colombianas “que actúan como aliadas del CV en el suministro de marihuana y cocaína transportadas por los ríos”. “Las facciones colombianas entregan drogas en la región fronteriza a miembros del CV”, dice otra parte del documento.
En la región del Río Putumayo predomina el grupo Comandos de la Frontera, también conocido como “La mafia Sinaloa” por uno de sus antiguos líderes, Pedro Oberman Goyes, apodado “Sinaloa”, a quien un cómplice suyo asesinó en 2019. Formada por cerca de mil exguerrilleros disidentes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, las FARC, según la organización InSight Crime, la facción nació en 2017, después de un acuerdo de paz firmado entre las FARC y el gobierno colombiano. En el Río Içá suministran la droga y se encargan del transporte. Los criminales brasileños se ocupan de distribuirla a las capitales, siguiendo la ruta por el Río Amazonas, que desde allí se dirige a Manaos.
El Foro Brasileño de Seguridad Pública muestra que el Río Solimões, que recibe las aguas del Içá, sobresale entre todos los ríos amazónicos como la ruta principal de narcotraficantes porque integra los territorios de Brasil, Perú y Colombia, en la región de la Triple Frontera Norte. Le siguen otros ríos que son importantes: el Yavarí, el Içá, el Caquetá, el Yuruá, el Purús, el Negro y el Mamoré, todos ubicados en la Región de la Amazonia Occidental (en los estados brasileños de Amazonas, Acre, Roraima y Rondonia).
También según el estudio, la cocaína llega a Manaos por el Río Amazonas y a lo largo del trayecto la embarcan en buques de carga con destino a África y Europa. La Amazonia cuenta actualmente con diez municipios que tienen estructuras portuarias que “interconectan la región con el mundo”. Los narcotraficantes también usan “submarinos artesanales”, que pueden transportar droga “desde Colombia a otros continentes, cruzando la Amazonia a través de los ríos Solimões y Amazonas”, señala el estudio.
Por la mañana, en Santo Antônio do Içá —donde seis de cada diez habitantes cobran el subsidio denominado Bolsa Familia y el seguimiento de la asistencia escolar por parte del gobierno está por debajo del promedio nacional— el puerto está repleto. El olor a pescado y a empanadas recién horneadas invade el galpón. A pocos metros de los muros con grafitis, los vecinos de la ciudad acudieron a recibir a los pescadores y a negociar el pescado capturado durante la noche.
Tambaquís. Surubís. Plecos. Pirapitingas. Un Yacaré sin la cabeza. La abundancia del río contrasta con la pobreza de la ciudad, compuesta en su mayoría por casas de madera sin saneamiento básico. Se ven perros maltratados y enfermos desparramados en las esquinas. Hay una mujer agachada con una olla sobre la leña que arde. Calles llenas de baches y pendientes empinadas.
La miseria. Una realidad que Vilma (nombre ficticio), de 35 años, vive desde pequeña. Usuaria de drogas, camina por el puerto, mientras abre su bolso y desenvuelve una bolsa de plástico llena de arroz cocido. Agarra la comida con la mano y empieza a comer. “Falta la harina de yuca”, dice y les tira la comida a los peces. “Odio comer sin harina de yuca”. Endereza su postura y frunce el ceño, seria, mientras se enfoca en un hombre borracho a lo lejos que se acerca caminando. “Tío, siéntate aquí”, dice Vilma intentando ayudar al hombre, que se tambalea. “Ese es mi tío”, dice ella. “Me violó cuando tenía 7 años”.

VIVIENDAS. El conjunto de casas en Benjamin Constant y los Ribereños en Santo Antônio do Içá forman parte del paisaje en el ‘territorio narco’.
Foto: Michael Dantas.
Los mototaxis circulan por todas partes. La cola rosada de un Delfín sobresale del agua. En los altavoces suena un reguetón colombiano, marca de la influencia del país vecino. “En la música, en la comida, en todo…”, dice una vecina. Cuando te alojas en un hotel, en el desayuno también te sirven... patacones. “Los narcotraficantes a veces esconden una carga en el río, en la vegetación. Cualquier pescador que se acerca muere”, dice un vecino, en el puerto. “Así ya se murieron dos”, sigue. “Hunden la droga [en el río], queda sumergida durante días y después encuentran la manera de subirla [a la superficie]”. El Río Içá se pone muy oscuro de noche, dice.
Las minas ilegales y la secta
“Ahora les pagan a los colombianos, si es que tienen que saltar al otro lado [de la frontera, para escapar de la policía]”, dice un líder, que prefirió no identificarse. Se refiere a los mineros clandestinos que operan en el territorio de Santo Antônio do Içá. Están cada vez más lejos, subiendo por el Río Içá, en los arroyos, en el Río Pureté, dice, especialmente después de que algunas operaciones de la Policía Federal hicieron explotar balsas con dragas el año pasado. Actualmente, la mayoría de las dragas se concentran en Pureté, más cerca de la frontera con Colombia, afirma.
El Río Pureté, que alimenta al Içá, también se origina en el país vecino y está cada vez más sedimentado por la arena y el cascajo. Las dragas succionan su lecho y lo escupen hacia la orilla, junto con el mercurio. En la parte que cruza la frontera, el Pureté es desierto. No cuenta con una base del Pelotón Especial de Frontera del Ejército brasileño, como en las orillas del Río Içá, en Ipiranga, un pueblito militar con pista de aterrizaje y una comunidad de cerca de mil personas, que marca la separación con Colombia.
El recorrido entre la frontera y Santo Antônio do Içá lleva al menos doce horas en lancha o varias semanas por un antiguo sendero en la Selva que empieza en Tarapacá, Colombia, cuenta una vecina. A mitad del camino por el río se encuentra Vila Alterosa do Juí, una comunidad fundada por José Francisco da Cruz, conocido como Hermano José, líder de una secta religiosa llamada Orden Cruzada Evangélica Católica Apostólica o Hermandad de la Santa Cruz —una religión que mezcla catolicismo y evangelismo— que en 1972 salió a distribuir cruces rojas por los barrancos del Alto Solimões y del Içá, de modo que allí hoy existen más comunidades de la “Cruzada”, como se conoce al culto en la zona, que católicas o evangélicas.
“Ellos [los mineros clandestinos] tienen una base allí, de abastecimiento, las dragas se construyen allí. Tienen un taller, hay de todo”, dice un líder de forma anónima. Al cruzar el río “hay drones que te vigilan”, cuentan otros tres vecinos de la zona. “Cuando pasas por el Puretê ya hay un dron filmándote. De los mineros”, afirma un vecino que trabaja con salud Indígena y suele visitar las comunidades. “Aquí todo el mundo lo sabe todo, pero nadie dice nada”, dice otro vecino.
En Vila Alterosa do Juí, un pueblito de cerca de 5.000 habitantes ubicado en medio del Río Içá, al que solo se puede acceder por el agua o por el aire y donde todo el entorno, por kilómetros, es de Selva preservada, la Cruzada tiene su propia guardia. El pueblo está cerca de la desembocadura del Río Pureté, que, como el Içá, lleva a Colombia. “Hoy son unos 3.000 los que siguen esta secta”, dice el sacerdote de Santo Antônio do Içá, Gabriel Carlotti. Señala las iglesias católicas, pocas, en un mapa que muestra el Río Içá.
La mayoría de las comunidades pertenecen a la Cruzada. Las mujeres usan vestidos hasta la rodilla y llevan una cruz en el pecho. Los seguidores tienen que participar obligatoriamente en dos cultos al día y se les prohíbe practicar deportes: “porque si se lesionan, ¿cómo van a trabajar?”, dice Bento Kokama, un seguidor de la aldea São José, donde hay fieles de la secta. El sociólogo Pedrinho Guareschi registró que el fanatismo religioso servía como instrumento para los terratenientes interesados en explotar la mano de obra Indígena. Muerto en los años 1980, el misionero Hermano José está enterrado en el pueblo. Actualmente, su sucesor, conocido como pastor Damásio, cría búfalos y administra la recaudación de la iglesia. SUMAÚMA no pudo encontrar al pastor.

RELIGIÓN. Hay iglesias de la Cruzada esparcidas en comunidades donde la minería ilegal también está presente.
Foto: Michael Dantas.
La minería ilegal también acosa a las comunidades Indígenas de la región. Sinésio Trovão, líder Tikuna de la Tierra Indígena Betânia, a 20 kilómetros de Santo Antônio do Içá, cuenta que una vez un minero de Vila Alterosa do Juí le ofreció cerca de 90.000 dólares para que negociara la permanencia de dragas en la Tierra Indígena durante una semana. “En una noche habían sacado dos kilos de oro [ilegalmente] de allí [cerca]”, dice. Sinésio rechazó la propuesta.
Construida sobre un enorme barranco que había albergado aldeas y una prisión construida por los portugueses durante la colonización, Santo Antônio do Içá fue fundada en 1956. Todavía viven allí Indígenas Tikuna —los Magüta— y también Kambeba, Kokama y Kaixana, muchos de los cuales se acuerdan de los maltratos y la violencia promovida por los blancos. “Antes, a partir de los años 1940, los hacendados [usurpadores de tierras públicas], que explotaban el ganado y el caucho aquí en esta región, golpeaban mucho a los Indígenas”, cuenta Sinésio.
Según relata, entonces llegaron los misioneros de Estados Unidos y sacaron a los Indígenas del área donde hoy está la ciudad, llevándolos a las orillas del Río Içá, donde está Vila Betânia. Allí viven cerca de 5.000 Indígenas. En esa época, los forasteros les enseñaron a los Tikunas a rezar y los vistieron con la ropa de los blancos. Sin embargo, a las 11 de la mañana, en la maloca de la aldea, preservan su idioma. Un adolescente escucha música en lengua Tikuna por YouTube, con su celular conectado a una antena Starlink. Sinésio organiza excursiones para franceses y alemanes que vienen de Bogotá a pasar unos días a la aldea.
Antes, flotaban cuerpos río abajo por el Içá, cuentan los mayores, como el vicecacique Bernardino Tikuna. Hoy, el problema son los robos de lanchas y motores de popa durante la noche. “Aquí ya se han robado seis canoas y botes salvavidas, vienen de madrugada”, dice Bernardino. “Se roban las canoas de los Indígenas para ir a buscar droga. Ya han robado mucho”, añade Sinésio.

PELIGRO. Indígenas, como los Tikuna, resisten con sus rituales y su cultura, a pesar del acoso del crimen organizado.
Foto: Michael Dantas.
En Santo Antônio do Içá desde hace cinco años, el padre Carlotti, un italiano delgado y de ojos claros que vivió 17 años en el estado de Bahía, navega ocasionalmente por el Río Içá para visitar las comunidades católicas. Con una lancha comprada por el Vaticano, que cuenta con equipo sonar, puede visualizar el lecho del río. “Solo se pueden ver agujeros”, dice, refiriéndose al rastro dejado por las dragas.
Durante las misas en la ciudad, el sacerdote hacía discursos a favor del medio ambiente, en tono crítico hacia los mineros. No pasó mucho tiempo hasta que recibió una amenaza de muerte. Era un mensaje. “Lo que importa es que se preserve el río de cualquier contaminación que envenene las aguas, los peces y las personas”, dice Carlotti. La Iglesia Católica distribuyó tanques de agua a lo largo del Içá para que los Ribereños pudieran almacenar agua de lluvia y evitar el mercurio del río.
El comisario de la Policía Civil de Santo Antônio do Içá, Ubiratan Farias, que está en el cargo hace poco más de un año, no suele ir al Río Içá. “Es su lugar de abastecimiento [de los mineros], con apoyo de parte de la población”, afirma. Cuenta que tuvo que abortar una misión en Içá por miedo a una emboscada. “Solo voy si tengo una [ametralladora calibre] .50 y diez hombres”, dice, con una pistola en la cintura y el fusil colgado en la pared, en su oficina de la comisaría de la ciudad. Sin embargo, solo puede contar con dos investigadores, dos oficinistas y un pasante, además de un par de agentes federales que están en la ciudad.
El comisario también administra dos celdas con 23 presos, además de dos presas, que por falta de espacio tuvieron que alojar en la cocina. De las 1.182 denuncias policiales registradas desde febrero de 2024 en el municipio, que es ruta del narcotráfico, 270 son por hurto. Ladrones que roban para consumir drogas, dice el comisario. Mientras hablaba, tuvo que liberar a uno de ellos, sorprendido con un celular robado, por falta de espacio en la celda. La comisaría no tiene lancha propia y la cárcel más cercana está a nueve horas de distancia, en Tabatinga.
Según el comisario, en el último año se registraron en la comisaría solo cinco casos de narcotráfico. Las dificultades estructurales ayudan a explicar el número tan bajo.
En la Base Garateia, de la Policía Federal, hay una lancha y dos agentes. “La orientación de la superintendencia es ‘no arriesgues tu vida, déjala pasar’ [la lancha con drogas]. Más adelante está la Base Arpão”, dice uno de ellos, refiriéndose al puesto de vigilancia de la Policía Federal que está río abajo, en Coari. Por eso, los policías se concentran en actividades de Inteligencia, afirma.

DESPROTEGIDOS. La base de la Policía Federal se concentra en ‘actividades de Inteligencia’ y el comisario de la Policía Civil solo va al Río Içá ‘con una ametralladora calibre 50 y diez hombres’.
Foto: Michael Dantas.
Piratas y políticos
Una mañana de marzo, a eso de las 10, el supermercado Içaense, ubicado en una concurrida calle de Santo Antônio do Içá, estaba en plena actividad. Afuera, puestos de agricultores con Bananas, harina de Yuca y costales de Uxi para la venta. Con más de diez hileras de productos acomodados en un enorme galpón, el supermercado es solo uno más de los negocios del alcalde. Cecéu ya era empresario, dueño también de la tienda de materiales de construcción y de la lotería de la ciudad, antes de convertirse en alcalde.
Reelecto para un segundo mandato en octubre pasado, entró en la política en 2020, durante la pandemia, con un patrimonio robusto: 2 millones de reales (unos 340.00 dólares), que incluye cuatro camiones, dos camionetas, una pala cargadora y un tractor oruga. Cuatro años después, en octubre pasado, su patrimonio había aumentado un 21%, alcanzando los 2,4 millones de reales.
Cecéu llegó a la política de la mano de un padrino: el exalcalde Abraão Magalhães Lasmar, uno de los principales empresarios de la ciudad, que gobernó el municipio durante dos mandatos, entre 2013 y 2020. Lasmar controla el comercio de combustibles en Santo Antônio do Içá. Es el dueño del edificio más grande del centro de la ciudad, el restaurante Diamante. Pero los dos se desentendieron. El año pasado, Lasmar perdió las elecciones municipales y su exaliado fue elegido.
El exalcalde también es exitoso cuando se trata de evolución patrimonial. En 2016, cuando fue elegido para su segundo mandato, Lasmar declaró un patrimonio de unos 75.000 dólares. El año pasado, la cifra ascendió a más de 280.000 dólares, un incremento del 283%.
Desde 2021 la Policía Federal los está investigando, tanto a Cecéu como a Lasmar, por sospechas de financiamiento de organización criminal, blanqueo de dinero, ocultación de patrimonio, malversación de fondos públicos y evasión de divisas. En 2007, un familiar de Abraão Lasmar, José Magalhães Lasmar, conocido como Martelo, fue acusado por el Ministerio Público Federal de traficar 34 kilos de cocaína. Los fiscales describieron a Martelo como “comerciante y propietario de embarcaciones en Santo Antônio do Içá, siendo transportista y uno de los mayores proveedores de cocaína del estado de Amazonas”.

POLÍTICOS. Abraão Lasmar y Cecéu, el ex y el actual alcalde de Santo Antônio do Içá, están bajo investigación de la Policía Federal.
Fotos: Instagram.
Contactados, ni el exalcalde Abraão Lasmar ni el actual alcalde de Santo Antônio do Içá, dueño del supermercado, quisieron conceder una entrevista. José Magalhães Lasmar no fue localizado.
El 27 de febrero, Santo Antônio do Içá dio una muestra de la complejidad de la actuación de las organizaciones criminales. Una barcaza fue asaltada por piratas en el Río Solimões, cerca de Tonantins, a 32 kilómetros de Santo Antônio do Içá. Durante la acción apareció una tercera embarcación que disparó y mató a dos tripulantes. Eran narcotraficantes, le contó a SUMAÚMA un agente federal, “que llegaron disparando” a los piratas.
La participación de los narcotraficantes en este caso todavía no está muy clara. Menos de una semana después, dos presuntos piratas involucrados en el crimen fueron muertos por la Policía Militar en Benjamin Constant y tres terminaron detenidos. Entre los objetos incautados se encontraba un dron. Los policías sospechan que la barcaza transportaba combustible a una mina ilegal en Jutaí, cerca de allí.
La Policía Federal está analizando las imágenes del incidente, que está bajo investigación. “Hay muchos canales [ríos estrechos]. Los piratas ofrecen escolta [a los narcotraficantes]. Pero si no contratas la escolta, pueden ser peligrosos y llevarse la carga de los demás”, afirma el comisario Ubiratan Farias.
“Los piratas ponen drones en el río para vigilar los barcos que pasan. Lo que de verdad les gusta llevarse [robar] son drogas y oro. Son profesionales, fuertemente armados. Hay muchos en ese tramo entre Tabatinga y Tefé”, dice el jefe de máquinas de la lancha, de 70 años, cuatro de los cuales los lleva navegando por el Río Solimões. Al llegar a Santo Antônio do Içá, se queda en silencio, antes de desahogarse: “Trabajo con miedo”.
Lo que dice el Ejército
El Ministerio de Defensa afirmó, a través de un comunicado, que en la región de la Amazonia Occidental, que abarca los estados de Amazonas, Acre, Rondonia y Roraima, el Ejército Brasileño, por medio del Comando Militar de la Amazonia, "mantiene una actividad permanente de preparación y empleo de sus tropas, asegurando así un estado de prontitud para emplear medios militares en pro de garantizar la soberanía nacional". Destacó además que el Río Pureté se encuentra en el "área de responsabilidad de la 16ª Brigada de Infantería de Selva", con un batallón y tres pelotones especiales de frontera.
El Ejército brasileño, que se encarga de hacer la vigilancia de las fronteras, afirmó en un comunicado que actúa en la Región Norte del país “diariamente a través del Comando Militar de la Amazonia y del Comando Militar del Norte, protegiendo la soberanía nacional y combatiendo actividades ilícitas en coordinación con otros órganos y agencias”. Explicó que las “grandes dimensiones y porosidad de la frontera terrestre brasileña, particularmente en la Amazonia, aliadas a la gran complejidad de acceso y la logística de permanencia” dificultan las acciones.

RUTA. El Río Içá serpentea por las fronteras de Colombia con Ecuador y Perú hasta desaguar en Santo Antônio do Içá, en la Amazonia brasileña.
Foto: Michael Dantas.
Subrayó que usa acciones de Inteligencia y de sorpresa para maximizar los resultados, pues “se sabe que las operaciones diarias en una misma localidad desvían la actividad ilícita a otra desguarnecida”. La nota afirma también que un pelotón, un batallón y una brigada actúan en la región y realizan una Operación Escudo permanente, que “incluye el patrullaje del Río Içá y del Río Pureté”.
Según el Ejército, las acciones para combatir el crimen organizado en la Frontera Norte están coordinadas con otros organismos y agencias federales, de los estados y municipales. “En 2025, la Operación Ágata Conjunta Amazonia, que forma parte del Programa de Protección Integrada de Fronteras, ya inició la etapa de planificación y se prevé que inicie sus acciones represivas en mayo”, destacó.
“Como resultado de la Operación Ágata Amazonia en 2024, se estimó que el crimen sufrió pérdidas de aproximadamente 90 millones de dólares, con cerca de 3.842 acciones realizadas, incautaciones de 4,20 toneladas de pasta base y 697 kilos de marihuana, contribuyendo a la reducción de los crímenes transnacionales”. La nota también destacó que la Marina incautó más de una tonelada de drogas durante una patrulla en el Río Içá el 14 de febrero del año pasado. Y el Ejército confiscó, en Santo Antônio do Içá, una tonelada de marihuana tipo skunk el 27 de febrero de 2025.