Más allá del discurso anti-woke: Tensiones teóricas y transformaciones

Más allá del discurso anti-woke: Tensiones teóricas y transformaciones
Macarena Moscoso

Antropóloga

El término woke ha pasado de ser un llamado a la conciencia social a convertirse en el blanco de una cruzada política global. Mientras líderes como Javier Milei lo denuncian como una amenaza, otros advierten que la instrumentalización del discurso anti-woke desvirtúa luchas sociales legítimas. En este artículo, la antropóloga e investigadora del Instituto de Estudios Peruanos, Macarena Moscoso, analiza cómo el rechazo al “wokismo” está reconfigurando el debate sobre justicia social, identidad y cambio social en América Latina.

CRÍTICA. Javier Milei señaló que la "ideología woke" era la "gran epidemia de nuestra época" durante su discurso en el Foro Económico Mundial de Davos.

CRÍTICA. Javier Milei señaló que la "ideología woke" era la "gran epidemia de nuestra época" durante su discurso en el Foro Económico Mundial de Davos.

Foto: Foro Económico Mundial

Cuando Javier Milei caracterizó al "wokismo" como "la gran epidemia de nuestra época" ante el Foro Económico Mundial de Davos1, hizo algo más que sumar su voz al creciente coro anti-woke global: puso en evidencia una fractura profunda que define nuestro tiempo.

Esta fractura, que trasciende la superficial batalla mediática entre "progresistas" y "conservadores", nos obliga a examinar las premisas fundamentales sobre las que hemos construido nuestra comprensión de la justicia social y el cambio político.

El término "woke", que originalmente surgió en la comunidad afroamericana como una llamada a mantenerse alerta ante la injusticia racial, ha experimentado una transformación semántica radical.

De ser un elogio dedicado a quienes reconocían injusticias estructurales, como documenta el diccionario Oxford desde 2017, se ha convertido en un arma retórica que ejemplifica las profundas tensiones en el corazón del pensamiento progresista contemporáneo.

Lo que está en juego va mucho más allá de disputas sobre políticas de identidad o corrección política. Nos encontramos ante una crisis fundamental en la manera de concebir no solo la justicia, el progreso y la emancipación humana, sino que también abarca cómo entendemos la relación entre lo universal y lo particular, entre la razón y la emoción en la política, y entre el reconocimiento de las diferencias y la búsqueda de principios comunes que nos permitan construir sociedades más justas.

Lo que está en juego va mucho más allá de disputas sobre políticas de identidad o corrección política.

En este artículo, propongo examinar las tensiones teóricas que subyacen al debate "woke/anti-woke", no para tomar partido en esta polarización estéril, sino para anotar algunas preguntas que este conflicto plantea sobre la naturaleza de la justicia social y la emancipación humana.

Desde una mirada antropológica, que entiende estas disputas como expresiones de tensiones más profundas en nuestros sistemas culturales y políticos, analizaré cómo este debate refleja transformaciones fundamentales en la manera en que las sociedades contemporáneas conciben la justicia, la identidad y el cambio social. 

A partir del análisis de las contribuciones recientes de pensadores como Susan Neiman y del examen crítico de los discursos políticos contemporáneos, busco identificar los desafíos que enfrenta el pensamiento progresista en nuestra época y proponer vías para su renovación, especialmente desde la perspectiva latinoamericana.

La mirada antropológica permite, además, comprender cómo estas tensiones teóricas se materializan en prácticas sociales concretas y en formas específicas de construir y disputar el sentido de lo político en diferentes contextos culturales.

Como argumenta Susan Neiman en Izquierda no es woke (2024)2, enfrentamos una crisis en los cimientos mismos del pensamiento progresista. La izquierda contemporánea parece haber abandonado tres principios esenciales que históricamente la definieron: el compromiso con el universalismo, la distinción entre justicia y poder, y la creencia en la posibilidad del progreso.

Este abandono no es accidental, sino más bien, refleja transformaciones profundas en nuestra comprensión de la política y la sociedad.

Donald Trump

SÍNTOMA. Las órdenes ejecutivas de Donald Trump contra la diversidad de género en Estados Unidos muestran el impacto de la retórica anti-woke. 
Foto: The White House

 

Esta crisis se revela en la transformación radical de los rituales, lenguajes y prácticas que históricamente daban sentido y cohesión a las luchas por la justicia social. Donde antes existían espacios de encuentro que enfatizaban la unidad en la diversidad —como las grandes movilizaciones sindicales o los movimientos anticoloniales—, hoy observamos una fragmentación en comunidades morales cerradas, cada una con sus propios códigos de autenticidad y legitimidad.

Esta transformación no es meramente discursiva: se materializa en nuevas formas de organización social, en rituales políticos contemporáneos y en la manera en que las identidades colectivas se construyen y se legitiman.

El abandono del universalismo se traduce en prácticas concretas de exclusión y pureza ideológica. Los espacios de activismo político, que funcionaban como puntos de encuentro y construcción de solidaridades más amplias, se han convertido en comunidades cerradas donde la legitimidad se construye a través de la demostración constante de autenticidad y la denuncia de las "impurezas" ideológicas de otros. Esta dinámica, que podríamos denominar como la atomización de la política, representa un desafío para la construcción de proyectos emancipadores amplios.

El abandono del universalismo se traduce en prácticas concretas de exclusión y pureza ideológica.

Una dimensión frecuentemente soslayada de esta crisis reside en las transformaciones del lenguaje político contemporáneo. Como señala agudamente Neiman, siguiendo la tradición crítica de George Orwell, el deterioro del lenguaje no es simplemente un fenómeno superficial, sino que refleja y refuerza una decadencia más profunda en nuestra capacidad de articular proyectos de transformación social.

Este empobrecimiento del lenguaje político se manifiesta de múltiples formas en nuestras prácticas comunicativas cotidianas. En los espacios de activismo contemporáneo, por ejemplo, observamos cómo ciertos términos —"privilegio", "interseccionalidad", "descolonial"— son vaciados de su potencial crítico original y reducidos a marcadores de pertenencia grupal. El vocabulario de la justicia social se convierte así en un código que, paradójicamente, puede obstaculizar la construcción de solidaridades más amplias.

El neoliberalismo ha demostrado una particular destreza en la cooptación y neutralización del lenguaje crítico. Los entornos corporativos han desarrollado un vocabulario de "diversidad e inclusión" que, aunque adopta la forma del discurso progresista, sirve para gestionar y contener el potencial disruptivo de las demandas por justicia social.

El neoliberalismo ha demostrado destreza en la cooptación y neutralización del lenguaje crítico.

Términos como "empoderamiento" funcionan como lo que los antropólogos llamarían "significantes flotantes": palabras que, por su ambigüedad, pueden ser instrumentalizadas para diversos fines. 

El fenómeno se agudiza en el entorno digital, donde los algoritmos de las redes sociales privilegian ciertas formas de expresión sobre otras. El lenguaje "woke", con su tendencia a la simplificación binaria y su énfasis en fórmulas lingüísticas codificadas, se adapta perfectamente a la lógica de la viralización digital.

Las declaraciones de solidaridad se reducen a hashtags y las críticas estructurales complejas se comprimen en formatos que favorecen la indignación instantánea sobre la comprensión profunda.

 

La mercantilización de la justicia social

El giro hacia el particularismo identitario, lejos de fortalecer las luchas por la justicia social, puede terminar reforzando las lógicas del capitalismo neoliberal. La fragmentación de las demandas sociales en nichos identitarios específicos facilita su cooptación por el mercado, que transforma las luchas por el reconocimiento en oportunidades de consumo diferenciado.

Este proceso, que David Rieff3 denomina "la venta de indulgencias" del capitalismo contemporáneo, neutraliza el potencial transformador de los movimientos sociales.

La fragmentación de las demandas sociales en nichos identitarios específicos facilita su cooptación por el mercado.

Las fechas conmemorativas de diferentes luchas sociales —el mes del orgullo, el día de la mujer, las celebraciones de la herencia cultural— se han convertido en momentos de intensificación del consumo, donde la identidad se mercantiliza a través de productos especialmente diseñados para cada "comunidad". 

En centros comerciales de Lima, Bogotá o Santiago, podemos observar cómo las piezas de arte tradicional, originalmente expresiones de resistencia cultural y autonomía económica, son reempaquetadas como productos de lujo para un mercado urbano que busca conexión con "lo auténtico". Lo que hace especialmente efectiva esta cooptación es su capacidad para apropiarse no solo de los símbolos, sino también de los lenguajes y prácticas de resistencia.

El mercado ha aprendido a hablar el idioma de la diversidad y la inclusión, pero lo hace de una manera que individualiza y despolitiza demandas que son inherentemente colectivas y políticas. En las redes sociales, por ejemplo, vemos cómo las expresiones de identidad y resistencia son transformadas en "contenido" comercializable, donde el algoritmo premia la fragmentación y la hiperespecialización de las audiencias. La lucha contra la discriminación se convierte en una serie de hashtags virales.

protestas sociales

INSTRUMENTALIZACIÓN. En el contexto latinoamericano, hay figuras que usan el discurso anti-woke para deslegitimar luchas sociales legítimas.
Foto: OjoPúblico / Jonathan Hurtado

 

Este proceso de mercantilización de las identidades y las luchas sociales tiene consecuencias profundas para la organización política. Los espacios que servían para la construcción de solidaridades amplias y proyectos colectivos se ven fragmentados en nichos de mercado cada vez más específicos.

El resultado es una paradójica despolitización de las luchas por el reconocimiento: mientras más visibles se vuelven las identidades particulares en el mercado, más se diluye su potencial para articular transformaciones sociales significativas.

En el contexto latinoamericano, donde figuras como Milei, Bolsonaro, Kast, López Aliaga, instrumentalizan el discurso anti-woke para deslegitimar luchas sociales legítimas, resulta crucial desarrollar un marco analítico que permita distinguir entre la crítica necesaria a ciertos excesos del particularismo identitario y la defensa de principios universales de justicia social.

Esto no significa ignorar las diferencias culturales o las especificidades locales, sino reconocer que la lucha por la justicia social necesita un lenguaje que pueda trascender las fronteras de la particularidad sin caer en abstracciones vacías.

Como investigadores sociales, nuestro desafío radica en contribuir a esta discusión desde una perspectiva que reconozca la complejidad de nuestras realidades sociales sin perder de vista el horizonte universalista de la emancipación.

 

El impacto del anti-wokismo

La materialización de la retórica anti-woke en transformaciones institucionales concretas representa un giro paradigmático en el discurso político contemporáneo que trasciende la mera retórica para manifestarse en cambios estructurales significativos.

Este fenómeno se evidencia en las recientes órdenes ejecutivas de Trump en Estados Unidos, que establecen el reconocimiento exclusivo de dos géneros en documentos federales y eliminan programas de diversidad, ejemplificando cómo las posiciones ideológicas se traducen en modificaciones tangibles de las estructuras institucionales que afectan directamente a las poblaciones vulnerables.

Estas transformaciones no solo alteran procedimientos administrativos, sino que reconfiguran fundamentalmente la relación entre las instituciones estatales y las comunidades marginadas, manifestándose en cambios concretos como la eliminación del marcador de género "X" en la documentación federal y el desmantelamiento de iniciativas de diversidad que habían sido construidas durante décadas.

La profundidad de estas transformaciones institucionales se materializa también en la decisión de Argentina de retirarse de la Organización Mundial de la Salud (OMS), justificada a través de un discurso que enfatiza las "profundas diferencias respecto a la gestión sanitaria" y la defensa de la soberanía nacional.

Este caso ilustra cómo la retórica anti-institucional puede conducir a reconfiguraciones significativas en los mecanismos de cooperación internacional, afectando no solo las estructuras de gobernanza en salud pública sino también los marcos de colaboración internacional que se habían establecido durante décadas.

La decisión, alineada con acciones similares de otros países, ejemplifica cómo las posiciones ideológicas pueden llevar al desmantelamiento de arreglos institucionales de larga data y mecanismos de cooperación internacional que habían sido fundamentales para abordar desafíos globales en salud pública.

Las posiciones ideológicas pueden llevar al desmantelamiento de arreglos institucionales de larga data.

Estas transformaciones institucionales operan a través de múltiples mecanismos que incluyen la reconfiguración burocrática, la redistribución de recursos y la implementación de nuevas políticas, generando impactos significativos en el acceso a servicios esenciales para comunidades vulnerables.

Los cambios se materializan en la modificación de criterios de elegibilidad, la transformación de mecanismos de prestación de servicios y la reestructuración de redes de apoyo que habían sido construidas a lo largo de décadas de trabajo institucional. 

Este proceso de reconfiguración institucional tiene implicaciones particulares para América Latina, donde las transformaciones en los mecanismos de cooperación internacional y las políticas públicas amenazan con desmantelar redes de apoyo social establecidas, comprometiendo la legitimidad de instituciones que históricamente han estado vinculadas con los derechos humanos y la justicia social, cuando sus acciones se alinean con agendas que priorizan concepciones estrechas de valores tradicionales sobre las necesidades de poblaciones vulnerables.

Este proceso de reconfiguración institucional tiene implicaciones particulares para América Latina.

El camino hacia adelante requiere construir un horizonte emancipador que emerja desde nuestras experiencias históricas de resistencia y transformación. América Latina, con su larga tradición de movimientos sociales que han combinado la defensa de lo propio con aspiraciones universales de justicia, ofrece lecciones valiosas para este desafío.

Desde las luchas indígenas que han articulado cosmologías ancestrales con demandas de reconocimiento modernas, hasta los movimientos urbanos que entrelazan reivindicaciones particulares con proyectos de transformación social más amplios, nuestra región demuestra que es posible construir un universalismo otro: uno que no niegue las diferencias ni se fragmente en particularismos, sino que emerja del diálogo entre distintas experiencias de lucha y resistencia.

Solo así podremos enfrentar los desafíos de nuestro tiempo: construyendo puentes entre diferentes saberes y luchas, reconociendo que la verdadera emancipación no puede ser ni la imposición de un modelo único ni la celebración acrítica de la diferencia, sino la creación colectiva de nuevas formas de convivencia y justicia social.

 

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Referencias bibliográficas

(1) Milei, J. (2025). Discurso ante el Foro Económico Mundial de Davos. 23 de enero de 2025.

(2) Neiman, S. (2024). Izquierda no es woke. Debate.

(3) Rieff, D. (2024). Desire and Fate.

 

Editado por Norka Peralta Liñán

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