EXCESOS. La incidencia de afecciones crónicas no transmisibles está asociada, entre otros factores, al alto consumo de azúcares.

El azúcar que no vemos: su consumo duplica el límite recomendado

El azúcar que no vemos: su consumo duplica el límite recomendado

EXCESOS. La incidencia de afecciones crónicas no transmisibles está asociada, entre otros factores, al alto consumo de azúcares.

Ilustración: Claudia Calderón

El agregado de azúcares a la mayoría de alimentos, ya sea para endulzarlos, darles volumen, textura o color, genera un consumo silencioso cada vez más frecuente. La evidencia científica disponible sugiere que los altos niveles de azúcar generan adicción y efectos nocivos en la salud, como obesidad, diabetes e hipertensión. En Perú, la ingesta de azúcar refinada duplica el límite recomendado por la Organización Mundial de la Salud. Días atrás, el Ministerio de Salud amplió el plazo para que las importadoras, las micro y pequeñas empresas utilicen stickers para señalizar los octógonos en sus productos hasta el 31 de diciembre. Esta prórroga retrasa la implementación de etiquetas indelebles, que buscan desincentivar el consumo de azúcares, además de las grasas saturadas y el sodio.

10 Abril, 2022

Leche, yogurt, jugo de frutas, panes, embutidos y mermeladas acompañan los desayunos de algunos hogares. Sopas en sobre, salsa de tomate, pizzas congeladas y hamburguesas pueden encontrarse como parte de un plato de fondo. Chocolates, pasteles y helados se consumen como si se tratasen de la cuota dulce del día. Todos estos alimentos tienen un elemento en común: llevan azúcares en su composición.

De acuerdo con los registros disponibles, el consumo de azúcar refinada a nivel nacional es de 54 gramos, lo que representa más del doble de lo recomendado por las instituciones de salud internacional (aproximadamente 25 gramos al día). Esta ingesta no está asociada únicamente a dulces, sino también a otros alimentos y bebidas donde los azúcares pasan inadvertidos. Incluso, en muchos que se promocionan como saludables.

“El 80 % de los azúcares que ingerimos nos vienen sin darnos cuenta en alimentos procesados como las salsas y los refrescos, lo que puede afectar a personas que a lo mejor evitan la bollería industrial”, afirmó Josefina Llargués en su libro Slow Fast Food.

En efecto, un yogur comercial, por ejemplo, puede contener hasta 29 gramos de azúcar, una cantidad que supera por 4 gramos el máximo recomendado al día por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Incluso bebidas que se presentan como jugos naturales y con “100% de vitamina C” contienen aproximadamente 30 gramos de azúcares añadidos, según información de la plataforma Sugar Science, una iniciativa de investigadores de la Universidad de California (UCSF) que reúne la evidencia disponible sobre el consumo de azúcar.

Hay muchos productos que llevan azúcar en su formulación y que, si no te pones a leer el etiquetado, no te vas a enterar”, explicó Claudia Nieto.

La omnipresencia del azúcar se debe a que, aunque está dividida fundamentalmente en dos grupos —el añadido a los productos (extrínseco) y el que está de manera natural en los alimentos, como ocurre con las frutas (intrínseco)—, se presenta en el día a día con más de 60 nombres distintos.

Tal es el caso del azúcar morena y blanca (que se suelen utilizar en casa), jarabe de malta o  jarabe de arce (las cuales acompañan crepes o panqueques), fructosa (que se encuentra naturalmente en frutas y vegetales y, de forma artificial, en comidas preenvasadas, panes y aderezos para ensaladas), cristales de caña, melaza, dextrosa, maltosa, entre otras denominaciones.

La amplia clasificación del azúcar constituye una manera en la que la industria alimenticia distribuye la información en el empaquetado sin que sea perceptible para el consumidor. “Hay muchos productos que llevan azúcar en su formulación y que, si no te pones a leer el etiquetado, no te vas a enterar”, explicó Claudia Nieto, nutricionista e investigadora del Instituto Nacional de Salud Pública de México, a OjoPúblico.

El agregado de azúcares en diferentes productos no solo responde al objetivo de aportar dulzor a las comidas, sino también de proporcionar textura, colores y volúmenes diferentes. “Un alto contenido de azúcar, dependiendo cómo lo combines con los demás ingredientes, te puede servir como conservador”, apuntó Nieto. Por ejemplo, en el caso del ketchup los azúcares añadidos se utilizan para reemplazar el tomate, que es uno de los ingredientes más caros de la salsa, y para agregar volumen y textura al producto final.

Sin embargo, adicionar azúcar a productos que no lo necesitan naturalmente trae consigo un consumo excesivo de este compuesto e implica mayores complicaciones para la salud. El Ministerio de Salud (Minsa) afirma que el aumento del sobrepeso a lo largo del tiempo —que pasó de 33,8%, en 2013, a 37,9%, en 2020— se debe, principalmente, a cambios muy rápidos en el sistema alimentario. “En particular, a la disponibilidad de alimentos y bebidas ultraprocesadas baratas en los países de ingresos bajos y medianos, y a reducciones importantes en la actividad física”, detalla en el “Plan Nacional de prevención y control del sobrepeso y obesidad en el contexto de la covid-19”.

En 2020, casi el 40% de la población peruana presentaba, al menos, una enfermedad no transmisible, como obesidad, diabetes o hipertensión arterial, de acuerdo con un informe del Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI). Las investigaciones disponibles apuntan a que el consumo excesivo de azúcares —a través de bebidas, alimentos procesados, y aquellas que se consumen en productos elaborados en casa—  genera estos impactos nocivos para la salud. Además, existe una bibliografía cada vez más contundente sobre la relación entre el consumo de azúcares refinados, su incapacidad de producir sensación de saciedad y sus efectos adictivos.

AZÚCAR. Ilustración: Claudia Calderón

 

Siempre hay necesidad de más

 

El deseo de querer comer una galleta tras otra tiene más de una explicación. Una de ellas está relacionada con que los productos ultraprocesados no tienen la capacidad de saciar el hambre. Por ejemplo, un plato de arroz con pollo y salsa criolla, de acuerdo al nutricionista del Instituto Nacional de Salud (INS) Jimmy Cainamarks, podría aportar alrededor de 500 calorías, mientras que almorzar una gaseosa con un quequito que podrían aportar entre 250 y 300 calorías.

Ambas opciones poseen importantes cantidades de calorías, pero solo una saciaría el hambre durante el almuerzo y la otra no. “El problema con los ultraprocesados es que estamos comiendo mayor cantidad de calorías en volúmenes menores”, explicó el especialista. Jimmy Cainamarks indicó que comer solo la porción de la bebida azucarada y el quequito no llenaría a la persona y le exigiría comer algo adicional, que sumará a su dieta más niveles de azúcar.

Otra explicación asociada a la necesidad de consumir alimentos azucarados se encuentra en que los productos ultraprocesados están diseñados específicamente para que posean determinado dulzor para hacer que el cuerpo desee ingerir más. “Los ultraprocesados son productos hiperpalatables, pues están diseñados para que ciertos receptores de la lengua generen reacciones y quieras seguir comiendo ese producto”, explicó la nutricionista Claudia Nieto.

Cualquiera que sea el parámetro utilizado para establecer el consumo máximo de azúcar, los países de Latinoamérica lo superan".

El uso del azúcar dentro de la industria alimentaria no es azaroso: aproximadamente desde inicios de los 2000, se ha destinado grandes cantidades de dinero para realizar investigaciones sobre cómo utilizarlo de manera metódica. El centro de investigación Monell Chemical Senses Center, por ejemplo, es una de las instituciones que recibió fondos de las grandes empresas a cargo de la venta de productos azucarados, tal como lo registra en su página oficial. El periodista Michael Moss cuenta en su libro que, tanto Coca-Cola como Nestlé, destinaron dinero a esta institución para desarrollar investigaciones.

Además, Moss tuvo acceso a registros confidenciales que evidencian los dilemas éticos en los que están involucradas estas compañías, pues demuestran que las empresas hacen un uso deliberado y calculado del azúcar en los productos que ofertan. “Fabricar un nuevo refresco que garantice la aparición del ansia requiere el fino cálculo del análisis de regresión e intrincados gráficos”, señala Moss en el libro Adictos a la comida basura.

Entre sus principales hallazgos destaca que era necesario que los productos contengan grasas y azúcares para que sean seductores para el consumidor. “Sólo estos dos ingredientes, sumados a la sal, parecían tener el poder de excitar el cerebro por la comida”, sostiene el autor.

En esa línea, la industria alimentaria realizó estudios orientados a determinar cuál es el punto necesario de azúcar para que el organismo alcance el pico de placer. En 2010, la investigadora Julie Mennella realizó ensayos con 356 niños de entre 5 y 10 años para encontrar el punto de éxtasis. Es decir, la cantidad exacta de dulzor que hace que el producto sea más placentero. Este descubrimiento fue utilizado por la industria para que cada producto contenga las cantidades exactas que generen sensaciones agradables y, de esta manera, el consumidor desee ingerir más.

Foto: Andina

ADITIVO. El azúcar se incorpora en la cocina casera diaria y en la producción de alimentos ultraprocesados. 
Foto: Andina

 

En paralelo, desde hace medio siglo, ha habido un creciente número de investigaciones que apuntan a que el consumo excesivo de azúcar provocaría reacciones químicas cerebrales similares a la de una droga; por lo que sería potencialmente adictiva. Y, además, está demostrado que —de manera biológica—, el azúcar tiene un impacto en el sistema de recompensa del cerebro, denominado sistema de dopamina mesolímbica.

¿Cómo funciona? Luego de consumir algún alimento o producto azucarado este sistema se activa y libera dopamina asociándolo a sensaciones positivas. “La activación de este sistema conduce a intensos sentimientos de recompensa que pueden resultar en antojos y adicción”, explica la neurocientífica Amy Reichelt en un artículo de The Conversation.

Uno de los hallazgos más controversiales en ese campo de investigación consistió en que la zona del cerebro que se activa al ingerir azúcar es la misma que al consumir cocaína. “La ‘adicción alimentaria’ parece plausible porque las vías cerebrales que evolucionaron para responder a las recompensas naturales también son activadas por drogas adictivas”, indica un estudio publicado en Neuroscience & Behavioral Reviews en 2008.

Sin embargo, las investigaciones sobre la relación adictiva con el consumo de azúcar ha sido desarrollada principalmente en ratones. Por ejemplo, los estudios realizados por Anthony Sclafan durante su faceta como estudiante de posgrado en 1976 demostraron que el azúcar podría inducir a los ratones a consumir mucho más de la que necesitaban, además de presentar una ansiedad que superaba sus frenos biológicos y subir de peso rápidamente. Esta investigación fue considerada por los científicos como una de las primeras pruebas de la ansiedad alimentaria.

A pesar de esos avances, la aún escasa evidencia en humanos ha sido utilizada por la industria alimentaria para desestimar estos hallazgos. “Aunque hay muchos puntos biológicos en común entre las dietas endulzadas y las drogas de abuso, actualmente se desconoce el potencial adictivo de la primera en relación con la segunda”, concluye un artículo publicado en la revista Plos One.

 

Superando los límites

 

Cualquiera que sea el parámetro utilizado para establecer el consumo máximo de azúcar, los países de Latinoamérica lo superan. De acuerdo con información de la OMS, los azúcares añadidos que ingerimos en la dieta diaria no deberían superar el 5% de las calorías que se necesitan al día. Si una persona promedio requiere de 2.000 calorías, este 5% representan 100 calorías que es aproximadamente 25 gramos de azúcar al día. Por su parte, la American Heart Association (AHA) recomienda no más de 38 gramos al día de este tipo de azúcares para hombres y no más de 25 gramos para mujeres.

En Perú  —indicó Jacoby Martínez, exasesor regional en nutrición y actividad física de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), durante una conferencia del Instituto Nacional de Salud realizada el año pasado— se consumen entre 50 y 75 gramos de azúcar por día, de acuerdo con información de The Global Sugar Glut de 2007. “Cifra alta compartida con Colombia y Paraguay. Es posible que haya subido”, añadió. Asimismo, un informe de la OMS de 2019, que incluyó a siete países de la región (Argentina, Brasil, Chile, Colombia, México, Perú y Venezuela), halló que el 43% de las calorías consumidas por los latinoamericanos provienen de azúcares libres como parte de su dieta diaria. Es decir, de productos que aportan, principalmente, azúcar y no otros nutrientes.

 

 

Aunque dichos datos están centrados, sobre todo, en el consumo de alimentos, también hay información sobre la ingesta de bebidas azucaradas que, de acuerdo con el nutricionista Cainamarks, es mayor que la de los sólidos azucarados. El consumo promedio a nivel mundial de bebidas azucaradas es de aproximadamente 140 mililitros diarios. Sin embargo, la información disponible revela que el consumo promedio por adulto en América Latina y el Caribe es el más alto del mundo: 360 mililitros diarios por adulto.

Los datos demuestran, además, que en Perú se consumen cantidades considerables de bebidas azucaradas, como gaseosas y jugos envasados en la dieta diaria. El libro Alimentemos el cambio: por una producción y un consumo sostenibles da cuenta de que la venta de bebidas carbonatadas en el país creció en un 50,8% desde 2004 al 2018. Sin embargo, esta ingesta continúa siendo inferior a la de otros países de la región.

De acuerdo a un estudio que analizó datos del 2015 y se publicó en la revista Current Developments in Nutrition en 2019, México es el país que consume mayor cantidad de bebidas azucaradas con una ingesta de más de medio litro diario. Esta nación es seguida por Surinam y Jamaica, en donde las personas ingieren alrededor de 440 mililitros al día.

Este exceso en el régimen alimentario de la población latinoamericana está relacionado con la transición nutricional por la que está atravesando la región. La urbanización y el crecimiento económico —señala Alimentemos el cambio: por una producción y un consumo sostenibles— ha traído consigo transformaciones en los estilos de vida. Perú, ejemplifica el libro, es uno de los países que se encuentra en una fase de sustitución de comidas tradicionales mayormente caseras por productos procesados con un exceso de azúcares y grasas.

La industria alimenticia distribuye la información en el empaquetado sin que sea perceptible para el consumidor".

Los datos a nivel nacional recopilados en una reciente investigación publicada en la revista Nutrients señalan que el consumo de gaseosas, energizantes y néctares en el país es de 120 mililitros, mientras que el de refrescos caseros como limonada, café, té y jugos de frutas es de más de 280 mililitros. Aunque estos últimos parecen más saludables por ser hechos en casa, al contener altas cantidades de azúcar, dejan de serlo. Además, las porciones consumidas son considerablemente superiores al promedio mundial (140 mililitros en el 2010). No obstante, existe una diferencia temporal entre el recojo de los datos, puesto que la información internacional es de hace más de una década, mientras que la de Perú presenta una antigüedad de hasta cuatro años.

El estudio, realizado por investigadores de universidades nacionales e internacionales, halló que el sexo masculino y la vida en zonas urbanas estuvieron asociados a una mayor ingesta de productos listos para beber. Lorena Saavedra, nutricionista de la Universidad de Carolina del Norte, explica que una de las razones que permite entender estas características reside en que los varones suelen tener una mayor ingesta energética y un ligero mayor consumo de bebidas que una mujer. “Un aspecto interesante es que las gaseosas son las bebidas azucaradas embotelladas que más se consumen sin importar el nivel socioeconómico”, agregó.

El incremento en la edad también se relacionó a un mayor consumo de bebidas caseras, mientras que las generaciones más jóvenes estuvieron asociadas a un mayor consumo de bebidas listas, como gaseosas, energizantes, agua endulzada y néctar. Asimismo, la ingesta de este tipo de bebidas fue mayor en las áreas urbanas que en las zonas rurales. “Esos eran patrones que ya se han descrito en la literatura existente, pero que [en este estudio] lo corroboramos”, dijo Rodrigo Carrillo, uno de los autores del estudio, a OjoPúblico.

 

Elecciones alimenticias nocivas

 

“La dosis hace el veneno”, dicta una frase popular, atribuida al alquimista y médico suizo Paracelso. Esta es igual de aplicable al consumo de azúcar. Este compuesto no es intrínsecamente perjudicial para la salud. De hecho, es necesario que, como parte de la dieta diaria del ser humano, se incluya este tipo de carbohidratos para poder convertirlos en energía que el cuerpo utilizará.

El problema se desencadena cuando estos se consumen en exceso. “[La afectación a la salud] depende de la cantidad que se consume, porque el azúcar común o de mesa que añadimos a los productos también tiene un origen natural, porque es extraído de la caña de azúcar o de la betarraga o de la miel. No es que uno sea más nocivo que el otro sino que depende más que nada de la cantidad”, explica Lorena Saavedra.

Algunos de los primeros daños del consumo de azúcares son ampliamente conocidos, como la aparición de caries y una alimentación débil al consumir alimentos con menos nutrientes. Sin embargo, cuando este inadecuado hábito alimenticio se da de manera recurrente, puede desencadenar en enfermedades no curables, como la diabetes y la hipertensión.

Foto: Andina

IMPACTOS. Las consecuencias de los inadecuados hábitos alimenticios se reflejan en que casi el 40% de la población presenta enfermedades no transmisibles. 
Foto: Andina

 

Antes de desarrollar alguna de estas patologías, se presenta una condición cada vez más común a nivel mundial: la obesidad. La OMS la define como un aumento excesivo en la grasa corporal y la ha catalogado como uno de los principales factores que predisponen al desarrollo de enfermedades crónicas no transmisibles.

En Perú, desde 2013 hasta 2020, la incidencia de esta condición ha aumentado en seis puntos porcentuales, pasando de 18,3% a 24,6%. Los datos recogidos en 2017 demostraron que uno de cada cinco peruanos mayores de 15 años tenía obesidad. Además, un reporte del Minsa de 2015, recogido por el libro Alimentemos el cambio: por una producción y un consumo sostenibles, sostiene que en Perú el 72% de adultos no pobres de entre 30 y 59 años presenta sobrepeso y obesidad.

¿Qué es lo que pasa en el organismo para que el azúcar se convierta en esta grasa en exceso? Jimmy Cainamarks explicó a OjoPúblico que el exceso en el consumo de azúcar deja de convertirse en energía y pasa a almacenarse en el organismo como grasa. Lo que ocurre, indicó, es que los azúcares que ingresan en la sangre son transformados en el hígado para dirigirlo a diferentes partes del cuerpo, pero cuando hay altos niveles de azúcares y no hay dónde almacenarlos, el hígado lo transforma en grasa y los guarda en zonas como el área abdominal. “Esa energía en exceso se transforma en grasa”, indicó.

Hugo Arbañil, médico endocrinólogo del Hospital Dos de Mayo, complementó esa explicación con otro factor: la ingesta de azúcares estimula al páncreas constantemente, aumenta el consumo de calorías y provoca que los niveles de triglicéridos incrementen. “Con el paso del tiempo, esto termina en una glucosa elevada, es decir, diabetes”, dijo.

Dicha enfermedad constituye otro de los grandes problemas de salud que afecta a la población mundial y que está estrechamente vinculada al régimen alimenticio y el estilo de vida. En Perú, 4,5% de las personas de 15 años o más fueron diagnosticadas con diabetes por un médico alguna vez en su vida. De todos ellos, el 69,7% indicó que llevó tratamiento médico durante el 2020.

 

 

Sin embargo, entre 2020 y 2021 ha existido un subregistro de los casos de diabetes en el país, asociado al cierre de la atención primaria durante el primer año de pandemia. El Centro para el Control y Prevención de Enfermedades de Perú advirtió que la vigilancia de los pacientes con diabetes cayó en un 60% en 2020 y, el año pasado, las cifras no se recuperaron. Existen, en paralelo, otras enfermedades no transmisibles asociadas al consumo excesivo de azúcar, como enfermedades cardiovasculares y la hipertensión. En el país, el 39,9% de personas de 15 o más años presentó al menos una comorbilidad: obesidad, diabetes o hipertensión.

La incorrecta alimentación también ha sido asociada a desenlaces mortales. La Organización Panamericana de la Salud informó, con base en un estudio de 2010, que “América Latina y el Caribe tiene la mayor mortalidad absoluta del mundo relacionada con el consumo de bebidas azucaradas”. De acuerdo con el documento, publicado en setiembre de 2021 en la Revista Panamericana de Salud Pública, en Latinoamérica ocurren 159 muertes por millón de habitantes asociadas a este tipo de consumo, y de esas el 80% está vinculada con la diabetes.

Durante la pandemia de coronavirus, estas comorbilidades también han estado relacionadas a mayores riesgos de contraer la infección y desarrollar una enfermedad grave. Por lo que, el Minsa publicó un Plan Nacional de Prevención y Control del Sobrepeso y Obesidad en el contexto de la covid-19. En el mismo se estableció la continuidad de los impuestos a las bebidas azucaradas y subsidios a los alimentos saludables, como principales directrices. El documento también hizo énfasis en la promoción de la actividad física, especialmente en las regiones que mayor prevalencia de sobrepeso y obesidad presentan: Tumbes, Moquegua, Lima y Callao.

Estas medidas, acompañadas del diagnóstico temprano de las enfermedades crónicas no transmisibles (diabetes e hipertensión, por ejemplo) son claves para que las personas cuiden su alimentación, como lo evidencia un estudio, realizado en Perú y publicado a finales de enero pasado. Dicha investigación halló que las personas que son conscientes de tener diabetes presentan un menor consumo de bebidas azucaradas en comparación con aquellas que no. Por eso, los autores destacan la importancia de realizarse análisis anuales y, sobre todo, de apuntar a la prevención de estas enfermedades.

 

Un alto al desenfreno

 

Ante el incremento a nivel mundial del consumo de azúcares, la OMS propuso una serie de soluciones basadas en evidencia para reducir la ingesta de estos compuestos. Los esfuerzos por regular el consumo de productos azucarados en Perú empezaron con la aprobación de la “Ley de promoción de la alimentación saludable para niños, niñas y adolescentes”, en 2013, y la posterior aprobación de la “Ley de promoción de alimentación saludable”, en 2017.

Esta normativa proporcionó los parámetros técnicos para regular la oferta de productos con altos contenidos de azúcares, sodio y grasas saturadas. De esa manera, se establecieron dos fases para la implementación de advertencia a aquellos productos que excedan los límites permitidos. La primera fase inició luego de la publicación del “Manual de Advertencias Publicitarias”, en 2018.

El problema con los ultraprocesados es que estamos comiendo mayor cantidad de calorías en volúmenes menores”, dijo Jimmy Cainamarks.

Allí se indicó que los productos sólidos con niveles mayores a los 22,5 gramos por cada 100 gramos de porción deberían llevar una advertencia publicitaria, conocida como octógonos, de alto en azúcares. Lo mismo se aplicó a las bebidas azucaradas que superen los 6 gramos de azúcar por 100 mililitros. Esa primera fase permitió la implementación del etiquetado a manera de autoadhesivo hasta el 30 de junio de 2021.

La segunda fase, que inició en setiembre del año pasado, estableció que las cantidades permitidas se redujeran a 10 gramos de azúcar por cada 100 gramos en productos sólidos y a 5 gramos de azúcar por cada 100 mililitros en el caso de las bebidas endulzadas, y que las etiquetas debían ser indelebles. Sin embargo, los gremios de la industria alimentaria presionaron para que el uso de adhesivos se amplíe. Tras un acuerdo con estas industrias, el Minsa prorrogó esta exigencia para permitir que las micro y pequeñas empresas, así como las importadoras, coloquen una advertencia adhesiva, en lugar de una indeleble, hasta el 31 de marzo de 2022.

El mismo día que se cumplía el plazo, una ampliación de la normativa fue aprobada y entró en vigencia el 1 de abril. Esta prórroga permite que los productos importados y los producidos por micro y pequeñas empresas lleven octógonos adhesivos hasta el 31 de diciembre de este año. La medida resulta inequitativa con aquellos productores que vienen implementando la rotulación indeleble. “La norma implica una trasgresión a los derechos a la información y la salud de los consumidores a la par que desalienta a los empresarios que sí cumplen la ley y que, desde un primer momento, imprimieron los octógonos en sus etiquetas”, señaló la Asociación Peruana de Consumidores y Usuarios (ASPEC), a través de sus redes sociales.

El nutricionista Jimmy Cainamark señala que la implementación de esta normativa también estaba orientada a que las empresas reduzcan los niveles de azúcar. Sin embargo, esto no ha ocurrido: un estudio, elaborado por la OMS y publicado en 2019, determinó que de los 259 productos analizados, entre nacionales e internacionales, cerca de la tercera parte (31,7%) superaban los límites de azúcar recomendados por la OPS y que no se incluyen en la categoría “alto en azúcar”.

Esta investigación también evaluó el cumplimiento en la implementación de las advertencias publicitarias y halló que cerca del 22% de los empaques analizados incumplían con la normativa. “La proporción de incumplimiento es menor en los productos nacionales (12,3%) que en los importados (40,9%)”, acotó. Al respecto, la nutricionista Claudia Nieto resaltó que “un buen etiquetado ayuda a que el consumidor tome mejores decisiones”.

Foto: Andina

ADVERTENCIAS. La incorporación de octógonos tiene el fin de desincentivar el consumo de productos nocivos para la salud.
Foto: Andina

 

En esa línea, otra medida impulsada en 2018 fue un incremento de impuestos selectivos a las bebidas azucaradas, las cuales pasaron de 17% a 25% en aquellas que contienen 6 gramos o más de azúcar, edulcorante o aromatizadores por cada 100 mililitros. Un análisis realizado por la OPS determinó que 19 países de Latinoamérica crearon impuestos selectivos al consumo para este tipo de productos. En Perú, hubo fuertes presiones por parte del Congreso para trasladar la facultad de impuestos selectivos al consumo del Ministerio de Economía al Parlamento. Sin embargo, los dos proyectos de ley presentados por representantes de las bancadas de Acción Popular y Frepap en 2020 no fueron aprobados.

Las dificultades para implementar estas medidas se replican a nivel mundial, pues hay intereses cuando se trata de establecer normativas que regulen y limiten el consumo de productos que, en exceso, pueden ser perjudiciales para la salud. Sofía Rincón, consultora regional en Nutrición y Actividad Física del Departamento de Enfermedades No transmisibles y Salud Mental en la OPS, explicó en una conferencia del INS que las grandes industrias alimentarias ejercen presión para evitar que se apliquen regulaciones.

“La industria alimentaria aplica las mismas estrategias que el tabaco y otras corporaciones transnacionales durante los debates políticos para evitar, desviar o retrasar regulaciones para proteger sus intereses comerciales que dan forma a las economías políticas nacionales y regionales, desviando los intereses de salud pública", afirmó.

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