DESPEDIDA. La familia Martín Añasco despide a Esmeralda en el Cementerio General de Pasco, a más de 4.000 metros de altura.

Una piedra preciosa en la ciudad de los niños con plomo

Una piedra preciosa en la ciudad de los niños con plomo

DESPEDIDA. La familia Martín Añasco despide a Esmeralda en el Cementerio General de Pasco, a más de 4.000 metros de altura.

Fotos: OjoPúblico / Marco Garro

Esmeralda Martín, una de las niñas de Cerro de Pasco con altos niveles de metales pesados en la sangre, falleció el 14 de setiembre. Tenía solo 12 años, pero durante la mitad de su vida libró una lucha sostenida contra distintos males que atacaron su médula ósea y sangre. Su padre, Simeón Martín, acusa de negligencia al Hospital II de Essalud de Pasco, que trató la emergencia. Tras la muerte de Esmeralda, decenas de familias con niños enfermos se preguntan quién será la siguiente víctima. Esta ciudad minera, ubicada en los andes centrales y que se encuentra sobre los 4.000 metros sobre el nivel del mar, es la que tiene mayor exposición a metales en Perú. Un equipo de OjoPúblico acompañó a la familia en la despedida de Esmeralda y recogió las preocupaciones de decenas de habitantes.

17 Octubre, 2021

La llamaron Esmeralda porque para sus padres valía tanto como una piedra preciosa. La menor de tres hermanos, la más dulce. Durante los últimos seis años, la familia Martín Añasco se desvivió para conservar la salud de su joya más frágil: una niña de ojos chinos y cachetes colorados que sucumbía lentamente a una enfermedad en la sangre. Simeón, su padre, abandonó su trabajo de albañil para atenderla. La madre, Carmen, renunció a su puesto como profesora de primaria. Erick, el hermano mayor, hacía de enfermero: le daba las pastillas para cuidar el trasplante de médula que le habían hecho, le inyectaba la insulina para la diabetes, curaba sus encías cuando sangraban. 

En la sencilla casa de los Martín Añasco, en lo alto del distrito de Yanacancha, en Cerro de Pasco, la ciudad minera más alta del mundo y la que tiene mayor exposición a metales y metaloides en Perú, no había comodidades importantes, salvo por un dormitorio de paredes y muebles blancos y rosados, como el fuerte de una princesa. Allí, entre muñecas de Blanca Nieves, Cenicienta y la Bella Durmiente, Esmeralda Martín fue, en sus juegos, lo que no pudo en la vida real por sus males: la mejor amiga, la ganadora de todas las competencias, la lideresa del salón de clase. Había días en que su padre la descubría hablando a solas con sus peluches, riendo a carcajadas o peleando. 

Simeón Martín: A veces pensaba, "¿mi hija no estará loca?". Pero en el fondo yo comprendía. 

Es una tarde helada del 15 de setiembre, Esmeralda Martín ha muerto hace un día. Tenía 12 años. Hace un frío que hinca en la piel y al local del Sindicato Único de Trabajadores del Tajo Raúl Rojas han llegado señoras empolleradas, señores de pómulos marcados, jóvenes amables y varios niños chaposos que corretean alrededor del ataúd blanco en el que yace quien fuera considerada, por su ciudad y por la prensa, como la niña símbolo de la lucha contra la contaminación por metales pesados en Pasco. Varios de esos chicos que ahora corretean y ríen también tienen plomo, mercurio, cadmio o arsénico en la sangre, y están enfermos. El velorio de Esmeralda es una paradoja entre la vida y la muerte.

Carmen Añasco: Era buena alumna, en el jardín de niños sacaba primeros puestos, pero a los seis años comenzó a sangrar por la nariz. Los doctores dijeron que tenía aplasia medular. Yo no sé qué significa eso, yo ni entendía. Estaba llena de plomo y de arsénico… Mucho ha sufrido. Tantos años ha aguantado mi niña. ¿Por qué nos han hecho esto? ¿Por qué no hay justicia?... Por fin ya está descansando, pero yo quiero que me la devuelvan a la vida. 

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DESCANSO. La familia Martín Añasco había dispuesto el lugar más cómodo de la casa para su hija Esmeralda.

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GUARIDA. La habitación de la niña símbolo de la lucha contra la contaminación por metales pesados era un lugar adornado con muñecas y juegos, que le ayudaban a sobrellevar su mal.

 

La historia de la enfermedad de Esmeralda se remonta al 2016, cuando sus padres encontraron moretones en sus brazos y en sus piernas. Al principio creyeron que su maestra la golpeaba en el colegio. Pero, al poco tiempo, la niña comenzó a sangrar por la nariz. Cada vez se sentía más cansada y débil, adquirió un color pálido. Dejó de ser la persona juguetona y coqueta que todos conocían y se convirtió en una versión disminuída y gris, como el plomo que hoy condena la vida de miles de cerreños. 

Después de recorrer distintos hospitales, los Martín Añasco llegaron a Lima donde, por fin, les dieron un diagnóstico: aplasia medular. La médula ósea de Esmeralda, ese tejido que se encuentra dentro de los huesos y funciona como una fábrica de las principales células de la sangre, estaba dejando de producir glóbulos rojos, glóbulos blancos y plaquetas. La niña quedaba expuesta a fuertes anemias, infecciones y hemorragias. El tratamiento, que inició en los hospitales de Essalud de Lima, duró varios años y obligó a sus padres a abandonar sus trabajos en Pasco. Los esposos ahorraban dinero vendiendo caramelos en buses que recorrían la capital y también dormían en las bancas de los parques. 

En 2017, Esmeralda pasó por un dosaje de plomo en la sangre que marcó 28 mcg/dl. Es decir, 28 microgramos de plomo por cada decilitro de sangre. Un microgramo es la millonésima parte de un gramo (000000,1 g) y un decilitro la décima parte de un litro (0,1 l). Parece una cantidad ínfima e invisible a simple vista, pero es extremadamente peligrosa. Para la Organización Mundial de la Salud (OMS), por ejemplo, no existe un mínimo permitido de plomo en sangre, pues su presencia en el cuerpo humano siempre es un riesgo. En especial para los niños y niñas: dependiendo de la fuente de contaminación, pueden absorber hasta cuatro o cinco veces más que los adultos de este metal venenoso. 

Tras una dura batalla burocrática con Essalud, en 2019, la familia consiguió que el seguro social financie un viaje a Argentina, para que Esmeralda reciba un trasplante de médula. Pensaron que así todo mejoraría. Pero en Buenos Aires se enteraron que la niña también necesitaba un tratamiento de desintoxicación por la cantidad de metal que su cuerpo había alojado durante años. Luego de su regreso, a inicios de 2020, los Martín Añasco acamparon frente al Ministerio de Salud (Minsa) junto a otras cuatro familias de Pasco: exigían un nuevo viaje para seguir con la recuperación de la pequeña. Tras unas semanas, consiguieron el compromiso de la Presidencia del Consejo de Ministros (PCM), pero llegó la pandemia y toda promesa quedó suspendida. En un reportaje de 2020, OjoPúblico dio a conocer no solo la situación de Esmeralda sino también la de los demás niños con plomo de Cerro de Pasco.

Los niños pueden absorber hasta cuatro o cinco veces más de plomo que los adultos". 

Durante más de un año, los padres y el hermano de Esmeralda la cuidaron en casa, como el equipo médico más esmerado y amoroso. Ni siquiera iban a los hospitales, estaban cerrados por la emergencia sanitaria de la Covid-19. En agosto de 2021, Esmeralda recayó de nuevo: perdió el color rosado de sus mejillas, comenzó a sangrar y abandonó las clases virtuales por el agotamiento. En Lima, le diagnosticaron púrpura trombocitopénica idiopática (PTI), una enfermedad con nombre de trabalenguas en la que el sistema inmune destruye las plaquetas, necesarias para la coagulación de la sangre. Desde entonces, la niña solo resistiría unas semanas más con vida. 

Simeón Martín: Yo le decía “mi vida, tú eres mi amor”. “No”, me respondía ella, “tú eres mi amor. ¿Hasta cuándo entenderás? Eres mi amor”. Así conversábamos con mi hija. Nos dormíamos juntos, nos sentábamos juntos a comer… Le gustaba el dulce, los pasteles, se emocionaba cuando la invitaban a una fiestita. A veces la llevábamos bien protegida y, cuando repartían los bocaditos, le decíamos “vas a comer solo uno o dos, por favor”, por su diabetes. Pero, como ella llevaba su carterita, allí llenaba todo. Y llegaba a la casa y los escondería pues, ¿no? Porque ahora, que sacamos todo de su cuarto, hemos encontrado una bolsa de caramelos. En otro lado, envolturas de caramelos… Le prohibíamos todo lo que se le debería haber dado a una niña.

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LIMPIEZA. Simeón Martín, padre de Esmeralda, carga las ropas de su hija recién fallecida, para mandarlas a lavar al río. 

 

El caso de Esmeralda Martín no es aislado. En Pasco, según las cifras del Centro Nacional de Epidemiología, Prevención y Control de Enfermedades del Minsa, hasta finales de 2018 existía la tasa más alta de exposición a metales pesados y metaloides del país. Unas 22 de cada 1.000 personas están sometidas a este tipo de contaminación. Los más vulnerables son los niños: casi 17 de cada mil menores de 12 años están expuestos al plomo, el arsénico o al aluminio. 

En los niños, la exposición al plomo puede ocasionar una cantidad enorme de enfermedades y problemas: retraso mental, trastornos del comportamiento, anemia, hipertensión, disfunción renal, dolores articulares y musculares crónicos, pérdida de memoria, retraso del desarrollo psicomotor, convulsiones, retraso en el habla o el lenguaje, vómitos, pérdidas de consciencia, talla baja, anorexia, escasa concentración, sabor metálico en la boca. Muchos de estos síntomas aquejan a los chicos cerreños.

En el Perú, según el último Manual de atención de Personas expuestas a Plomo del Minsa, una de las principales actividades relacionadas a la contaminación por este metal es la minería. Cerro de Pasco tiene una antigua historia de explotación minera, que inició alrededor del siglo XVII. Pero no fue hasta la primera mitad del siglo XX cuando se desarrolló la minería a gran escala, con la Cerro de Pasco Copper Corporation. 

Dicha compañía inauguró operaciones a tajo abierto: excavaciones que se hacen sobre la superficie. Apareció por esa época el tajo Raúl Rojas, un hoyo inmenso como la boca de un embudo deforme, que se encuentra en medio de la ciudad. Luego, este tajo pasaría a la Empresa Minera del Centro del Perú (Centromin) y, por ahora, está bajo la custodia de Volcan, parte del conglomerado suizo Glencore. Aunque la empresa suspendió las actividad en Raúl Rojas en 2012, ese hueco de más o menos dos kilómetros de diámetro por 400 metros de profundidad parece una suerte de cicatriz descomunal que todavía no sana. 

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PAISAJE MINERO. Desde la casa de los Martín Añasco, en los cerros de Yanacancha, se ve el enorme tajo Raúl Rojas. 

 

Desde la casa de los Martín Añasco, en lo alto de uno de los cerros del distrito de Yanacancha, se observa el tajo con claridad. Con ese paisaje de fondo, Esmeralda Martín la pasó muy enferma la mitad de su vida corta e intensa. 

Simeón Martín acusa al Hospital Nivel II de Pasco de negligencia médica. Cuenta que la ambulancia tardó tres horas en llegar a su casa. Y, cuando entraron a Emergencias, el doctor que los recibió les reclamó por qué no habían viajado directo a Lima. Dice el padre que demoraron tres horas más para derivarla al Hospital Nacional Edgardo Rebagliati, en la capital. Y que, durante la espera, Esmeralda no recibió ningún calmante, ni la examinaron con cuidado. A la medianoche, subieron a la ambulancia que los trasladaría: solo una enfermera y ningún medicamento para el camino. Simeón recuerda que, luego de unas seis horas de viaje, cuando faltaban un par de cuadras para llegar al Rebagliati, su niña exhaló: “papá, ya no puedo más”. 

Esmeralda llegó sin vida al hospital, la mañana del 14 de setiembre. Cuando le solicitaron el permiso para practicarle la autopsia, el padre se negó. “Ya mucho ha sufrido en vida”, pensó, “no quiero maltratar más su cuerpo”. Por esa razón, según el señor Martín, se negaron a entregarle el cadáver. Hasta que aparecieron unos policías que, discretamente, le ofrecieron “solucionar” el problema. Podían conseguir el acta de defunción firmada por un médico, le dijeron, solo le iba a costar 500 soles. Simeón, desorientado, accedió. A los minutos, le entregaron el acta y el cuerpo de la más pequeña de su familia. 

Essalud dice que el procedimiento fue irregular. Que el doctor que firmó el acta de defunción —Víctor Lenín Sáenz Tejada, médico de la Subgerencia de Atención Domiciliaria, que en ese momento estaba en el hospital aunque no se encontraba de turno—, actuó de forma personal y usó indebidamente los sellos oficiales del seguro social. La institución asegura, también, que aplicará las sanciones legales y administrativas del caso. Un mes después, no se sabe qué pasó con los responsables. 

Simeón Martín: Yo sí voy a hacer justicia, voy a buscar a los responsables de su muerte. Si ellos no hacen justicia, yo lo voy a hacer. Si hay un culpable, que pague. Si hay dos, que paguen todos. Yo no quiero que me indemnicen, el dinero no es nada para mí... Voy a sacar mis últimas fuerzas para hacer respetar el cadáver de mi hija... Porque yo sí la he amado.

 

Los niños de los metales pesados

Tras la muerte de Esmeralda Martín, muchas familias en Cerro de Pasco se hacen una pregunta: ¿quién será la siguiente víctima? Entre esas personas están Yolanda Macuri y su hijo, Josué Tolentino. 

Los cuadernos escolares de Josué —ojos pardos, flaco, muy tímido— tienen varias tareas sin resolver. Hay ejercicios de escritura incompletos. Debajo de la serie de palabras “casa-cama-carro-cariño” tambalea una caligrafía desordenada. Las sumas y restas no tienen solución. Cuatro mil quinientos cincuenta y siete menos tres mil ocho es igual a nada. José Tolentino está en cuarto de primaria, pero todavía no aprende a escribir y a leer. Tiene 17 años. Dice que quiere ser ingeniero, aunque no sabe bien por qué. Le han contado que es algo importante.

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ESPERA. Yolanda Macuri pide un mejor tratamiento médico para su hijo, Josué Tolentino, un adolescente con plomo en la sangre y varias enfermedades. 

 

Junto a su madre, una anciana desempleada, vive en una casa pequeña y mal iluminada de Paragsha, en el distrito de Simón Bolívar, uno de los tres que conforman Cerro de Pasco. Su barrio está al borde de una pista accidentada y al pie de un cerro con casas grises, sin pintar. De acuerdo al Centro Nacional de Epidemiología, Prevención y Control de Enfermedades todos los distritos de Cerro de Pasco se encuentran entre los cinco más expuestos a metales y metaloides de la región. Yolanda, sin embargo, agradece que Dios oyó sus pedidos y le dio un lugar donde vivir. Por más que se trate de un paraje oscuro y contaminado.

Lo que la señora Macuri no agradece es la salud del menor de sus siete hijos. Su semblante cabizbajo y sus constantes quejidos de dolor. Josué Tolentino ha llegado a tener hasta 21,7 mcg/dl de plomo en la sangre y el Instituto Nacional del Niño de San Borja lo ha diagnosticado con uropatía, verrugas víricas, várices septales, cefalea, lumbago, ginecomastia y retraso mental. Dice Yolanda que ambos viven de los 10 o 15 soles que, de vez en cuando, les ofrecen algunos familiares y vecinos. 

Yolanda Macuri: Su almohada amanece puro sangre, parece carnero desollado. Su cara blanco también es. ¿Y por qué será, mamá, que a veces hace pichi en su pantalón? Eso me da pena. Ahora mis nietos le dicen: “tío, ¿por qué estás chiquiteando?”. Bien estaba creciendo, bonito ya estaba mi hijo, pero ya no tiene normalidad. 

En el centro de salud solo les recetan paracetamol y a veces les niegan la atención", dice la madre de Josué.

Hace unos años, cuando estaba internado en Lima, Josué Tolentino intentó suicidarse. Quiso saltar del quinto piso del Hospital del Niño, pero lo detuvieron. Hasta había preparado una carta de despedida dedicada a su mamá. Yolanda dice que Josué está triste y su cuerpo, exhausto. Por eso, pide un buen tratamiento médico para él. Cada vez que visitan el centro de salud, reclama la señora Macuri, solo les recetan pastillas de paracetamol y hay ocasiones en que les niegan la atención médica. 

Yolanda Macuri: Yo les pregunto a los doctores ¿recién me van a dar resultados?, ¿recién me van a decir, papá, qué tiene mi hijo? Pero no me responden. ¿Será porque soy humilde o porque no sé leer? Tal vez es por eso, mamá, yo me olvido al toquecito cualquier cosa que me dicen. No me recuerdo… ya no me recuerdo.

Jorge Breña, coordinador de la Estrategia Sanitaria de Manejo de Metales Pesados de la Dirección Regional de Salud (Diresa) de Pasco, dice que las versiones de las familias sobre los tratamientos que reciben no son del todo ciertas. Según el funcionario, hay varios pacientes que no acuden a sus citas médicas, a pesar de la insistencia de los médicos y las facilidades que se les ofrece con los horarios: 

―Yo entiendo que las personas exijan sus derechos de ser atendidos, pero se olvidan de sus deberes. A veces, los visitamos en sus domicilios para saber por qué han faltado a sus citas médicas, les preguntamos cuándo van a ir. Nos dan una fecha, pero al final no aparecen. Entonces es responsabilidad de ellos también. 

Además, asegura, hay quienes exageran sus padecimientos o no comprenden el funcionamiento del sistema de salud peruano. Jorge Breña explica que cuando acuden a los lugares de primer nivel de atención, como postas o centros de salud, los padres y madres exigen que deriven a sus hijos a hospitales de Lima, que son del tercer nivel. Pero que, desde una posta, no se puede hacer eso: primero tendrían que pasar por un hospital de la región, del segundo nivel de atención. El obstáculo para sus traslados, afirma, es que la mayoría no presenta síntomas graves o de emergencia. 

―Tienen esa figura de que en la posta no les hacen nada o no los atienden. Esas son excusas. Hace un mes vino el ministro de Energía y Minas a Pasco, y he visto que la gente se quejaba y quejaba. Es un tema más coyuntural, no es netamente como ellos lo expresan. Pero aprovechan las cámaras para sacar provecho y tampoco no es correcto.

Frente a lo que dice el funcionario están las evidencias: la contaminación por plomo en Pasco es un problema antiguo que aún no tiene resolución. Por lo menos, existen ocho estudios que, a lo largo de 25 años, han dado cuenta de una situación muy perjudicial: en 1996 se detectaron niveles de plomo en sangre de hasta 60 mcg/dl en niños de las localidades Miraflores y Paragsha; una medida que actualmente es considerada por el Minsa como la más grave de las cuatro categorías que existen para medir la exposición al plomo.

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CONFLICTO. Cada tanto las autoridades lanzan ciertas medidas para controlar la situación de la exposición a los metales pesados, pero la población sigue insatisfecha.

 

Los conflictos sociales por este asunto también siguen vigentes. En 2012, el Ministerio del Ambiente declaró en Emergencia Ambiental seis localidades del distrito Simón Bolívar. Tres años después, un grupo de padres del distrito marchó a pie desde Pasco hasta Lima porque sus hijos seguían enfermos. Caminaron casi 250 kilómetros durante 13 días por la Carretera Central. En los últimos cinco años, otros distritos de Pasco también han sido declarados en Emergencia Sanitaria. Primero fueron Chaupimarca y Simón Bolívar, en 2017. Un año después, 12 distritos más de la provincia Daniel Alcides Carrión. A inicios de 2020, cinco familias contaminadas por plomo, entre ellas los Martín Añasco, montaron un campamento frente al Minsa, en una de las principales avenidas de Lima. Pedían por la continuación de los tratamientos de los niños. La protesta resistió hasta unos días antes de que se declare la emergencia sanitaria por la pandemia.

Las autoridades peruanas han tomado distintas medidas para mantener la vigilancia epidemiológica y la atención médica por la contaminación de metales pesados y metaloides, a lo largo de la última década. Pero el deterioro de la salud y la indignación de la población no tiene tregua. Hay, por ejemplo, una norma técnica que establece la vigilancia epidemiológica de los riesgos por exposición a metales pesados y metaloides, aprobada a inicios de 2015. También existe un manual de atención a personas expuestas a plomo, cuya última versión, aprobada en 2017, se actualizó después de 10 años. Y, además, están las guías para el tratamiento y diagnóstico por intoxicación por arsénico y por cadmio, pero no se renuevan desde hace 10 y ocho años, respectivamente. 

A finales de 2020, hubo un avance cuando apareció una directiva sanitaria que señalaba cómo atender de forma integral a la población expuesta a metales pesados, metaloides y otras sustancias químicas. Este año, también han continuado las acciones del penúltimo y el actual gobierno. En mayo, por ejemplo, se aprobó la “Ley para fortalecer la prevención, mitigación y atención de salud afectada por la contaminación con metales pesados y otras sustancias químicas”. Y, en setiembre, se formó una comisión en el Congreso, que investigará qué compromisos han cumplido el Ejecutivo y las empresas privadas, y cuáles son sus responsabilidades en la atención de la salud de las personas enfermas por algún metal.

La minera Volcan, por otro lado, que es una de las compañías más multadas por haber cometido infracciones ambientales, dice cumplir con el cuidado del entorno y con su labor de responsabilidad social. Según se lee en su sitio web, ayudan a estudiar a las poblaciones, monitorean sus enfermedades, les asisten para cuidar de su agricultura y ganadería. 

Pero, en Cerro de Pasco, muchos han dejado de confiar en estas decisiones que parecen importantes y prometedoras. Hasta ahora, ninguna ha transformado sus vidas ni ha sanado a sus seres queridos. 

Vilma Tovalino: Le voy a ser sincera: yo ya no creo en las autoridades, ya perdí la confianza. Mejor yo misma hago, yo misma enfrento. Hago mi actividad, con leñita hago mi truchada. Ofrezco por acá, por allá, para comprar su leche Ensure de mi hija. A ella le duelen sus pies, sus manos. Tiene leucemia, solo toma una pastilla Dasatinib al día. Mire, por ejemplo, a su papá de Esmeralda, tanto auxilio pedía, “ayúdame” decía, la niña misma decía “ayúdenme”. ¿Acaso han hecho algo? Nadie, nadie hizo nada. Solo cuando tengan hijos que estén mal van a saber de nuestro dolor. Pero yo no le deseo esto ni a mi peor enemigo. 

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QUINCEAÑERA. Kiara Castañeda, quien tiene leucemia, soñaba con un vestido rosado para su quinceañero, pero no lo pudo celebrar por los problemas en su familia. 

 

Kiara Castañeda, la hija de Vilma Tovalino, una jovencita de 15 años, con pestañas largas y ojos achinados, tiene leucemia mieloide crónica. La familia vive en Paragsha, al lado de unas montañas de desmonte de la minera Volcan. Vilma Tovalino señala los cerros artificiales y dice que, por las noches, se iluminan con el trabajo de unas máquinas que hacen ruidos extraños. 

Ella no solo pide por la salud de Kiara, sino también por sus otros tres hijos que dejaron de estudiar tras el diagnóstico de su hermana. Le gustaría que vayan a la universidad en otra ciudad o, si no se puede, a cualquier instituto. Pero hasta ahora, cuenta la mujer, nadie ha atendido sus demandas.

Vilma Tovalino: Vienen periodistas, vienen de distintos países. Nos toman fotos, nos graban, te preguntan varias cosas, te escuchan todo lo que has pasado, pero nada cambia… Ya estoy cansada... Discúlpame si le digo estas palabras. Pero a nosotros nos sigue carcomiendo el agua que tomamos, el aire que respiramos, el relave nos está carcomiendo también y nos va matando. Día tras día. 

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MONTAÑAS FALSAS. Pueden parecer cerros cualquiera, pero en realidad desde muchas casas de Paragsha se ven montañas de desmonte de la minera Volcan. 

 

Un entierro también es una protesta

Durante los dos días del velorio de Esmeralda Martín se han entonado, con el mismo fervor, alabanzas evangélicas y canciones para niños. Se han repartido caramelos con chicle, toffees, galletas de animalitos y bombones de chocolate que llevaron la familia y los amigos. En enormes ollas se han preparado caldo de gallina y estofado de pollo, acompañados con gaseosas y chocolate caliente. 

Algunas personas ―el profesor de la escuela, un primo, una amiga― han desfilado por un podio para recordar anécdotas con la niña: de cuando actuó en una obra de teatro, de cuando pedía que le canten canciones chistosas, de la vez en que discutieron, pero luego se pidieron perdón. 

El ataúd, que al principio tenía al pie solo un balde de pintura con un ramo de flores, en el segundo día se ha llenado de coronas, globos blancos y retratos. Poco antes de partir hacía el cementerio, llega una banda de música: un grupo de mujeres y hombres con las expresiones graves para la ocasión. Los funerales de Esmeralda Martín tienen algo de despedida, de fiesta infantil y de comilona entre compañeros. 

Cuando los músicos comienzan a entonar las melodías fúnebres, los Martín Añasco ―madre, padre, hermano, hermana, abuela, todos vestidos de blanco― rodean el ataúd y se toman de las manos. No se sueltan por varios minutos. Luego, abren una de las tapas, acomodan una manta con motivos andinos debajo de la cabeza de Esmeralda y le dejan dos de sus muñecos preferidos. 

Simeón Martín: A ella le costaba caminar, por la herida que tenía en la piernita izquierda. Era una herida grande que le había quedado como secuela del trasplante de médula ósea. Estaba cerrando todavía, pero su diabetes se lo impedía. Ahora último sangraba por ahí también. Esmeralda comprendía del dolor, entendía el sufrimiento, ella sabía lo que iba a pasar. Una vez me dijo “yo me quiero ir, papá, ya no quiero que se preocupen por mí”. 

El recorrido hacia el camposanto es lento. El cortejo fúnebre hace varias paradas, en un camino de casi dos horas. Cada tanto, se ven a lo lejos el tajo de la minera Volcan y las montañas de relave, como un recordatorio de que la ciudad sigue herida. Los curiosos salen a mirar por las puertas y las ventanas de sus casas. Algunos transeúntes se unen al grupo, luego siguen su propia ruta.

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ÚLTIMA VOLUNTAD. Esmeralda Martín le pidió a su madre que, si algún día le pasaba algo, soltaran por ella globos blancos al cielo. 

 

En el Colegio Almirante Miguel Grau, donde estudió la niña, sus maestros y una comitiva escolar acompañan el ataúd blanco hasta el patio de recreo. En la plaza principal de Yanacancha, las autoridades ―alcalde, teniente alcalde, regidores― dan discursos rimbombantes sobre la lucha de Esmeralda, a quien llaman “princesa guerrera”. Frente al local de la Dirección Regional de Energía, Minas e Hidrocarburos de Pasco las familias reclaman protección para sus niños enfermos y sanciones para las empresas mineras, a las cuales hacen responsables de sus desgracias. 

Agitan pancartas en las que se lee “Justicia para los niños contaminados. Por culpa de la minería los niños como Esmeralda se van”, “Por culpa de la minería hay niños muriendo, basta ya de tanta injusticia”, “Por culpa del gobierno incapaz Esmeralda se va a la presencia de Dios”. Gritan una y otra vez, “¡Esmeralda Martín, presente!”.

Minutos antes de las cinco de la tarde, cuando el cielo comienza a encapotarse como si se acercara una tormenta, el grupo llega al Cementerio General de Pasco. Una explanada que se alcanza después de atravesar una serie de calles empinadas. Hay tumbas sobre el pasto descuidado y nichos en grandes bloques de concreto blanco. “Bienvenido al cementerio más alto del mundo. El lugar más cerca al cielo” se lee en el arco de la entrada. La ciudad está a más de cuatro kilómetros de altitud. 

Coro: Yo soy peregrino en esta tierra, porque mi Cristo amado no era de este mundo. Yo soy de nacionalidad del reino de los cielos, soy evangelista que da la nueva. 

El pastor a cargo del sermón habla sobre la fe cristiana, la resignación y la otra vida donde todo será mejor. El responso se hace según la religión evangélica. A ella pertenecen no solo los Martín Añasco, sino varias familias con niños contaminados por plomo. Dicen que han encontrado más compasión y consuelo en sus templos y cultos que en cualquier intención o promesa humana. Que, incluso, hay niños que se sienten recuperados desde que sus padres se entregaron a las oraciones y las penitencias. 

Al borde del hoyo en el que encajarán el ataúd, se encuentran Simeón Martín, Carmen Añasco y todos los demás. Un par de mujeres siguen repartiendo galletas y gaseosas. Un joven de voz engolada hace una transmisión en vivo para una página de Facebook local. Muchos invitados llevan en las manos globos blancos inflados con helio. A la voz de tres, ordena la madre de Esmeralda, deben soltarlos para que se eleven por los aires. Su hija le había pedido que, si alguna vez le pasaba algo, hicieran eso por ella. 

Carmen Añasco: 

Ya no habrá más agujas ni hincones, mamá

Ya no habrá doctores

No más licenciados

Ya no tendrás enfermedades

No va a haber nada

Ya no habrá, mamacita linda

Ya no dirás me está doliendo, mami

Ahora estarás saltando alegre en el cielo

Ve con cuidado, mamita.

La melodía de los trombones, trompetas, bombos y platillos se mezcla con el ruido que hacen los enterradores al lampear la tierra, los lamentos de las mujeres y los berridos de los bebés. Todo aquello es la banda sonora de este entierro, un compás estridente. Los globos blancos se pierden en lo alto del cielo que, a pesar de la amenaza de hace unos instantes, ya se ha despejado. 

 

Las sonrisas y los juegos 

Al día siguiente, María de la Cruz ―contextura pequeña, rostro redondo, 64 años― dice que no pudo ir al entierro de Esmeralda Martín porque le cuesta caminar. Avanza apoyada en un bastón, rengueando con la pierna derecha. Tampoco puede ver con un ojo, cuenta que perdió la vista hace un par de años, mientras trabajaba como limpiadora en el Gobierno Regional de Pasco. Todos sus achaques le impiden cuidar bien de su hija Patricia, una joven de 20 años que, desde los dos, está postrada en una cama. 

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RISUEÑA. Patricia Gutierrez tiene 20 años, pero nunca ha podido caminar. Desde su cama se entretiene jugando con un celular. 

 

Madre e hija viven en la comunidad campesina de Quiulacocha, a unos metros de lo que fue una laguna y ahora es un depósito de toneladas de relave de colores entre marrón y anaranjado. Quiula significa gaviota en quechua y cocha, laguna. Pero en el lugar ya no se asoma ni un ave. Quiulacocha es un pueblito de calles despejadas y casas coloridas que no parece uno de los sitios más contaminados de Cerro de Pasco.

María de la Cruz es mamá soltera. Tuvo 10 hijos con un hombre que la fue abandonando de a pocos, desde que se enteró que el penúltimo de sus niños había nacido con el ano imperforado. Gian Piere se llama y vive a unas cuadras de la casa de su madre y su hermana. Una vez registró 28 mcg/dl de plomo en la sangre y, a lo largo de su vida, ha sido operado alrededor de 20 veces para remediar su mal. Hasta ahora mantiene una colostomía. 

María de la Cruz: Gianpi en una fecha me dijo que no podía estar así, que él quisiera tener una amiga, una amistad. Pero siente que a cualquier mujer le dará asco estar a su lado. Es que huele, cuando se llena la bolsa de su barriga. Él me reclama por qué lo hice operar tanto, me dice que mejor lo hubiera dejado que se muera. 

Patty, como le dicen de cariño, parece no percatarse de los pesares de su mamá y su hermano. Nació con mielomeningocele, un mal congénito por el que la columna vertebral no termina de desarrollarse. Pero es una chica de mirada fulgurante y sonrisa fácil y contagiosa. Para pasar sus días, le gusta entrar a TikTok en su celular o mirar “La rosa de Guadalupe” por la televisión. Patty entiende muy poco de lo que pasa a su alrededor. Cree que se llama Rosa y que tiene cinco años.

Para Jaime Silva, subdirector de Labor, institución sin fines de lucro que hace trabajo social en la región central, hay casos extremos de familias contaminadas por metales en Pasco. Historias que no son conocidas, ni reciben mucha atención. Aún hay mucha gente, asegura, que sufre y guarda silencio.

―El año pasado, durante la peor parte de la pandemia, hemos visto una situación pésima. Comprábamos víveres para llevar a los más pobres, y hemos ido a zonas de pobreza donde hay familias que no tienen qué comer. Son gente que no habla, aunque tiene a sus hijos enfermos. 

El problema de la contaminación por metales en la región no solo proviene del plomo, aclara el subdirector de Labor. Desde hace años, diferentes investigaciones han mostrado la presencia de otros metales tóxicos en la sangre de los niños cerreños. La última se publicó en junio de 2020 y la realizó Source International, ONG que desde 2008 investiga las consecuencias de la contaminación ambiental en la ciudad minera de la sierra central.

El estudio reveló la presencia de metales tóxicos ―como plomo, arsénico y cadmio― y potencialmente tóxicos ―como estaño, antimonio y talio― en muestras de cabello de más de 90 niños de las localidades de Paragsha y Carhuamayo. El plomo, el arsénico, el cadmio y el mercurio también se hallaron en el agua y los suelos de la ciudad.

En Paragsha, Benyamin Fabián, un niño hablador y muy despierto de 10 años, intenta explicar qué son estos metales pesados y por qué le hacen daño ―él ha llegado a tener hasta 20 mcg/ml―, pero se enreda con sus palabras y titubea.

Benyamin Fabián: Sí, lo había escuchado de las conversaciones que los doctores han tenido con mi mamá. Decían que el plomo en mi sangre... No sé cómo decirlo. De vez en cuando, mi mamá saca un papelito de su bolso y me explica. Tengo plomo en mi sangre y también otros metales pesados.

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SUPERACIÓN. Cuando tenía dos años Benyamin Fabian perdió la vista izquierda por un cáncer. De grande, quiere ser chef. 

 

Todo lo demás, Benyamin lo puede contar muy bien. A lo largo de la entrevista no ha parado de hablar. Sobre su gato Bigotes y por qué le gustaría tener muchos gatos cuando sea grande. De por qué en su anterior colegio no entendían que estaba enfermo y le insultaban, pegaban y le robaban su dinero. Ha explicado por qué sus héroes favoritos son Ironman y Shazam. Y que una mañana se le cayeron 14 dientes de una sola vez y tardaron como tres años en crecer. Contó que quiere ser chef para conocer todas las gastronomías del mundo y recordó la última vez que se desmayó subiendo las escaleras de su casa: estuvo casi dos días inconsciente y, cuando despertó, pensó que toda su vida había sido un mal sueño. 

Benyamin Fabian: Me desperté a las cinco de la mañana. Estaba solo en una cama. No me acordaba de nada y me puse a inventar mil y un teorías, ¿qué tal si mi vida era todo un sueño?, ¿qué tal si nunca estuve enfermo? 

A los dos años, después de que su madre —Lourdes Mendoza— le notó una mancha blanca en el ojo izquierdo, a Benyamin le detectaron retinoblastoma, un tipo de cáncer a la vista. A esa edad pasó por operaciones, radioterapias y quimioterapias. Ahora, solo ve con el ojo derecho y, en el otro, lleva una prótesis. 

Lourdes Mendoza: Yo pienso que la vida le ha quitado tantas cosas, pero a cambio Dios lo hizo un niño muy inteligente. Él sigue enfermo, hace fiebres de 41 o 42 grados, tiene un lunar doloroso en sus partes íntimas. Yo sé que él no se va a curar, solo quisiera que se le dé calidad de vida. 

A unos minutos de allí, en un cerro de casas a medio construir, viven Norma Cabanillas y sus tres hijos, Betsabé, Deyvis y Anahy. En 2012, sus niños registraron entre 14,03 y 20,98 microgramos de plomo por cada decilitro de sangre. Seis años después, los niveles habían bajado a menos de 10 mcg/dl, pero les encontraron arsénico, mercurio y cadmio. Norma Cabanillas no solo reclama que sus hijos estén contaminados: dos de sus nietos, se queja, también están enfermos. Su estirpe está marcada por el daño del metal. 

Norma Cabanillas: No queremos que pase como a la niña Esmeralda le ha pasado. De la noche a la mañana alguien muere. Mis hijos sufren de dolor de huesos, dolor de estómago, andan vomitando, están sangrando.

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CÓMPLICES. Los hijos de Norma Cabanillas, Anahy, Betsabé y Deyvis, sangran por la nariz y tienen dolor de estómago y huesos, pero no pierden el ánimo de jugar. 

 

Las familias de Norma Cabanillas, Lourdes Mendoza, María de la Cruz, Vilma Tovalino, Yolanda Macuri y Simeón Martín son seis de las 34 que, en Pasco, han alcanzado acuerdos con la PCM. La gravedad del estado de salud de los niños ha comprometido al Ministerio de Vivienda a asumir la reubicación de estas personas. Entre este año y el próximo se planea entregar unas 20 viviendas en Huancayo para que se instalen allí. Otras 12 ya se han entregado en Lima, pero muchas de ellas aún no están habitadas. Algunos padres y madres dicen que no se mudan, porque no consiguen trabajos en la capital. 

Norma Cabanillas ha prometido que sí se irá a vivir a Huancayo cuando se lo permitan. Aunque duela, no dudará en dejar atrás el que fue su hogar de toda la vida. Mientras su madre habla, Deivis y Anahy —de 12 y 10 años, aunque parecen más pequeños—, corretean y se esconden por el corralón de los animales. Ríen y juegan con su oveja Orejitas, su gato César y sus perros Oso, Osa y Chato. Hacen bromas y cuchichean. Norma les pide que se queden quietos, que no hagan bulla. 

Anahy Macuri: Estoy en quinto grado y me gusta estudiar. Me gustan más las matemáticas... pero no puedo resolver nada —se ríe fuerte, a carcajadas—. A veces sí entiendo un poco, pero después no. También me gusta jugar con mi muñeca, todavía no le he puesto nombre. Yo sí sé que estoy enferma, sufro y me sale sangre de la nariz porque tengo plomo en la sangre. Yo quiero estar sana, me da miedo morir.

 

Lavaré tus ropas de todo mal

Al quinto día, en Pasco, los deudos suelen preparar locro y patachi para compartir con quienes los han acompañado en la fase inicial del duelo. El primero es un plato hecho con zapallo, papas y habas y el otro, una especie de caldo de res con trigo y maíz. Así lo explica Simeón Martín la mañana fría del 18 de setiembre. Él y su familia han llegado hasta el local del Sindicato del Tajo para ayudar con los preparativos de la comida. Los invitados no tardan en llegar.

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RITUAL. Dos vecinas de Esmeralda Martín lavan sus ropas en el río que atraviesa Yurajhuanca, como una forma de librar a la niña del mal que vivió.

 

Mientras tanto, un par de vecinas del barrio se dirigen al río que pasa por el centro poblado de Yurajhuanca, una serpiente de agua transparente y reposada. Llevan consigo dos atados enormes con las blusas, pantalones, vestidos y peluches de Esmeralda. Van a lavar a mano las ropas de la niña. Dicen que es una forma de limpiarla de todo el mal que sufrió en vida y, así, ayudarla a transitar en paz hacia el otro mundo. 

Como han vaciado sus roperos y cajones, la habitación de Esmeralda, en lo alto de los cerros de Yanacancha, ahora parece un rincón por donde ha pasado una estampida. Su tocador rosado y blanco está desordenado. Entre los perfumes de princesas de Disney, muñecos y mostacillas de colores, hay pedazos de algodón y gasas. La cama está destendida, y encima hay curitas, una crema hidratante, una pomada para el dolor muscular, frascos de pastillas, un dado, un par de anillos de fantasía. Luce como el dormitorio de una niña querida y mimada, pero también enferma.

Mientras lavan las vestimentas en el río que pasa por Yurajhuanca, Carmen Carbajal y Flor Medrano, mamá e hija, recuerdan a Esmeralda, su joven vecina, con una mezcla de vitalidad y padecimiento.

Flor Medrano: Ella era una niña bien alegre, siempre bien entusiasta con todos. Le gustaba dibujar, le gustaban las princesas. Pero, cuando se ponía mal, se comportaba como un bebé.

El viento corre con fuerza y el agua está helada. Mientras Carmen Carbajal restriega las ropas sobre una tabla de lavar o las pisotea dentro de una batea para quitarles la suciedad, Flor las enjuaga una, dos, tres veces con la corriente del río. Calculan que demorarán varias horas más.

Poco a poco han ido extendiendo sobre el pasto iluminado vestidos, poleras y pantalones en distintas escalas del rosado, calcetines con diseños divertidos, calzones blancos y amarillos, disfraces con brillos y lentejuelas. En esa ropa húmeda y limpia que recibe los rayos del sol hay algo de apuesta por estar mejor. 

Flor Medrano: ¿Ves el cielo? Ha salido el sol, debería estar lloviendo. Es como si Esmeralda quisiera que su ropa seque rápido. Mira este vestidito celeste, este lo utilizo ahora último en el cumpleaños de su sobrinito, el hijo de su hermana. A ella le gustaba animar fiestas infantiles. Bien chistosa era, bien activa, creo que así debemos recordarla.

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RESPLANDOR. A pesar del clima helado, ha salido el sol. Las ropas de la niña Martín Añasco secarán pronto. 
 

 

 

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