Sede de McDonald’s en Lima involucrada en la muerte de Gabriel Campos y Alexandra Porras

Muerte en McDonald’s: la trágica historia de Alexandra y Gabriel

Muerte en McDonald’s: la trágica historia de Alexandra y Gabriel

Sede de McDonald’s en Lima involucrada en la muerte de Gabriel Campos y Alexandra Porras

Andina

El 15 de marzo se cumplen tres meses desde que Gabriel Campos y Alexandra Porras, de 18 y 19 años, murieron electrocutados mientras trabajaban trapeando los pisos de un McDonald’s, la cadena de fast food más rentable del mundo, y que además es, junto a su franquicia más grande, Arcos Dorados Holdings Inc., una empresa offshore protegida en paraísos fiscales. Se espera que el informe fiscal que señalará los responsables salga a fin de mes. Por lo pronto, la empresa ha apelado la multa impuesta por sus infracciones. ¿Qué pasa cuando dos jóvenes mueren dentro de la cadena de cómida rápida más poderosa del mundo?

13 Marzo, 2020

El restaurante está en medio de dos avenidas congestionadas y centros comerciales. Ocupa toda una esquina, tiene dos pisos y las paredes de vidrios transparentes muestran su interior ahora huérfano de comensales. Una cinta de peligro rodea la propiedad. Impide acercarse demasiado, pero a la distancia es posible ver que donde antes había gente devorando hamburguesas y papas fritas, ahora solo quedan sillas volteadas sobre mesas, mostradores desocupados, pantallas apagadas. Si no fuera por esa combinación archiconocida, el rojo y el amarillo, si esa letra M gigante no coronara la entrada, diríamos que se trata de un negocio clausurado más, uno de tantos que las autoridades cierran a diario por incumplir alguna norma. Pero no. Es un restaurante McDonald’s. Y no uno cualquiera. Este lleva cerrado casi tres meses porque en él, días antes de la pasada Navidad, ocurrió una de tragedia. 

-Eran dos chicos como nosotros, una pareja de enamorados, murieron electrocutados.

La joven que habla espera el bus en el paradero, entre las avenidas Universitaria y La Marina, frente al local vacío. Su compañero añade, como quien hace una revelación: “Fue negligencia de la empresa”. Antes han hablado el heladero, la vendedora de exámenes universitarios, la señora con sus bolsas del mercado, los jóvenes del carrito de choripanes. “Eso fue ufff... el año pasado”, “pobrecitos, eran pareja”, “salió en todos lados, fue noticia internacional”, “pero seguro ahorita vuelven a abrir el restaurante”. Todos alrededor saben de las muertes, todos tienen algo que decir sobre lo que pasó la mañana del 15 de diciembre del 2019. 

Alexandra Porras y Gabriel Campos, de 18 y 19 años, empleados de McDonald’s, murieron electrocutados mientras limpiaban la cocina del local donde trabajaban, en esta esquina agitada del distrito de Pueblo Libre. La máquina dispensadora de gaseosas estaba averiada; los pisos, húmedos, y ellos no tenían puestos guantes, ni botas aislantes ni otro implemento de seguridad. Fueron 25 segundos de descargas eléctricas. Luego, la muerte.

Nueve días después, la Superintendencia Nacional de Fiscalización Laboral (Sunafil) concluiría que Operaciones Arcos Dorados de Perú S.A., dueña de la franquicia de McDonald’s en el país, había cometido seis infracciones “muy graves” en seguridad y salud en el trabajo. La investigación fiscal y policial que señalará a los responsables penales del delito de homicidio culposo, a cargo de la 35 Fiscalía Provincial Penal de Lima y la División de Investigación de Homicidios de la policía, todavía no termina. Se espera que los últimos días de marzo salga el informe final.

Alexandra Porras y Gabriel Campos, de 18 y 19 años, murieron electrocutados mientras limpiaban la cocina del local donde trabajaban.

La juventud de las víctimas, la manera violenta y absurda en la que murieron, pero sobre todo el nombre y la responsabilidad de McDonald’s, la compañía empleadora, provocaron una discusión pública que por varios días apareció en los titulares de medios nacionales e internacionales, entrevistas y redes sociales. Se habló sobre la informalidad dentro del sector formal, de precarización laboral, de mejores leyes de seguridad y salud. ¿Qué significa para un país que dos jóvenes mueran, un día cualquiera, trabajando en la cadena de fast food más poderosa del mundo?

McDonald's Gabriel y Alexandra FB

PAREJA. Alexandra  y Gabriel estudiaron juntos los dos últimos años del colegio, eran alumnos de la promoción SLHANM ("Siempre Luchando por Alcanzar Nuestras Metas") del colegio Nuestra Señora de Fátima.
Foto: Facebook personal

De pronto, en el McDonald’s deshabitado aparece un hombre de polo guinda. Da una vuelta por la barra de la cafetería, arrastra una silla y se sienta. Un 'datero' de transporte público, que no para de correr de un bus a otro, cuenta que aquel es uno de los vigilantes del local. En la noche, otro le toma la posta. Ninguno de los guardianes usa el baño que está en el segundo piso, cuenta el datero. Asegura haberlos visto cuando salen a la calle a orinar. Tienen miedo, dice. 

- Claro, pues ¿no? Muerte fea han tenido esos chiquillos… muerte bien fea.

 

El primer empleo de sus vidas

Alexandra Inga y Gabriel Campos nunca habían trabajado. El de McDonald’s fue el su primer empleo. Él ingresó primero, en julio de 2019, y unos meses después la recomendó a ella. Alexandra entró en octubre de ese año. Solo querían el trabajo para ahorrar dinero y pagar sus academias preuniversitarias.

Alexandra y Gabriel se conocieron en un aula de clases. En cuarto de secundaria, Gabriel llegó al colegio donde Alexandra estudiaba desde primaria, Nuestra Señora de Fátima, en La Perla. Se podría decir que allí comenzó todo. Sus familiares y amigos los recuerdan así: Gabriel era bromista, el chico que siempre cae bien, el que “tiene jale con las chicas”, un buen amigo, e incluso un líder, llegó a ser brigadier general de la escuela. Alexandra era una chica “pilas”, sonriente, solidaria, sobre todo con los perros callejeros a los que les regalaba comida o una caricia. Quizá porque sus personalidades en el fondo parecidas, Alexandra y Gabriel se hicieron mejores amigos. Y en el último año escolar, para sorpresa de algunos compañeros y profesores, se convirtieron en enamorados.

Alexandra y Gabriel se conocieron en un aula de clases. En cuarto de secundaria, cuandio Gabriel llegó al colegio donde Alexandra estudiaba desde primaria.

Hay una foto justo de esa época, de su fiesta de promoción. Algunos medios la han usado una y otra vez para cubrir la noticia de las muertes: Alexandra está sentada sonriendo a la cámara, lentes de marco negro, el pelo larguísimo recogido en una media trenza. Tiene puesto un vestido blanco con adornos brillantes. Más atrás está Gabriel, ojos pardos y piel tostada, está de pie, también sonriendo. Lleva una camisa y pantalón negros y una corbata dorada. “Su terno preferido”, contará después su madre. El mismo terno con el que lo vistieron para su velorio y su entierro, horas después de su muerte.

McDonalds

INVESTIGAN LA MUERTE. Alexandra Inga y Gabriel Campos nunca habían trabajado. El de McDonald’s fue el su primer empleo.
Foto: La República 

Alexandra y Gabriel también tenían historias familiares parecidas. Sus madres los habían tenido jóvenes y los criaron sin la presencia paterna, con ayuda de los tíos y los abuelos. Desde su casa en La Perla, Rocío Zapata, madre de Gabriel cuenta cómo fue que su primogénito comenzó a trabajar en McDonald’s. Él había postulado a Ingeniería Industrial en la Universidad Federico Villarreal, pero no alcanzó el puntaje suficiente. “Como él sabe que yo tengo más carga familiar, me dijo ‘no te preocupes, mamá, yo me voy a poner a trabajar’”, recuerda Rocío, quien todavía mezcla los verbos en presente y pasado al hablar de su hijo mayor. La señora Zapata ya no tenía más dinero para pagar la academia preuniversitaria porque, además de “Gabo”, debía ocuparse de sus dos hijos más pequeños, el menor con parálisis cerebral. Cuando no hay mucho dinero, las segundas oportunidades son lujos desconocidos.

Luego de casi lograr un puesto de teleoperador en un call center, Gabriel buscó a uno de sus mejores amigos, que trabajaba en McDonald’s, a ver si le podía ayudar a conseguir un puesto. El mejor amigo le avisó cuando el local de Pueblo Libre estaba recibiendo postulaciones. Gabriel fue a las entrevistas y lo aceptaron. En casa, su familia se puso contenta. 

A unos minutos de la casa de Gabriel y también en la Perla, Johana Inga, madre de Alexandra, está en la casa de sus papás. La misma en la que vivió por muchos años con “Ale”. Sobre una repisa de madera una vela encendida alumbra un taburete con una foto de su hija. “En esa foto está modelando porque fue una sesión que le hicimos para su quinceañero… se lo celebré a lo grande”, dice mientras acaricia a Luna, la perra que su hija adoptó. “Ella también está triste”, se lamenta, “hasta ahora no come bien”.

Johana Inga es cocinera en un restaurante en Los Olivos. Pararse frente a los fogones encendidos en pleno verano y vestida de negro parece no incomodarle. Hay que guardar el luto por la muerte de su única hija. Apenas tenía 19 años cuando la concibió y desde entonces hizo lo que pudo por “darle de todo”. “Ella decía que quería ser abogada”, cuenta, “es más, decía que quería ser jueza”. Antes Johana trabajaba como secretaria en una clínica, pero perdió el empleo poco después de que su hija terminara el colegio. Así que pidió dinero prestado para pagar el ciclo de más de 2 mil soles del centro preuniversitario de la Universidad Federico Villarreal. Pero Alexandra no consiguió ingresar.

Cuando no hay mucho dinero, las segundas oportunidades son lujos desconocidos.

Por eso la joven llevó un curso de cajera de seis meses y luego se puso a buscar trabajo en un banco. Las semanas pasaban y no lo conseguía. Empezó a relajarse por su rutina de tantas horas libres. Solo dormía y miraba la Rosa de Guadalupe, la conocida serie televisiva.

RESPONSABILIDAD. Entrevista a los representantes de Arcos Dorados, días después de la muerte de ambos jóvenes. Admitieron que sabían que la máquina expendedora de gaseosas presentaba fallas.
Fuente: Canal N

Para entonces ella y Gabriel ya no eran enamorados, pero como si lo fueran. Seguían hablando muy seguido, compartiendo tiempo juntos. Él había comenzado a trabajar hace unos meses en McDonald’s y llevaba un tiempo tratando de convencerla. ¿Ella también no quería trabajar allí? Alexandra dudaba, no le animaba tanto la idea. “Qué espeso Gabriel”, le bromeaba a su mamá, “me insiste para ir a trabajar con él”. Además, qué iba a hacer ella en un restaurante. En su casa nada más barría la sala, ordenaba su habitación. Ni siquiera sabía preparar arroz.

Un día Alexandra aceptó. Entonces los dos amigos se juntaron de nuevo en un solo lugar, como en el salón de clases donde se conocieron. Ese primer trabajo era un medio, no un fin. Alexandra estaba ahorrando para estudiar Derecho, ahora en la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas. Incluso comenzó a comprarle la comida a Luna, se sentía más independiente. Gabriel llegó a juntar alrededor de 1.900 soles para pagar otro ciclo en la pre de la Villarreal. Ya no quería estudiar Ingeniería Civil, sino Terapia y Rehabilitación Física. La misma semana del accidente acababa de comenzar sus clases. Nunca pudo ir a recoger sus libros.

 

Una fábrica llamada McDonald’s

La comida rápida o fast food es más que hamburguesas, papas fritas, gaseosas y helados. Sería todo más inofensivo si se tratara solo de “cajitas felices” y payasos amigables. Es una estructura poderosa que en poco más de medio siglo ha implantado en la sociedad formas de producir comida, de comer y de hacer negocios.

El desborde de la industria del fast food empezó a fines de los años 40, en California, con dos nombres claves: Richard y Maurice McDonald. En su hamburguesería de San Bernardino, diseñaron un método innovador y acelerado de preparar comida, que ayudaba a reducir los costos de producción y disparar las ventas. Lo llamaron el Speedee Service System y revolucionaría el negocio de los restaurantes con una idea: convertir la cocina en una especie de una fábrica perfectamente sincronizada.

Pero la presencia de McDonald’s en decenas de países tiene que ver con alguien ajeno a la familia: Ray Kroc. En 1954 este vendedor de casi 60 años conoció el restaurante de los hermanos y quedó impresionado. Los convenció de venderle el derecho de franquiciar la marca por todo Estados Unidos. Así fue como en 1955 empieza la expansión de “la gran M” por el mundo. Solo seis años después de ese primer encuentro, Kroc logró comprar los derechos exclusivos del nombre McDonald’s, y Richard y Maurice quedaron fuera del negocio. El nuevo dueño “sofisticó” el Speedee Service System y lo convirtió en un método aún más rápido y rentable. Además, y esto es importante, transformó el negocio de sus franquicias en un negocio de bienes raíces. McDonald’s no solo ganaba una comisión de las ganancias de sus franquiciados, sino el pago de los alquileres, pues empezó a comprar el suelo sobre el que se levantaban los restaurantes. Este es el modelo de negocio que se mantiene hasta ahora. Muchos consideran a Ray Kroc como un gran visionario; otros como un negociante voraz.

McDonald’s es hoy la cadena de comida rápida más poderosa del mundo. Está por encima de Starbucks, KFC, Subway, Domino’s Pizza. Según su última memoria financiera, la de 2018, McDonald’s Corporation cuenta con 37 mil 855 restaurantes en 120 países y unos 210 mil empleados. Ese mismo año obtuvo ganancias por más de US$21 mil millones. Su marca está valorizada en poco más de US$ 43 mil millones, lo que la convierte en la décima marca más valiosa del planeta, la única entre esos primeros puestos en el rubro de restaurantes.

Tal ha sido el impacto de McDonald’s que en algún momento de su historia ha llegado a ser más famosa que Coca Cola, y Ronald McDonald, el extraño payaso del restaurante, más famoso que Mickey Mouse. En aquello que muchos llaman cultura fast food, McDonald’s es uno de sus más reconocibles íconos.

McDonald’s llegó al Perú hace casi 25 años de la mano de Arcos Dorados, su más grande franquicia en el mundo. Arcos Dorados Holdings Inc., su nombre oficial, está al mando del empresario colombiano Wood Staton, el principal accionista. Fundada en 2007, Arcos Dorados Holdings es la cadena de restaurantes de comida rápida más grande de Latinoamérica y el Caribe, con presencia en 20 países. Y con más de 90 mil empleados, es la franquicia de McDonald’s con más ventas y número de locales, con unos 5.560 puntos de venta. Arcos Dorados es el hijo más robusto de la familia McDonald’s Corporation.

 

AD Offshore ICIJ

COMIDA OFFSHORE. Tanto McDonald's Corporation como Arcos Dorados Holdings Inc., su más grande franquicia en el mundo, están constituidas en paraísos fiscales. 
Imagen: ICIJ-Offshore leaks

Ambas compañías están constituidas en paraísos fiscales. McDonald’s Corporation en Delaware y Arcos Dorados Holdings Inc. en las Islas Vírgenes Británicas. Además, todas las subsidiarias locales de McDonald’s Corporation se encuentran también en Delaware. Mientras que varias subsidiarias de Arcos Dorados Holdings Inc. están incorporadas, además de Delaware, en Aruba, Curazao y Panamá.

En su memoria anual de 2018, Arcos Dorados Holdings Inc. anota: “estamos incorporados en las Islas Vírgenes Británicas debido a ciertos beneficios [...] como la estabilidad política y económica, un sistema judicial efectivo, un sistema fiscal favorable, la ausencia de control de cambio o restricciones monetarias”. Que estas sean empresas offshore, que pertenezcan a países de baja o nula tributación, no es ilegal ni un delito. Pero al hacerlo gozan de una serie de ventajas económicas, que no llegan hasta sus miembros más visibles y vulnerables: sus trabajadores. 

McDonald’s Corporation y Arcos Dorados Holdings Inc. están constituidas en Delaware y las Islas Vírgenes Británicas.

La subsidiaria de Arcos Dorados Holdings Inc. que funciona en el Perú es Operaciones Arcos Dorados de Perú S.A. (está constituida en Perú). Su director general es José Carlos Andrade, quien antes ha tenido cargos gerenciales en Delosi, dueño de las franquicias de KFC, Pizza Hut, Burger King, Chili's y otros más. En el país, Arcos Dorados tiene 110 puntos de contacto: 31 restaurantes, 64 centros de postre, 10 McCafé y 9 AutoMac. Además, cuentan con más de 1.600 empleados. Alexandra Porras y Gabriel Campos eran solo dos de esos miles de jóvenes.

En su libro "Fast Food Nation", el periodista estadounidense Eric Schlosser afirma que ninguna industria en Estados Unidos, excepto la de la comida rápida, tiene una fuerza de trabajo mayoritariamente adolescente. Al funcionar de forma muy definida y casi automática, no hace falta empleados experimentados ni costosos. Los jóvenes menores de 20 años, como Alexandra y Gabriel, trabajadores de medio tiempo, sin experiencia. Jóvenes dispuestos a aceptar pagos bajos son ideales para que la maquinaria funcione a toda velocidad y las ganancias no paren de crecer.

Pero la pareja de amigos no sabía de toda la historia de ideas revolucionarias, hombres ambiciosos y negocios offshore de fortunas exorbitantes. Quizá nunca preguntaron, nunca nadie les contó. Solo cumplían con su trabajo de medio tiempo o 24 horas a la semana para ganar un poco más de 400 soles al mes. Atendían, cocinaban y limpiaban para luego estudiar, ganar y disfrutar, esas eran las metas que los alentaban. Alexandra y Gabriel eran buenos empleados, eran los empleados necesarios. 

 

Pequeñas piezas de una gran máquina

Rodrigo Murillo y Johnny Vega también eran dos piezas de la máquina gigante del fast food. Trabajaban en el local de Pueblo Libre con Gabriel. Los tres eran amigos muy cercanos, se conocían porque habían estudiado en el mismo colegio, iban juntos a jugar “pichangas" de fútbol y Play Station. Johnny fue el compañero que trabajaba allí y que avisó a Gabriel cuando estaban haciendo las entrevistas en ese local de McDonald’s.

Tanto Johnny como Rodrigo renunciaron después de la muerte de su amigo.

- Malo malo no fue -dice Johnny Vega, sobre su trabajo en McDonald’s- trabajabas tres días y terminabas cansado, pero tenías cuatro días para descansar.

Los trabajadores part time o de medio tiempo como Johnny, Rodrigo, Gabriel y Alexandra debían cumplir con 24 horas de trabajo a la semana. No era necesario que fuera en seis días de cuatro horas cada jornada. Por lo general, los chicos buscaban turnos de ocho horas cada uno. Así tenían tres días de trabajo y cuatro de descanso. Por cada hora les pagaban unos 4,60 soles. Si los turnos eran de noche, el pago por hora subía unos céntimos más. En total podían ganar poco más de 200 soles cada quincena: menos de la mitad del sueldo mínimo peruano. Sin embargo, el marco legal actual permite este tipo de empleos. Contaban con los beneficios que por ley les corresponden a los trabajadores de medio tiempo: gratificaciones, seguro social, sistema pensionario, entre otros. El suyo era un trabajo formal. 

Por cada hora les pagaban unos 4.60 soles. Si los turnos eran de noche, el pago por hora subía unos céntimos más. En total podían ganar poco más de 200 soles cada quincena.

Pero en los últimos meses, no llegaban a hacer el número total de horas semanales. La nueva gerenta de la tienda había contratado más trabajadores de medio tiempo, cuenta Rodrigo Murillo, y por eso les tocaban solo 20 o 21 horas. A más trabajadores part time, menos horas para cada uno. Los jóvenes no estaban seguros de cuánto dinero recibirían a fin de mes.

- Siempre había quejas por un trato o por la hora de la salida -cuenta Rodrigo-. Me pedían entrar antes y me daban un cono de helado de dos soles, no me pagaban. A veces solo me daban las gracias por quedarme un poco más.

 

McDonald's Ale y Gabriel Cementerio

AMISTAD. Las madres aceptaron que las tumbas de sus hijos estén una al lado de la otra. Van muy seguido a visitarlas. 
Foto: Rosa Chávez Yacila

Rodrigo sabía que su estancia allí era temporal, solo hasta que comenzaran sus clases universitarias el siguiente año. Por eso, a pesar de las molestias, ni a él ni a Johnny nunca les pareció que servir mesas y trapear pisos pudiera ser peligroso, mucho menos mortal. Ni siquiera se alarmaron cuando supieron, por tres de sus compañeros, que la máquina de gaseosas, una suerte de robot cuadrado y grande con varias llaves y tubos alrededor, liberaba descargas eléctricas cuando la tocaban. Y los chicos tomaban agua de allí cada vez que estaban sedientos. 

Dos de esos compañeros que tuvieron incidentes con la máquina días antes de la muerte de Alexandra y Gabriel fueron Pablo y Leo (ambos testigos prefieren mantener sus nombres reales en reserva). Pablo recuerda que, más o menos dos días antes de la tragedia, sintió un “choque eléctrico” cuando rozó el tubo conductor de CO2 de la máquina, mientras cargaba el jarabe de una las bebidas. Dice que gritó enojado: “¡Arregla tu múltiple (por “Multiplex”, el nombre de la máquina) que está malograda!”. Pocos minutos después apareció en su brazo una quemadura.

Asegura que al menos dos de los gerentes -la tienda tenía seis- lo oyeron y luego él mismo se acercó a contarles. Uno de esos gerentes era Franklin Medina. Pablo no recuerda bien qué le respondieron o si es que tuvo una respuesta. “Hice caso omiso a la herida, ya que me la traté con una crema”, cuenta Pablo. “Como me he quemado demasiadas veces me da igual”. 

Leo, por su parte, dice que recibió no una, sino varias descargas eléctricas de aquella máquina. Recuerda que pocos días antes de la muerte de su amigo, mientras trabajaba en el turno de cierre (de 6 de la tarde a 3 de la mañana), sintió que le pasó electricidad y se lo dijo a los gerentes Franklin Medina, María Esther Reluz y a la jefa principal de la tienda, Vanessa Pisfil. Le respondieron que por eso debía usar las botas antideslizantes (que a veces se ponían cuando trapeaban los pisos). Sin embargo, Leo dice que en una charla que organizó la empresa días después de las muertes de Alexandra y Gabriel, “hasta los de Recursos Humanos nos dijeron que si usabas esas botas igual te ibas a electrocutar”. 

Los amigos y excompañeros de trabajo de Alexandra y Gabriel afirman que más empleados de McDonald’s tuvieron electrocuciones y también que la mayoría en el restaurante sabía de la máquina averiada con varios días de anticipación. Nadie atendió sus avisos de peligro.

Cinco días después de las muertes, el presidente de Operaciones Arcos Dorados de Perú S.A. admitiría, en una entrevista en Canal N, que algunos trabajadores y el área gerencial del restaurante conocían el desperfecto del aparato al menos con 24 horas de anticipación. ‘‘Yo no puedo explicar las razones por las cuales los chicos y el equipo no han tomado esas decisiones’’, dijo sobre por qué ninguno de los empleados llamó al área de mantenimiento.

Los amigos y excompañeros de trabajo de Alexandra y Gabriel afirman que más empleados de McDonald’s tuvieron electrocuciones.

Para este reportaje, Operaciones Arcos Dorados de Perú S.A. accedió a responder un cuestionario, solo por correo electrónico. Al preguntarles qué hacían, antes del accidente, para tener a salvo a sus trabajadores respondieron que cuentan con un “Área de Entrenamiento”. Según afirmó esta les da capacitaciones y cursos virtuales y presenciales, sobre seguridad y salud a los chicos.

 

 

McDonald's Protesta La República

PLANTÓN. Rocío Zapata (derecha) y Johana Inga (izquierda) en el plantón que se hizo el 17 de diciembre en las afueras del McDonald's del Parque Kennedy, en Miraflores. 
Foto: La República

Sin embargo, los empleados entrevistados aseguran que nunca les dieron ningún tipo de entrenamiento, virtual o presencial, sobre cómo actuar ante descargas eléctricas o cualquier otro riesgo o accidente en el trabajo. Nadie sabía qué hacer ante algún evento amenazador. Como implementos de seguridad solo tenían las botas antideslizantes, que muchos recibieron cuando ya llevaban varios meses en sus puestos.

Nueve días después de la tragedia, un tiempo récord y excepcional en estos casos, la investigación de la Sunafil concluiría que Operaciones Arcos Dorados de Perú había cometido seis infracciones muy graves en cuanto a salud y seguridad en el trabajo. Estas, decía la institución, ocasionaron la muerte de los dos jóvenes. No hubo controles de riesgo ni evaluaciones de las condiciones de empleo. No se brindó capacitación ni información en salud y seguridad laboral, ni advertencia de riesgos. No se hizo entrega de equipos de protección personal ni supervisión de su uso. El local y las máquinas no brindaban condiciones de seguridad. La multa que Sunafil impuso fue de 845 mil 670 soles (más de 250 mil dólares). La empresa ha apelado esta sanción.

“Puede haber empleos precarios en un taller de confecciones de Gamarra y también en un restaurante McDonald’s”, dice Carlos Mejía.

Para el sociólogo especialista en relaciones laborales, Carlos Mejía, no es inusual que las empresas formales, por más millonarias o prestigiosas que sean, ofrezcan puestos laborales precarios. Antes que la dicotomía formal versus informal de la que se discute desde el Estado, Mejía prefiere referirse a la precariedad. Ese es el concepto que mejor representa la situación laboral de miles de peruanos. Los empleados pueden trabajar en empresas formales, dentro del marco legal, pero con sueldos justísimos o por debajo del promedio del sector y además en condiciones vulnerables o incluso riesgosas.

“Puede haber empleos precarios en un taller de confecciones de Gamarra”, afirma Mejía, “y también en un restaurante McDonald’s”. Ante la pregunta de por qué habían apelado la sanción administrativa de la Sunafil, la compañía respondió: “El proceso nos permitió brindar nuestros descargos y aclaraciones”, y añadió, “lo que sí queremos precisar es que la compañía acatará la decisión final que tome la autoridad competente”.

Los jóvenes empleados de McDonald’s en Pueblo Libre convivieron con el peligro mortal por varios días, y ninguno supo reconocerlo, menos ahuyentarlo. Varios piensan que pudieron ser ellos los muertos, en lugar de la pareja de amigos de La Perla. 

Horas antes de que ocurriera la tragedia, Leo estuvo trabajando con Alexandra y Gabriel. Al despedirse, dice que le mencionó a Gabriel que tuviera cuidado con la máquina de gaseosas, porque estaba “pasando electricidad”. Incluso, para mostrarle a su compañero que era cierto, tocó la manguera de CO2 y dejó que le pasara un poco de corriente eléctrica. Leo recuerda que ambos se rieron. Gabriel le respondió que no se preocupara, que no tocaría nada, que le daba miedo

 

Las últimas llamadas 

Unos días antes de Navidad, el sábado 14 de diciembre de 2019, Alexandra y Gabriel tenían que trabajar el turno extendido. Así era como le llamaban a los horarios de los sábados que iban de 10 de la noche a 7 de la mañana. Los trabajadores part time debían hacer ese turno al menos una vez al mes. Alexandra iba a trabajar en ese horario por primera vez. Esa noche Gabriel y ella llegaron juntos al restaurante y la idea era regresar juntos a sus casas al día siguiente. 

Johana Inga, la madre de Alexandra, recuerda que a veces tenía ciertos pensamientos. Cuando iba camino a su trabajo, por ejemplo, de pronto imaginaba qué pasaría si algún día alguien la llamaba a decirle que Alexandra había muerto. Pero no imaginó nada similar cuando su hija le contó que iba a amanecerse en McDonald’s. Sabía que estaría con Gabriel y eso le dio seguridad.

Sentada en su sala, Johana Inga lee los últimos chats que intercambió con su hija, minutos antes de que entrara a trabajar. “Hay demasiada gente abajo”, le dijo la joven alrededor de las 9:30 de la noche, cuando acababa de llegar al restaurante. Su madre le deseó suerte y le pidió que le avisara apenas saliera al día siguiente. Alexandra no volvió a contestar.

El domingo en la mañana, al no obtener respuesta, la señora Inga comenzó a sospechar. Le escribió a su hija a las 6:50 am, luego a las 7:30 am. A las 8:32 am le dijo: “Amor, no sé nada de ti”. También le escribió a Gabriel y nada. Luego salió con su pareja, al mercado. Cuando estaba caminando por una avenida de su barrio -aún recuerda el sitio exacto porque no ha querido volver a pasar por allí- recibió la llamada. Eran un poco más de las 9:30 de la mañana.

La señora Inga lo supo de inmediato luego de que la voz en el teléfono le preguntó su nombre, si era ella la mamá de Alexandra Porras. Las llamadas con buenas noticias nunca comienzan así. Dice que escuchó algo como “ha habido un accidente, su hija ha fallecido”. Hasta hoy no recuerda las palabras, solo los gritos. Nunca había gritado tanto en su vida, como si no fuera ella, sino otra con una fuerza y un dolor por completo desconocidos. Nunca había corrido sin dirección alguna, como queriendo escapar de la realidad.

La señora Inga lo supo de inmediato, luego de que la voz en el teléfono le preguntó su nombre. Las llamadas con buenas noticias nunca comienzan así.

La madre de Gabriel, la señora Zapata, no se enteraría casi una hora después. Ella también había estado esperando a Gabriel desde muy temprano, ella también le había escrito a él: “Hijo, ya estás viniendo?”; y a sus amigos, a Alexandra primero, luego a Rodrigo Murillo. Renegó un poco. Por unos instantes pensó que Gabriel la había “plantado” por ir a jugar fulbito. Ya tenía los panes con chicharrón listos para el desayuno, cómo su hijo le había pedido la noche anterior. 

No pasó mucho y la noticia tocó a su puerta. Era la tía de Alexandra, ella se lo dijo. Justo en ese instante, cuando la señora Zapata estaba en pleno trance del horror, tres trabajadores de McDonald’s llegaron a su casa. Para entonces el reloj marcaba casi las 11 de la mañana. Hasta antes de ese momento nadie de la empresa había podido encontrar a la señora Zapata o comunicarse con ella. Luego se sabría, con la visualización del video de las cámaras de seguridad, que el accidente había ocurrido minutos antes de las 6 de la mañana. 

Rocío Zapata confiesa que ella también tuvo esos pensamientos, los que vaticinaban a su hijo muerto. Pero eso pasaba cuando Gabriel se iba a una fiesta o cuando debía regresar del trabajo en la madrugada. Entonces la señora Zapata imaginaba a Gabriel caminando desde el Óvalo de La Perla, mientras miraba la pantalla de su celular, y luego lo imaginaba desafiando cara a cara al ladrón que quería asaltarlo. 

- Nunca imaginé que podía morirse en su trabajo, dice la madre de Gabriel, aún incrédula. 

Cuando Rocío Zapata llegó a McDonald’s de Pueblo Libre, Johana Inga ya llevaba ahí unos minutos. Pero ninguna de las dos se vio entre sí, estaban absortas en sus desgracias. Además, trataban de lidiar con el desgarro y también con el trato poco amable, y hasta cierto punto indiferente, que recibieron de parte de la empresa. Todavía es algo que les cuesta recordar.

 

Sin medidas de seguridad

Todo ocurrió en el minuto 58 de las 5 de la mañana. Los dos chicos estaban limpiando en la cocina. Alexandra recibe primero una pequeña descarga, pero continúa trabajando. Luego vuelve a toparse con la máquina, entonces es cuando todo empieza. Gabriel trata de separarla del aparato, pero sale disparado. Se levanta del piso y vuelve a intentarlo. Ninguno de los dos lo logra. 

Un hecho: de acuerdo al informe pericial de la Policía, la máquina Multiplex tenía un mal aislamiento de electricidad por haber sido manipulada y adaptada en varias de sus partes. Las suposiciones: en las primeras versiones que salieron a los medios decían que fue él y no ella quien recibió la descarga primero, que ella fue quien quiso ayudarlo. Pero fue al revés.

Rocío Zapata, dice que ella y Johana Inga prometieron nunca reclamarse nada. Sin importar las circunstancias en que el accidente hubiera ocurrido. Nadie tendría la culpa, cualquiera pudo tocar primero ese aparato mortal. Pero a veces, muy dentro suyo, en lo que ella siente que son sus momentos de flaqueza, piensa “¿por qué?”.

—Uno como egoísta piensa ¿no? ¿por qué lo hiciste si te podías haber salvado? ¿por qué? Pero fue más grande su amor…

La muerte de un trabajador en su sitio de trabajo no debería de ocurrir, menos en un lugar como un restaurante. Pero en Perú es más común de lo que se espera. Además de Alexandra y Gabriel, otras 23 personas murieron cumpliendo sus labores en diciembre de 2019, según el Ministerio de Trabajo. Y en todo ese año hubo 242 muertes en total.

Además, casi 35 mil accidentes de trabajo fueron reportados. Los actividades económicas que suelen tener más accidentes laborales, en orden descendente según los porcentajes de diciembre de 2019 son: industrias manufactureras (22% del total); actividades inmobiliarias, empresariales y alquileres (18%); construcción (12%), y transporte, almacenamiento y comunicaciones (11%).

En un lugar como McDonald’s, que entraría en la categoría de Hoteles y Restaurantes, la incidencia es muy baja (4%). Según las estadísticas del Ministerio de Trabajo, ese es uno de los sectores con menos accidentes. Ni los números oficiales hacían sospechar lo que pasaría. 

Además de Alexandra y Gabriel, otras 23 personas murieron cumpliendo sus labores en diciembre de 2019, según el Ministerio de Trabajo. Y en todo ese año hubo 242.

“Uno tiene que empezar a cubrir el vacío en fiscalización en salud y seguridad en el trabajo por dónde hay más siniestralidad”, dice el superintendente de Sunafil, Juan Carlos Requejo, desde su oficina en Jesús María. McDonald’s pasó por un operativo de la Sunafil el año pasado y, según Requejo, en ese entonces sí lograron subsanar sus errores. Pero “el tema de salud y seguridad es muy dinámico”, añade. Debido a las mejoras o falta de mantenimiento que pueden ocurrir en los negocios lo que un día estuvo correcto o pasó la prueba, puede deteriorarse apenas en unos días después. 

Luego de un poco más de una semana de las muertes de Alexandra y Gabriel, el Estado peruano publicó el Decreto Supremo 020-2019-TR y el Decreto de Urgencia 044-2019, que modificaban la Ley de Seguridad y Salud en el Trabajo, la Ley General de Inspección en el Trabajo y también el Código Penal. Estos decretos mejoran las normas de seguridad y salud para los trabajadores. Las autoridades y las empresas deben practicar nuevas medidas de fiscalización y prevención. Por su parte, la Sunafil recibirá un aumento de presupuesto de S/ 43 millones. Gracias a ese dinero, a mitad del años 2020, el número de sus fiscalizadores pasará de 700 a más de 900.

 

La responsabilidad y el olvido 

A varios kilómetros del restaurante de Pueblo Libre, donde trabajaron y fallecieron juntos, en el cementerio Parque del Recuerdo del Callao, están las tumbas de Alexandra Inga y Gabriel Campos. En medio de tres árboles escuálidos, una al lado de la otra. Siempre tienen ramos de flores y alrededor, pequeñas piedras coloridas. Rocío Zapata se levanta muy temprano todos los domingos para llegar allá. Para ella es una forma de cuidar la memoria de su hijo. 

En todos estos meses ella y Johana Inga han reunido los recuerdos que tienen de sus hijos y los han repasado una y otra vez. También han pensado mucho en qué es la justicia. Para ellas, al menos por ahora, es saber por qué murieron Alexandra y Gabriel, qué pasó exactamente, quiénes tuvieron la culpa. Por eso han pedido hablar con los gerentes que estuvieron a cargo del restaurante aquel día: Franklin Medina, María Esther Reluz y Vanessa Pisfil. Pero ellos dicen que aún no están preparados psicológicamente para enfrentarlas. 

Las madres han pedido hablar con los gerentes que estuvieron a cargo aquel día, pero ellos dicen que aún no están preparados psicológicamente para enfrentarlas.

“Ya lo he dicho otras veces, siempre tratan de que la cuerda se rompa por el lado más débil”, dice Elizabeth Carmona, abogada de Johana Inga, desde un café al frente del Ministerio Público. “Los de Arcos Dorados tienen una consigna: que la culpa es de quienes estaban encargados de ese local”, reniega la abogada, “pero la culpa la tienen todos, por no revisar sus locales”. La investigación fiscal determinará quién o quiénes de los gerentes pagarán la sanción penal. Podrían ser condenados hasta a seis años de cárcel. 

“Tenemos contacto con las familias de ambos, pero hemos acordado con ellos mantener bajo reserva todo lo relacionado a acuerdos reparatorios o indemnizatorios”, escribió en una carta Operaciones Arcos Dorados de Perú S.A, ante la consulta de OjoPúblico.

En la discusión pública, se habló de otro tipo de sanción, una “sanción social”. Dos días después de las muertes, hubo un plantón afuera del McDonald’s del Parque Kennedy, en Miraflores, en protesta por lo que había pasado. “Trabajo precario mata”, “Empleos de M”, “McMuerte”, decían algunas de las pancartas que alzaban los manifestantes. “Si hay un local que no reúne las condiciones ¿por qué voy?”, diría luego el superintendente de la Sunafil Juan Carlos Requejo, “no ir a su negocio debería ser la sanción más dura para un empresario que no quiere invertir en salud y seguridad en el trabajo”. 

Luego de la tragedia, McDonald’s cerró todas sus tiendas en Perú durante dos días. A la semana empezaron a reabrir poco a poco sus restaurantes. El local del Parque Kennedy donde se hizo el plantón, tres meses después, está repleto de clientes a diario.

“No perseguimos que ellos se vayan del país”, dice la abogada Elizabeth Carmona, “me parece que sería venganza, y eso no, yo soy cristiana”. Cuenta que otros periodistas ya le han preguntado sobre ese tema, y siempre responde lo mismo. Por qué tendrían de quedarse sin empleo tantos inocentes.

 

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