Escuela de valientes: mujeres de la Amazonía central que vencieron al terror

Luzmila Chiricente Mahuanca, Elsa Casancho Peralta, Abelina Ampinti Shiñungari y Ketty Marcelo López son lideresas en sus comunidades y han impulsado organizaciones para defender los derechos de las mujeres de la selva central en Perú. La Federación Regional de Mujeres Indígenas Asháninkas, Nomatsiguengas y Kakintes (Fremank) es la más emblemática y surgió en 1999 como la respuesta de valientes indígenas que se sobrepusieron a la violencia terrorista. Gracias a su ejemplo se fundaron otras agrupaciones que fortalecen nuevos liderazgos para luchar contra el machismo que aún persiste.

LUCHADORAS. Cuatro mujeres de la selva central superaron el machismo y la violencia terrorista para formar organizaciones en defensa de los derechos de la mujer indígena.

LUCHADORAS. Cuatro mujeres de la selva central superaron el machismo y la violencia terrorista para formar organizaciones en defensa de los derechos de la mujer indígena.

Ilustración: Claudia Calderón

Sentada en una hamaca, a unos metros de la casa donde vive, Luzmila Chiricente Mahuanca, mastica unas hojas de coca, mientras toma un descanso de media mañana. Tiene más de 70 años y es una de las lideresas asháninkas más respetadas del territorio de la Amazonía central en Perú. Quienes la conocen la llaman tía o hermana mayor.

Su hogar, una construcción de madera techada con hojas de palma de coco, está ubicada a varios metros de otras viviendas de su comunidad de Cushiviani, en el distrito de Río Negro, en Satipo, a 440 kilómetros de Lima. Fue en este espacio, heredado por su padre, en el que Luzmila concibió, en 1999, la creación de la Federación Regional de Mujeres Indígenas Asháninkas, Nomatsiguengas y Kakintes (Fremank), una iniciativa de mujeres que se sobrepusieron a la violencia terrorista.

En setiembre de 1988, un hijo de Luzmila desapareció y nunca más se supo de él. Juan Beto, de 15 años, estudiaba en el colegio Atahualpa de Satipo, lejos de Cushiviani. Cuando su madre fue a visitarlo al sitio donde se hospedaba no lo encontró, su desaparición fue atribuida a la organización terrorista Sendero Luminoso como un ajuste de cuentas debido a que ella era lideresa de su comunidad.

Luzmila pudo sobreponerse al dolor y continuó defendiendo sus territorios y el derecho de los pueblos indígenas en pleno conflicto armado. Once años después de esta tragedia fundó Fremank, considerada como una federación histórica y que es vista como una escuela de lideresas indígenas. Además, impulsó el surgimiento de nuevas organizaciones de mujeres en la selva central.  

En setiembre de 1988, un hijo de Luzmila desapareció y nunca más se supo de él. 

Tras la etapa del terrorismo, la estructura patriarcal de la cultura asháninka empezó a abrirse y a combinar roles de género. En 1998, las mujeres integraron partidos políticos y comenzaron a fundar sus propias organizaciones como Fremank, cuya agenda de acciones abarca la participación política, educación intercultural, salud, medio ambiente y lucha contra la violencia hacia la mujer. 

En este territorio las comunidades están ubicadas a kilómetros una de la otra; por eso, en 1993, cuando Luzmila empezó a coordinar con las mujeres de Río Tambo, en Satipo, necesitaba enviarles oficios e invitaciones en canoas impulsadas por pequeños motores llamados peque peque o en camionetas que surcaban el vasto territorio indígena dividido por los ríos Tambo y Ene. Luego de estas gestiones, Luzmila esperaba en ascuas las respuestas de sus hermanas.

Mujeres indígenas - 2022 - Yoselin Alfaro

EJEMPLO. Luzmila Chiricente Mahuanca es lideresa fundadora de Fremank en la comunidad de Cushiviani, en el distrito de Río Negro en la región Junín.
Foto: OjoPúblico / Yoselin Alfaro

 

Con los años, el avance de la tecnología ha permitido que ellas mejoren sus redes de comunicación. Ahora acuerdan reuniones vía telefónica, gestionan proyectos o consiguen el apoyo de entidades para que las capaciten. Sin embargo, aún hay brechas que cerrar, pues debido a la lejanía de algunas comunidades la señal telefónica no ingresa de igual manera para todas. Por otro lado, la pandemia debilitó sus lazos, pues, en el 2020 y 2021, enfocaron sus esfuerzos en salvaguardar la salud de sus familias y su comunidad.

Durante esta etapa las mujeres pusieron a prueba sus conocimientos de medicina ancestral, adquiridos de sus antepasados. Así, alistaron botellas con macerados de hoja de matico, kion y miel que eran bebidos por los integrantes de su familia para aliviar los dolores de garganta y pulmones provocados por la enfermedad.

Para este año las mujeres planean retomar sus actividades; por lo pronto ya se han reunido en los meses de enero, marzo y mayo, y tienen un próximo encuentro para la quincena de julio. Sus esfuerzos se centran ahora en afrontar los estragos de la pandemia en sus comunidades y gestionar alianzas con instituciones que puedan capacitarlas para continuar fortaleciendo sus organizaciones dentro del territorio de la selva central de Junín (Satipo y Chanchamayo).

El objetivo de Fremank es promover el desarrollo personal y profesional de sus integrantes más jóvenes para que ejerzan cargos de liderazgo en sus comunidades o a nivel local y regional. Además, en alianza con el Centro de la Mujer Peruana Flora Tristán y Fomento de la Vida (Fovida), buscan sensibilizar a las autoridades locales para que se realicen proyectos a favor de las mujeres indígenas en base al Convenio 169 de la OIT sobre pueblos indígenas y tribales y la agenda del Consejo Regional de la Mujer de Junín. 

Fremank busca promover a sus integrantes más jóvenes para que ejerzan cargos de liderazgo en sus comunidades.

En 2021, las mujeres de Fremank fueron capacitadas en temas de género y cambio climático en la Escuela de Lideresas Rurales. Allí ampliaron sus conocimientos en derechos de las mujeres, ciudadanía y participación política, enfoque de género, desigualdad y brechas de género, liderazgo transformador, enfoque de desarrollo territorial y cambio climático, entre otros aspectos.
 

Retos de una lideresa

Para llegar al territorio donde nace esta historia, abordamos un mototaxi a unos metros de la plaza principal de la ciudad de Satipo. En este vehículo recorrimos tramos de carretera y trocha hasta la comunidad de Cushiviani, lugar donde vive Luzmila. Su casa se levanta a pocos metros de un riachuelo donde las familias asháninkas acostumbran lavar ropa y otros enseres. En este espacio cría gallinas y cuyes, que le sirven para alimentarse.

La formación de lideresas —dice Luzmila— afronta diversos obstáculos entre ellos el machismo de sus parejas e, incluso, la reprobación de su familia y la crítica de otras indígenas que mantienen la idea de que las mujeres solo deben cumplir las tareas del hogar. Por estas razones, difícilmente se atreven a abandonar sus actividades de amas de casa; sin embargo, el temor e inseguridades que sienten se van superando mediante la participación en los talleres y encuentros de ideas en común con otras lideresas.

Durante los meses de formación —desarrollados en encuentros mensuales y anuales en las comunidades de las lideresas y en su local central ubicado en la provincia de Satipo— las mujeres también aprenden el valor de la medicina ancestral, la cosmovisión indígena, valores y principios morales. Estos conocimientos son transmitidos por las mujeres más ancianas, consideradas sabias dentro de su comunidad, y guiarán la mirada de una buena lideresa, que no olvida sus raíces, sino que las transmite de generación en generación.

Mujeres indígenas - 2022 - Yoselin Alfaro

TENAZ. Elsa Casancho Peralta es lideresa de Fremank y participa en la organización Omiasec. Vive en la comunidad de Pukiarini.
Foto: Yoselin Alfaro

 

“Este, por ejemplo, es el árbol de uña de gato, sirve como desinflamante, allá está el achiote que utilizamos para preparar los alimentos y para tratar problemas estomacales, más arriba está el matico, para los males respiratorios y prevenir el cáncer, todo esto me heredó mi padre, quizá sí soy primitiva, pero las nuevas generaciones deberían conocerlo”, agrega Luzmila, mientras recorre el denso bosque que rodea su casa.

Para el pueblo asháninka la palabra es la mejor arma contra el olvido, por eso transmitir los saberes tradicionales es vital para preservar su cultura. Con base en este principio, cada lideresa de la organización invita a una o dos adolescentes para integrarse y aprender, de manera que cuando las más adultas fallezcan, las jóvenes continúen preservando sus conocimientos.

Elsa Casancho Peralta, lideresa que forma parte de Fremank y de la Organización de Mujeres Indígenas Asháninkas de Selva Central (Omiasec), afirma estar contenta por estos días porque ha identificado a dos jóvenes con cualidades para perfilarse como lideresas en su comunidad, Pukiarini. Ella tiene 60 años, empezó a capacitarse a los 35 años, y es una de las integrantes más antiguas de Fremank. Antes de entrar a la organización se dedicaba a tareas del hogar, hasta que asistió a una capacitación y descubrió que una mujer tiene los mismos derechos que un varón.

Para cuando Elsa empezó a formarse, la comunicación telefónica era nula; entonces solo esperaba con ansias ver pasar una camioneta que trajera noticias de Luzmila u otras lideresas que invitaban a las mujeres a participar en encuentros de capacitación. Para que las buenas noticias no la tomaran por sorpresa juntaba dinero diariamente, de modo que, llegado el día, tuviera lo necesario para viajar rumbo al taller donde aprendería algo nuevo.

Cada vez que su esposo criticaba sus ganas de aprender y sus viajes al centro de la provincia de Satipo, donde Elsa iba a encontrarse con lideresas de otras comunidades para debatir por horas la agenda de la mujer indígena, ella hacía oídos sordos y se empecinaba en aprender para enseñar a sus hijos. Ahora habla de ellos con orgullo pues tiene dos docentes en su familia.

Elsa Casancho tiene 60 años, empezó a capacitarse como lideresa a los 35 años. Antes de ello se dedicaba a tareas del hogar.

Elsa es parte del consejo directivo de su comunidad y de Omiasec. “Si la educación transformó mi vida y la de mis hijos, por qué no puede transformar la vida de otras mujeres”, dice Elsa, quien habla español, aunque su lengua materna es el asháninka.

Este es otro de los requisitos que una mujer lideresa debe cumplir: hablar español, ya que acceder a la justicia, salud y educación está limitado por este requisito. “Obviamente si una mujer quiere ser lideresa debe aprender el castellano, sino cómo te comunicas, cómo hablas con las organizaciones y sus representantes”, dice Luzmila.

Por eso, la formación de una lideresa no es sencilla, es más bien un proceso que puede durar años, en el cual la aspirante a lideresa comenzará ejerciendo cargos menores y adjuntos para conocer cómo piensan, qué necesitan y cuáles son las urgencias de los miembros de su comunidad. Luego puede asumir la secretaría, vicepresidencia y presidencia de sus organizaciones y/o comunidades.

“Nada es de la noche a la mañana, no es como un salto. Hay que ir poco a poco”, afirma Luzmila, quien participa en la formación de alrededor de 100 mujeres de la zona de selva central, quienes viven en varias comunidades del Satipo, especialmente en los distritos de Río Tambo y Río Negro. Una de esas mujeres es Abelina Ampinti Shiñungari, quien ha desempeñado cargos de gerencia en la Municipalidad de Río Tambo y el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables.
 

La educación como herencia

Pocos conocen los trabajos que Abelina hace en favor de los jóvenes de las comunidades. Es una de esas lideresas que evitan el reconocimiento y solo se quedan satisfechas cuando ven que su ayuda no fue en vano. El miedo que Abelina sentía cuando era niña ha desaparecido de sus ojos. Ahora su mirada es firme, tanto como los argumentos que utiliza para referirse a la falta de apoyo de las autoridades en las comunidades y a la deserción estudiantil de los jóvenes indígenas en las universidades.

Aunque Abelina ahora vive tranquila en Satipo, guarda los duros recuerdos de los años de violencia que vivió en su comunidad de San Antonio de Cheni, en el distrito de Río Tambo, lugar que abandonó tras el creciente clima de violencia implantado por Sendero Luminoso durante los años 1990 y 2000. Su tristeza por el secuestro de su hermana Adela, de 17 años, y la muerte de su hermano, Máximo, de tan solo 15 años, se esconden en los silencios que deja mientras habla de ellos.

Según el informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR), durante el conflicto armado interno, 5.000 asháninkas fueron hechos prisioneros durante esta etapa, mientras que 6.000 murieron de hambre, maltratos y fuego cruzado. Otros 10.000 fueron desplazados de sus territorios. Adela, la hermana de Abelina, fue parte de los asháninkas secuestrados por Sendero Luminoso y su familia no supo más de ella.

Mujeres indígenas - 2022 - Yoselin Alfaro

APRENDIZAJE. Luzmila Chiricente y Elsa Casancho comparten conocimientos sobre las plantas medicinales en la comunidad de Cushiviani.
Fotos: Yoselin Alfaro

 

En su casa, también conocida como el restaurante Pararipanko Pikibantar (Casa de la nutria en español), trata de condensar la expresión de su pueblo y las imágenes de su comunidad. Las paredes son de madera y el techo está cubierto por hojas de palma de coco, cuidadosamente colocadas para impedir la filtración del agua en épocas de invierno y proteger en el verano del intenso calor de la Amazonía.

En Pararipanko Pikibantar, Abelina no solo vende buena comida, también ha creado un espacio para ayudar a los jóvenes indígenas a acceder a becas de estudio en universidades e institutos y a elegir la carrera que realmente quieren. Su vivienda representa una pequeña academia de sueños que Abelina forjó junto a su pareja, un indígena asháninka.

Luce orgullosa con su cushma, vestimenta tradicional indígena elaborada a base de tocuyo, que se asemeja a un hábito de color ocre. No ha perdido su identidad ni el amor por su cultura, aunque a sus 11 años su madre la entregó a una congregación religiosa para salvarla del reclutamiento de grupos terroristas. En su nuevo hogar, tuvo una fuerte presión para abandonar sus raíces y costumbres.

Cuando tenía 11 años, la madre de Abelina la entregó a una congregación para salvarla de grupos terroristas.

Pero ahora ya no es más la joven a quien acosaban por ser indígena cuando buscaba trabajo, tampoco la muchacha tímida a quien discriminaban por sus orígenes, estudió con ahínco hasta convertirse en enfermera y psicóloga. Aprendió a hacer respetar sus derechos y reconocer el valor de su cultura gracias a otras mujeres que, como ella, se formaron en talleres brindados por lideresas indígenas y organizaciones como el Centro Amazónico de Antropología y Aplicación Práctica (CAAAP), Salud sin Límites y Conservation International.

Aunque estos espacios aún son relegados de la agenda política y cuentan con bajo presupuesto —lo que las obliga a reducir la cantidad de encuentros que sostienen anualmente— Abelina invita a las mujeres a continuar organizándose y levantar su voz ante la discriminación y el machismo, a los que tuvo que enfrentarse para hacer escuchar sus necesidades y problemáticas.

Su madre, ya anciana, la mira concentrada y en silencio. Ahora vive con Abelina, lejos de los recuerdos dolorosos que dejó en su comunidad escapando del terrorismo. “No quiero morir antes de encontrar a mi hija”, murmura casi imperceptible, refiriéndose a Adela Ampinti Shiñungari. Ambas no pierden la esperanza de volver a verla. 
 

Enseñanzas que se replican

Ketty Marcelo López, fundadora de la Organización de Mujeres Indígenas Asháninkas de Selva Central (Omiasec), nos contesta desde alguna comunidad lejana, en otra región del país. Se le escucha risueña, le gusta transmitir conocimientos y recoger enseñanzas, pero también sabe enfrentar el machismo, al que le tocó enfrentar directamente en 2011, cuando fue parte del Consejo Directivo de la Mujer de la región Junín. Este era un espacio en el que estaban incluidas, pero solo para cumplir con la cuota de género de la organización, pues a diferencia de los varones, no podían abordar temas de importancia ni tomar decisiones.

Mujeres indígenas - 2022 - Yoselin Alfaro

RESISTENCIA. Abelina Ampinti Shiñungari es natural de la comunidad de San Antonio de Cheni en el distrito de Río Tambo. 
Fotos: Yoselin Alfaro

 

Al inicio, el camino de Ketty no fue fácil, aunque ahora toma como anécdota las veces en que sacó de sus casillas a los jefes indígenas que se oponían a que las mujeres pudieran organizarse aduciendo que la intención de ellas era dividir el movimiento indígena. “Aunque ellos siempre intentan controlarnos, tomamos nuestras propias decisiones, ahora el proyecto es poder independizarnos y tener nuestra propia agenda”, afirma.

Ketty y las mujeres que conformaron los inicios de Omiasec tomaron como antecedente el trabajo que sus pares de Fremank realizaron en sus comunidades. “Cuando la formalización de nuestra organización fue rechazada en 2015, Luzmila Chiricente de Fremank nos recomendó caminar por las comunidades y contar sobre nuestra iniciativa. Así lo hicimos y, dos años después, logramos fundar oficialmente Omiasec”, cuenta.

Omiasec forma parte de la Central de Comunidades Nativas de Selva Central (Ceconsec), pero las mujeres tienen su propia agenda del año. En ella preparan a las mujeres adolescentes y adultas en saberes ancestrales para conservar las fuentes de agua, la soberanía alimentaria y defender el territorio, también reciben talleres de liderazgo político.

La mayoría de estos talleres se realizan en las comunidades indígenas, en contacto con la realidad que rodea a las mujeres. Así, en medio del bosque, adquieren conocimientos mediante diálogos con sabias asháninkas, realizan talleres de artesanías, reforestan los ojos de agua e implementan sus propias piscigranjas para poder abastecerse de alimentos.

Ketty Marcelo, quien pertenece a la etnia yanesha, señala que una persona nace dos veces. El primer nacimiento es biológico y el otro ocurre cuando descubre su verdadero camino. Ella descubrió el suyo a los 35 años de edad, cuando fue designada agente municipal de la comunidad de Pucharini, en la provincia de Chanchamayo. Su intención ahora es que más mujeres puedan volver a nacer y encontrar su propio camino. El recorrido aún es largo, pero muchas lideresas han demostrado que las mujeres unidas pueden abrirse paso y ser forjadoras de su propio destino.

 

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Esta investigación fue realizada con el apoyo del Fondo de Respuesta Rápida para América Latina y el Caribe, organizado por Internews, Consejo de Redacción, Chicas Poderosas y Fundamedios.

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