“En mi sueño veía una casa muy antigua en la ladera, justo donde ahora está la qolca. Para mí, era una proyección de algo que se iba a ejecutar. Cuando comencé la construcción lo entendí. Recordé el sueño y supe el lugar exacto donde debía levantar la qolca. Entonces todo encajó como un rompecabezas”, cuenta Mario Quispe Hermoza, en su casa ubicada en la comunidad de Kircas Chico, distrito de San Sebastián, en Cusco.
El hombre tiene 37 años, cabello largo, reflexiones profundas, pero habla poco. En su comunidad, como en el resto de los Andes centrales, la ausencia de lluvias, las heladas y las plagas amenazan cada año sus cosechas. En ese contexto, Quispe Hermoza decidió construir, con sus propias manos, una qolca o gran almacén lítico para conservar tubérculos y granos deshidratados.
Desde hace 16 años, Quispe Hermoza se dedica a la investigación de tecnologías ancestrales y cultura andina de forma autodidacta. También ha participado en excavaciones arqueológicas. Vive en una casa que se asienta sobre un mirador natural abrigado por la montaña, con cocina a leña y sin luz eléctrica, debido a la lejanía del poblado. A 3.800 metros sobre el nivel del mar, sus únicos vecinos son el viento, los colibríes, las águilas, los zorros y los venados. El rugido ocasional de un avión recuerda que la comunidad se encuentra a 45 minutos del centro de la ciudad.
PROCESO. Durante cinco años, Mario Quispe germinó la idea de construir un almacén de alimentos en las alturas del Cusco.
ANTEPASADOS. Para construir la qolca, Mario Quispe se inspiró en la tecnología incaica usada para edificar almacenes de alimentos.
Durante su última excursión, en 2019, recorrió a pie los 380 kilómetros que separan el lago Titicaca del cerro Huanacaure, en Cusco. Es decir, hizo un viaje desde el lago navegable más alto del mundo, en Puno, hasta la montaña sagrada de la ciudad imperial. Quispe recorrió el mismo camino que se describe en la leyenda de Manco Capac y Mama Ocllo, recogida en las crónicas del siglo XVI. Según el mito, en Huanacaure la pareja enviada por el dios Sol hundió una vara de oro en la tierra, señal de que en aquel valle debían fundar la ciudad de Cusco.
Ahora que mira su pasado en perspectiva, Quispe sabe que todos sus viajes fueron el preámbulo de su más grande aventura: la construcción de la qolca. Cada viaje -dice- tuvo un propósito. Por ejemplo, conocer diferentes formas de cultivar la tierra y de relacionarse con la naturaleza. Durante la excavación de Pikillaqta (una ciudadela preinca edificada por los wari), al sur del Cusco, Quispe veía el futuro mientras los otros se deleitaban con el pasado.
Hace más de cinco años, al observar los constantes cambios de clima que alteran los ciclos agrícolas, decidió que era momento de guardar alimentos en un almacén. Para ello recurrió al pasado y a las enseñanzas de sus ancestros.
Volver a los orígenes
En la comunidad de Kircas Chico, las familias almacenan sus productos de la cosecha en la misma habitación donde duermen, expuestos a insectos o a roedores. Ese fue otro de los motivos por los que Quispe decidió concretar su idea. Primero buscó información sobre los antiguos peruanos: los incas, waris y otras culturas precolombinas. “Revisando la historia, leí que antiguamente existían almacenes de alimentos, como las qolcas. Aún hay en Cusco y en otros lugares, pero ya no funcionan”, cuenta. Entonces decidió llevar a la práctica su investigación y construir un almacén de piedra en las alturas de su comunidad.
En noviembre del año pasado, el plan ya estaba listo. Construiría la qolca en la cara norte de la montaña Q’ente Killay, exactamente adonde llega el viento helado que sopla con fuerza desde el nevado Ausangate. Así garantizaba una refrigeración natural para mantener los alimentos. Sobre una plataforma de tierra se levantaría la estructura circular de más de dos metros de alto. Extraería la roca del mismo lugar a punta de fuerza y cincel. Finalmente, uniría las piedras talladas con una argamasa de barro mezclada con un aglutinante natural hecho de un cactus conocido como aguancollay o gigantón.
Las primeras lluvias en Q´ente Killay le avisaron que había llegado el momento de construir. “Los meses de noviembre, diciembre, enero, marzo y abril son el inicio, por la frescura de ver brotar las plantas. Es maravilloso. Yo recibo cátedra del entorno donde vivo. Por eso comencé con la lluvia, porque lo vivo”, relata con emoción.
MATERIALES. En la construcción de la qolca se usaron insumos locales, como paja para el techo del almacén de piedra.
COMUNIDAD. En la construcción del almacén de piedra ayudaron también familiares y amigos de Mario Quispe.
Pero antes de empezar, Quispe Hermoza se encomendó a los apus. Acató la milenaria tradición que siguen al pie de la letra quienes inician una siembra, un viaje o la construcción de una casa: un pago a la pachamama, a la madre tierra. La ofrenda la realizó en el lugar exacto donde lo soñó, a unos pasos de su casa. Vestido con un antiguo poncho que perteneció a su familia, colocó pétalos de flores, granos de maíz, de quinua, miel de caña, semillas de hoja de coca, chicha de maíz y vino dulce. Todo lo mejor para agradecer y pedir la protección de la naturaleza.
El sonido de los pututus (instrumentos elaborados con caracoles marinos y usados desde antaño) se extendió hacia las cuatro direcciones del viento. “Siempre se debe pedir permiso porque todo tiene vida, todo es energía. Los pututus son vibraciones que conectan”, explica Quispe Hermoza. Aquel día, en lugar de colocar una primera piedra hizo una ofrenda que cubrió con tierra aún húmeda de la lluvia. Así comenzó a latir el corazón de la qolca.
Almacenes milenarios
Las qolcas forman parte importante de las tecnologías agrícolas del antiguo Perú. Destinadas a la conservación de tubérculos y granos en tiempos de malas cosechas, eran construcciones de piedra ubicadas en zonas altas y diseñadas con un sistema de control de vientos y temperaturas.
Cusco, Huánuco y Junín son los tres departamentos que concentran el mayor número de estos milenarios almacenes, de acuerdo con un estudio realizado por la ingeniera y arquitecta, Victoria Ramírez, el biólogo Giuliano Ardito y el ingeniero Vassili Samsonov, presentado en el Congreso Iberoamericano de Ingeniería Mecánica en Cusco en el 2007.
La misma investigación revisa el trabajo del arqueólogo Craig Morris en Huánuco Pampa en 1967, en la provincia de Huánuco. Morris identificó 497 qolcas redondas y cuadrangulares. A partir del estudio de estos almacenes maíz y papa demostró cómo en la base de estos existían ductos llamados “suelos de ventilación”.
PROYECTO. Las qolcas forman parte importante de las tecnologías agrícolas del antiguo Perú.
Estos sistemas respondían a una profunda comprensión del medio ambiente y la agricultura. Las qolcas eran construidas en zonas altas y unían los tres elementos para conservar alimentos por largos períodos de tiempo: aislamiento de la humedad, oscuridad y un flujo constante de aire frío. A grandes rasgos, las mismas condiciones que hoy reúnen las refrigeradoras modernas.
“La redistribución y el principio de la reciprocidad son la base de las qolcas. Aunque ya existía la práctica de almacenar productos en forma local o comunal, los incas lo convirtieron en una práctica estatal”, afirma el especialista en estudios andinos, Donato Amado.
Durante el Incanato, cada ciudad o centro poblado tenía su propio sistema. En el caso de Cusco, las qolcas se concentraron en la ladera de las montañas del sector denominado Hurin Qosqo, o Bajo Cusco, donde actualmente se encuentran los distritos de Santiago, parte del Centro Histórico, San Jerónimo y San Sebastián.
Las qolcas eran construidas en zonas altas y unían los tres elementos para conservar alimentos".
Después de la conquista española las qolcas cayeron en desuso y el almacenamiento pasó a ser una actividad familiar. En la actualidad, resistiendo al abandono desde la colonia y al crecimiento urbano, aún se pueden observar los vestigios de los cuatro principales sistemas de almacenamiento del Valle del Cusco: Silkinchani (distrito de San Jerónimo), Taukaray y Muyu Orqo Qhataqasapatallaqta, ambos localizados en el distrito de San Sebastián.
DEDICACIÓN. Mario Quispe es un estudioso de la tecnología y cultura inca y soñó con un almacén de piedra para conservar alimentos.
Para el historiador Amado, la ubicación de la construcción contemporánea de Quispe Hermoza es clave y representa una prometedora iniciativa. Situada en lo que un día fue Hurin Qosqo, la qolca de Q’ente Killay está directamente alineada con Taukaray. Se ubica en la misma franja montañosa que los antiguos sistemas incas. “Hay una continuidad en el tiempo, una experiencia heredada. Parte de esta continuidad es la vigencia del principio de la reciprocidad o ayni, que está intacta no solo en las comunidades rurales, sino también en las ciudades”.
La qolca de Q’ente Killay
Es mediodía. El viento comienza a soplar por la quebrada de Kircas Chico entre las ramas de los árboles, los campos de cultivo y los pajonales. Lo que hasta ocho meses fueron bocetos en un cuaderno, hoy es una imponente torre circular de piedra al pie del precipicio. En el cimiento se encuentra un sistema subterráneo de circulación de viento que conservará los alimentos a una temperatura estable.
Hoy, casi 500 años después de la construcción de la última qolca inca en el Valle del Cusco, tras cargar, tallar y calzar piedras durante meses, llegó el momento del techado. Hace unos meses hubo que cargar trozos de roca en la montaña de Q’ente Killay. La tarea fue posible gracias a la ayuda de amigos y amigas provenientes del Cusco, La Convención, Ica, y también de países vecinos como Argentina o Colombia.
Una vez extraídas las piedras, Quispe Hermoza quedó acompañado de su hermano Hipólito para continuar el proyecto. Cada roca tenía su razón de ser y de encajar. “Todo son medidas, de un punto a otro. Me las sé de memoria, como la palma de mi mano. Solo trabajo con mi hermano, no puedo meter a alguien más porque lo malograría“, afirma Quispe Hermoza con convicción. Juntos han movido y tallado decenas de rocas bajo la lluvia y el sol ardiente.
DISEÑO. El proyecto de la qolca nació luego de un sueño recurrente de Mario Quispe y de su pasión por las culturas precolombinas.
En un ejercicio de destreza y equilibrio, los hermanos van cubriendo la estructura del techo con atados de q’olla, un tipo de paja amarilla que crece en las tierras altas de Kircas. Los amarran con cuerdas húmedas recién tejidas por Maritza Daza, Irene y Rocío Quispe, su cuñada y sobrinas respectivamente.
Con 12 años, es la primera vez que Rocío Quispe teje estas sogas o qeswas. “Mi mamá me cuenta que ella tenía mi edad cuando aprendió a qeswar y se siente bien”, dice sonriente. A media mañana la familia decide descansar. Al momento de la pausa beben chicha de frutilla, una bebida fermentada de fresas silvestres. Luego, como ocurre desde hace cientos de años en los Andes, comparten y mastican hojas de coca para recuperar las fuerzas perdidas.
El día del techado, la presencia femenina es mayor que la masculina. Para Quispe Hermoza no es casualidad. “La mujer tiene ese vínculo más fuerte con la pachamama. Complementa al varón. A mí me abre a cosas que no podía ver ni entender”. Antes de que termine el descanso, Maritza Daza, su cuñada, le hace notar que están frente a una “warmi qolca” (qolca femenina), porque guardará alimentos en su interior, guardará vida. Todos ríen con una complicidad feliz.
En base a la investigación de los títulos de propiedad, así como de crónicas del siglo XVI y XVII, el historiador Donato Amado destaca la forma de administración de estos almacenes durante la época de los incas. “Mi hipótesis es que estaban cuidadas y distribuidas por las panacas, formadas por mujeres, por las hermanas o qollas (esposas) de los incas”.
Todavía no se ha definido quién ni cómo se distribuirán en el futuro los alimentos que guardarán en la qolca familiar Q’ente Killay. Sin embargo, la constante presencia femenina sugiere que las mujeres tendrán un rol importante en el destino de esta “warmi qolca”.
Alimentos de altura
En el esfuerzo que cada día hacen los más de 2.2 millones de productores, que conforman la pequeña agricultura familiar en el Perú, según el Ministerio de Desarrollo Agrario y Riego, las tecnologías ancestrales continúan vigentes. Destacan los andenes de cultivo, los canales de riego o la manera de seleccionar las semillas. Sin embargo, cada vez más especialistas señalan la urgencia de recuperar, sistematizar y promover estas prácticas ancestrales en el campo, en la investigación y en las universidades.
TÉCNICA. La qolca de Mario Quispe utiliza la fuerza del viento de las alturas para mantener los alimentos frescos.
“La sociedad del presente debe recurrir al pasado para una comprensión más adecuada de su realidad territorial, cultural y social”, sostuvo la arqueóloga Ruth Shady en el Seminario de Agrobiodiversidad organizado por el Consejo Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación realizado en junio del 2020.
Las 30 familias de la comunidad de Kircas Chico se dedican a la agricultura. Si es una buena cosecha, los productos les cubren un año completo de alimentación. En tiempo de heladas, parte de la producción de papas se convertirá en chuño o moraya bajo un proceso artesanal de deshidratación que hará posible que duren 6 o 7 años almacenados.
Cada familia trabaja sus parcelas mediante un sistema de rotación de cultivos. “Es una cronología de tres años. Primero la papa, después el olluco y la oca, después haba o trigo. La tierra pierde sus nutrientes poco a poco y cuando crece otro cultivo se renuevan los microorganismos”, explica Quispe.
En Kircas aún se cultivan al menos una veintena de variedades de papas y maíces. Como en miles de comunidades agrícolas andinas, aquí se practica lo que John Murra denominó “el control vertical de pisos ecológicos”, que es la adaptación productiva a los múltiples ecosistemas y desafíos que ofrece la topografía andina.
En los terrenos altos, por ejemplo, crece la papa y la oca. Descendiendo se encuentran las chacras con quinua, cebada, arvejas, habas y hortalizas. Quebrada abajo se siembran las diferentes variedades de maíz, como el chullpi, qello, hanka o chiqchi, hasta llegar a las parcelas más cálidas, donde crecen las dulces frutas.
“No se valora lo suficiente el esfuerzo de la familia campesina andina que por siglos ha convertido plantas silvestres en plantas alimenticias”, sostiene el agrónomo experto en cultivos andinos, Mario Tapia. No en vano, los Andes centrales representan uno de los principales centros genéticos de domesticación de las plantas, como las papas, maíces o zapallos, que hoy alimentan al planeta.
La fuerza del ayni
Es junio y todavía no amanece. La silueta de las montañas se asoma en un cielo azul aún poblado de estrellas. Es la hora indicada para cortar la q’olla que cubrirá el techo de la qolca. Aunque el frío corta la respiración y viste todo de hielo, una a una aparecen las personas que Quispe convocó para la tutapa o trabajo de madrugada. En algún momento él trabajó para ellos, en ayni. Entonces, en reciprocidad, asisten hoy para la faena en el pajonal.
El amanecer los encuentra con el trabajo avanzado. Al borde de un riachuelo cortan la paja con una hoz. Con el primer rayo de sol, Quispe interrumpe su labor y lo saluda con las manos en el pecho. Emocionado. Cuando tienen la cantidad necesaria de q’olla, caminan cerro abajo con grandes penachos dorados a sus espaldas.
Al llegar a la casa los recibe Irene Quispe, quien ha preparado un caldo de moraya, un tipo de papa deshidratada. Tiene 25 años y, como miles de peruanos y peruanas, regresó a vivir a su comunidad a causa de las crisis que trajo la pandemia.
FUTURO. La qolca es una gran almacén de alimentos construido por un cusqueño apasionado con la tecnología inca.
Aunque hay solamente pocos kilómetros entre la comunidad de Kircas Chico y la ciudad del Cusco, existen otras distancias más significativas. Sus manos pasaron de usar la computadora a trabajar nuevamente la tierra. “Ha sido una gran reflexión. Entendimos que no puedes depender únicamente de la ciudad. Acá en el campo lo tenemos todo, la riqueza de la alimentación. Yo creo que acá la gente es más libre”, dice Irene.
En su comunidad, Quispe ha visto cómo cada año las lluvias se retrasan y el clima es cada vez más extremo. “En lugar de comenzar en agosto o septiembre, las lluvias inician en noviembre o diciembre. Hay familias que pierden su cosecha. No solo por la sequía, sino también porque cae la helada a destiempo o por las plagas de insectos”.
A pesar de los sombríos pronósticos, el agrónomo Tapia no pierde el optimismo al hablar del cambio climático y los Andes peruanos. “Afortunadamente tenemos alrededor de 450 mil comunidades campesinas que han conservado la biodiversidad. La variedad es seguridad alimentaria porque el clima, es un factor modificador de la producción. Es mejor tener una agricultura bien llevada y diversa”.
CEREMONIA. Antes de comenzar la construcción de la qolca, Mario Quispe y sus familiares hicieron un pago a la pachamama.
Así, las comunidades andinas como Kircas Chico, donde han heredado de generación en generación los conocimientos agrícolas que custodian esta biodiversidad, tienen y seguirán teniendo un rol fundamental para un mañana incierto. Un paso adelante, estará Mario Quispe y todos quienes recuperan las tecnologías ancestrales que antaño convirtieron áridos desiertos y escarpadas montañas en fértiles tierras de cultivo.
Un almacén de esperanzas
La esperada fecha del cierre de la qolca llega con la luna llena, un 24 de julio. Con el cielo aún oscuro, a las cinco de la madrugada, Quispe Hermoza espera cubierto con el mismo poncho antiguo que vistió en la primera ceremonia. Enciende palo santo antes de empezar. Se mueve ágil, da indicaciones cortas y en voz baja. Como quien regresa al vientre materno, ingresa en cuclillas al interior de la construcción de piedra. Apunta la hora exacta, mide la temperatura interior y exterior, y pide que le alcancen los alimentos.
Desde la puerta recibe en silencio los costales tejidos con fibra de llama que contienen 40 kilos de chuño, 25 kilos de oca y 20 kilos de maíz. Una decena de kilos de quinua es también guardada en una vasija de barro. Con cada producto que llega a sus manos, cierra los ojos y lo sostiene por unos instantes con una mezcla de agradecimiento, ternura y respeto.
Cuando al fin los alimentos están abrigados en las entrañas de la qolca, los hermanos Quispe cierran la pequeña puerta desde afuera. El primer rayo de sol cae sobre las piedras unidas por un barro aún húmedo y brillante. Suenan los pututus. Las piedras y el viento serán ahora los guardianes de la qolca de Q’ente Killay.
ESPERANZA. Mario Quispe espera que este almacén que usa tecnología inca sea replicado en otras ciudades del país.
“La qolca es el inicio de un espacio o tiempo nuevo real para los que tienen que entender”, dice satisfecho Quispe Hermoza, quien espera que su iniciativa sea replicada en su propia comunidad, en otras provincias o regiones y, ojalá, cree puentes con institutos de investigación y universidades.
En su cuaderno de investigación hace un recuento del camino recorrido hasta hoy y traza las nuevas etapas de su proyecto. El siguiente paso será el análisis en un laboratorio de los productos guardados para monitorear la conservación. Antes deberá viajar a Ica porque tiene un ayni pendiente: ayudar a un amigo que meses atrás participó en el picado de piedras en Kircas.
La vida continúa en Q’ente Killay. Ojalá pronto lleguen las primeras lluvias y con ellas el tiempo de siembra. Comenzará un nuevo ciclo, porque en los Andes el tiempo es un círculo, donde pasado, presente y futuro caminan juntos. Y con cada nuevo ciclo se abre la posibilidad de aprender del ayer, transformar el hoy y cambiar el mañana.