MEMORIA. En el lugar en el que murieron los soldados, seis cruces fueron puestas, con sus nombres, fotos y una placa del Ejército. Al fondo, el río Ilave y el camal de la ciudad.

Muertes en Puno: Los seis soldados que los aymaras aún lloran

Muertes en Puno: Los seis soldados que los aymaras aún lloran

MEMORIA. En el lugar en el que murieron los soldados, seis cruces fueron puestas, con sus nombres, fotos y una placa del Ejército. Al fondo, el río Ilave y el camal de la ciudad.

Foto: OjoPúblico / Alba Rivas Medina

El 5 de marzo de 2023, seis soldados murieron ahogados en el río Ilave, en Puno, durante el estado de emergencia decretado por el gobierno de Dina Boluarte para controlar las protestas iniciadas en diciembre del año previo. Solo en esa región, la represión policial había causado la muerte de 21 civiles. Un policía también había fallecido en ese contexto. Los soldados que murieron eran jóvenes aymaras de escasos recursos que buscaban profesionalizarse o generar ingresos sirviendo como voluntarios. A dos años de sus muertes, OjoPúblico viajó a la zona para reconstruir sus historias, a través del recuerdo de sus familias.

2 Marzo, 2025

Puno es una pampa infinita, contigua al Titicaca, el lago fundacional del Tahuantinsuyo, que se extiende más allá de las fronteras del país. En febrero de 2023, sus principales carreteras estaban bloqueadas por comunidades que protestaban contra el Gobierno.

Dos años después, los muros a lo largo de la Carretera Longitudinal de la Sierra Sur —que conecta la capital de Puno con ciudades como Ilave, Juli y la frontera con Bolivia— conservan las huellas de aquellos días: peajes y comisarías calcinadas, y consignas pintadas en las que se lee “Cierre del Congreso”, “Viva el paro”, “Nueva Constitución”, “Castillo traidor”, “Dina asesina”.

Las protestas, que habían comenzado en diciembre de 2022, continuaron hasta marzo del año siguiente en Puno y Andahuaylas. Entre enero y febrero, cientos de personas de esas y otras regiones del sur viajaron a Lima para protestar. Según la Defensoría del Pueblo, el 26 de febrero delegaciones de Chucuito – Juli partieron en buses, acción replicada luego por ciudadanos de Ilave.

Entre enero y febrero, cientos de personas de esas y otras regiones del sur viajaron a Lima para protestar".

El jueves 2 de marzo, en Lima, un grupo de mujeres aymara —parte de la delegación que viajó a protestar desde Juli e Ilave— fue reprimido. A una de ellas, que corría con su hijo en la espalda, le dispararon una bomba lacrimógena. Aquello, sumado a las 21 muertes provocadas por la represión en Juliaca y Macusani, llevó a que los ciudadanos acordaran, en asambleas comunales, no permitir la permanencia de la Policía Nacional en su territorio. 

La mañana del sábado 4 de marzo, un grupo de ciudadanos y policías se enfrentó en la ciudad de Juli. La comisaría y la sede del Poder Judicial fueron incendiadas. El Hospital de la ciudad reportó 20 heridos: 10 civiles y 10 miembros de las Fuerzas Armadas. A raíz de estos hechos, el Ejército ordenó la salida de militares hacia la zona. 

Al día siguiente, a la 1:30 a.m., 42 hombres partieron del Batallón de Infantería Motorizada Coronel Belisario Barriga Nº 59 de Ilave —a 25 kilómetros de Juli—, bajo el mando del capitán Josué Reymell Frisancho Lazo. Era necesario cruzar el río Ilave. Sin embargo, los puentes estaban bloqueados por la población. 

 

El primer cruce y el retorno al río 

En la madrugada, a 3.863 metros sobre el nivel del mar, los militares cruzaron el río Ilave. Una vez en la otra orilla, continuaron su marcha. Aún les esperaban unos 25 kilómetros, al menos seis horas hasta Juli, cargando el peso de su equipo antimotín.

Habían avanzado hasta la mitad del camino cuando amaneció y los comuneros de la zona los avistaron. Se acercaron a ellos y, según la declaración de Frisancho Lazo, “de manera prepotente les dijeron que regresen a Ilave”. En el momento más álgido, los civiles lanzaron piedras y palos, mientras que los militares respondieron con disparos al aire. 

Tras dialogar con algunos vecinos, los militares iniciaron el retorno hacia el cuartel, seguidos por los comuneros. Los habitantes de la zona dicen que los “arrearon” —término usado para referirse al ganado— porque temían que llegaran a Juli y los reprimieran con balas.

soldados aymaras

AYUDA. Imagen captada el 5 de marzo de 2023, cuando mujeres aymaras abrigaban a los soldados que sobrevivieron a la tragedia del río Ilave.
Foto: Luis Javier Maguiña

 

El Ejército envió una patrulla de refuerzo: 15 soldados sin uniforme, vestidos de civil y sin equipamiento, para que alcanzaran al grupo que regresaba y los ayudaran a cargar lo que llevaban. Esa patrulla cruzó el río de la misma forma que sus compañeros y, una hora después, ya los habían alcanzado. 

Sin embargo, los comuneros se percataron de que eran militares y algunos se indignaron, temiendo que esos soldados vestidos de civil actuaran como los agentes Terna de la Policía, infiltrándose entre la población para realizar actos violentos.

Así, con los civiles “arreando” a ambas patrullas militares, llegaron cerca del río que antes habían cruzado. Al acercarse a la orilla no había ninguna “turba” obligándolos a cruzar: los comuneros se quedaron en una zona elevada, observando desde allí. 

Así, con los civiles 'arreando' a ambas patrullas militares, llegaron cerca del río que antes habían cruzado".

Los soldados de la primera patrulla recorrieron, en promedio, 25 kilómetros de ida y vuelta. Primero, en el frío de la madrugada y, luego, bajo el sol intenso, cargando sus equipos y sin haber comido ni descansado desde la noche anterior. 

Al mediodía del 5 de marzo, cruzaron el río por una zona removida por extracción de arena. La cadena humana que formaron se rompió y empezaron a ser arrastrados por la corriente, mientras los civiles corrían hacia la orilla para intentar ayudarlos.

Los soldados que estaban al frente de la cadena lograron cruzar. Sacaron el cuerpo del soldado Franz Canazas e intentaron reanimarlo en vano. Otros cinco fueron arrastrados por la corriente. Los últimos de la cadena lograron volver a la orilla opuesta, y la gente que se acercó los ayudó. Los abrigaron y cargaron hasta el Puente Internacional de Ilave. Algunos soldados rescatados se encontraron con sus madres entre la muchedumbre. Se abrazaron. Se besaron. Lloraron. Entonces, recién se miraron de cerca: eran iguales. 

El domingo 5 de marzo de 2023, el cuerpo de Franz Juan Canazas Cahuaya (20) fue llevado al cuartel de Ilave. Horas después, y hasta la tarde del lunes 6, se realizó la búsqueda y rescate, en este orden, de los cuerpos de Álex Enry Quispe Serrano (19), Elías Lupaca Inquilla (19), Elvis Pari Quiso (19), Percy Álex Castillo Pongo (18) y Carlos Quispe Montalico (20). OjoPúblico visitó a cinco de las seis familias y conversó con ellas. El padre de Castillo Pongo dijo que no deseaba hablar con ningún periodista.
 

Los antecedentes del capitán Frisancho

Después de los sucesos, el capitán Josué Reymell Frisancho Lazo, de 34 años, fue trasladado a la Escuela Militar de Chorrillos, en Lima. Mediante un pedido de acceso a la información, OjoPúblico obtuvo cinco registros del Ejército Peruano que detallan los excesos cometidos por él contra sus subordinados entre 2015 y 2020.

Después de los sucesos, el capitán Josué Reymell Frisancho Lazo fue trasladado a la Escuela Militar de Chorrillos, en Lima".

Según los documentos, el 8 de abril de 2016, Frisancho Lazo sancionó “física y moralmente” a alumnos sin justificación y les generó gastos indebidos al obligarlos a comprar artículos. El 6 de mayo de 2019, como docente de salto al vacío, permitió un salto sin medidas de seguridad, causando fracturas a un alumno.

Cuando servía en Ilave, en julio de 2020, el mismo capitán fue denunciado por violación sexual contra una mujer que trabajaba limpiando su casa, a quien amenazó con “tomar represalias” contra su pareja, quien estaba internado en el cuartel de Ilave. En octubre de 2022, fue denunciado por su entonces esposa por violencia física y psicológica. 

 

Investigación sigue en etapa preparatoria

En sus declaraciones para la investigación fiscal, los padres de Elvis Pari Quiso y Álex Enry Quispe Serrano imputaron como responsables de la muerte de sus hijos a Josué Frisancho Lazo. Los de Elías Lupaca, también a Frisancho y al teniente Ítalo Charralla Choque, quien estuvo al mando de la patrulla de apoyo. 

Ellos, junto a los tenientes Jeanpierre Seguil López y Alessandro Cipriano Meza Aylas, son investigados por el delito de homicidio simple. Un grupo de civiles ha sido inculpado por los delitos de homicidio de los seis soldados y disturbios. 

El Ministerio Público informó a este medio que el caso fue declarado complejo y que —a dos años— sigue en la etapa de investigación preparatoria. El plazo vence el 26 de marzo. 

 

Las historias de los soldados 

Franz Juan Canazas Cahuaya, 20 años

Un año y dos días de servicio voluntario en el Ejército

Formaba parte de la patrulla de apoyo que salió en la mañana, vestido de civil

 

El domingo 5 de marzo al mediodía, mientras Franz Canazas cruzaba el río Ilave, su padre, Samuel, trabajaba en su taller de mecánica en Mollopampa, una localidad de pocas casas a 10 minutos de Juli. A esa hora, sus familiares le avisaron lo que había ocurrido en el río. De inmediato, marcó el número de su hijo para asegurarse de que estuviera bien, pero nadie contestó. Hacia las dos de la tarde, recibió la llamada de un hombre que se presentó como jefe del Ejército, quien le preguntó:

—¿Usted es el señor Samuel Canazas?

Al escucharlo, Samuel pensó: “Su hijo ha muerto, me va a decir”. Y colgó la llamada. 

El teléfono sonó muchas veces más. Cuando finalmente respondió, una voz militar le confirmó lo que él ya sabía, por presentimiento o porque —a veces— la sangre avisa. 

Cuando llegó al cuartel, encontró a Franz tendido boca arriba sobre una camilla, semidesnudo, vestido con un polo. Unas horas antes, él lo había llamado y le habló mientras masticaba su desayuno. Le dijo que estaba comiendo rápido porque iba a salir de patrulla. Siempre que salía, le avisaba. 

Samuel Canazas

RECUERDO. Samuel Canazas aún guarda los objetos de su hijo en una caja. Sostiene un retrato que Franz se tomó para su título profesional en técnico de computación.
Foto: OjoPúblico / Alba Rivas Medina 

 

Durante la adolescencia, Franz pasaba parte de su tiempo en cabinas de Internet. Al terminar la secundaria, se preparó para la universidad nacional, pero no ingresó. Entonces, estudió computación en un instituto y empezó a trabajar con una mototaxi para pagar parte de sus mensualidades. Dos años después, se graduó. En ese tiempo, le dijo a su padre que había encontrado su vocación: ser francotirador del Ejército.

En marzo de 2022, Franz se internó en el cuartel. Le gustaba la vida militar y estaba contento. Cuando cumpliera su tiempo de servicio —en diciembre de 2023, el año en que murió— planeaba ir a trabajar en la Fuerza Aérea del Perú, en Lima. Luego, se asimilaría en la Escuela de Chorrillos y haría carrera militar. Para hacerlo posible, su padre sacaría un préstamo del banco. 

En marzo de 2022, Franz se internó en el cuartel. Le gustaba la vida militar y estaba contento".

Cuando su hijo murió y los periodistas le hicieron preguntas, él respondió que toda la culpa era de Dina Boluarte, del entonces premier Alberto Otárola y del capitán Frisancho Lazo. Ahora, reitera: 

—Ellos son los culpables. ¿Cómo van a meterlos como ganado al río, a la fuerza? Dice los han obligado. Se ha movilizado casi todo Puno por el gobierno. ¿Cuánto de aceptación tiene [la presidenta]? Y sigue, no quiere dejar [el cargo]. Si hubiera dado un paso al costado, estas cosas no hubieran pasado.

 

Álex Enry Quispe Serrano, 19 años

Un año y ocho meses de servicio voluntario en el Ejército

Formaba parte de la primera patrulla 

 

Sabina Serrano Damián agarra una parte del mandil que lleva puesto y se seca las lágrimas. 

—Calladita lloro cada día.

Calladita, sin avisarle a nadie, cierra con un candado las puertas de madera de su tienda de abarrotes, da media vuelta y cruza la calle. A unos 15 metros a su derecha está la puerta del cementerio, por donde entra y avanza hasta llegar al nicho de su hijo, en la fila uno del pabellón, cerca al suelo. Se sienta al lado. 

La tumba tiene flores frescas, una empanada, gaseosa, agua, un energizante. Ella cambia esas ofrendas cada dos o tres días, como si aún siguiera alimentando a su hijo. Cuando vivía, ella le preparaba la comida y se la llevaba hasta el cuartel, a 15 cuadras de su casa. O lo hacían su padre o hermanos. 

Álex terminó la secundaria de manera virtual en diciembre de 2020 y se internó en el cuartel en julio del año siguiente. Su madre y él hablaban por teléfono todos los días. Siempre que salía del cuartel, le avisaba. Pero el domingo 5 de marzo de 2023 no le dijo nada. Tal vez porque era de madrugada. 

Álex terminó la secundaria de manera virtual en diciembre de 2020 y se internó en el cuartel en julio del año siguiente".

Aquel día, Sabina estaba en su tienda de abarrotes. Cerca de las dos de la tarde, vio en Facebook que civiles y soldados se habían enfrentado. Luego, se confirmó la muerte de un soldado (Franz Canazas). Pensó en su hijo y, desesperada, le llamó. El celular timbraba, pero nadie contestó. El padre de Álex fue al cuartel a preguntar por él y le dijeron que su hijo no había salido de allí.

Lo buscaron toda la tarde hasta que, hacia las 6 p.m., un oficial les confirmó que Álex estaba entre los desaparecidos en el río. La búsqueda, les dijeron, iniciaría al día siguiente, cuando llegaran los buzos de la Marina de Guerra. 

Sabina no podía esperar 12 horas más. A las 7 p.m. quiso meterse en el río, buscarlo, sacarlo o quedarse allí con él. La calmaron e hicieron que esperara. Mientras, su esposo y su yerno fueron a buscar el cuerpo de Álex. Lo encontraron dos horas después. En el río había otras familias buscando con linternas, junto con un pescador, que tenía una red. 

Años antes, en ese mismo río, mientras ella lavaba ropa, sus hijos nadaban. Quien estuvo en la necropsia le dijo que Álex era “pura agua” y que su última comida era del día sábado. Eso le hace pensar que llevaría mucho peso o estaría muy cansado para ahogarse donde nadó toda su vida. 

Alex Quispe Serrano

QUERIDO HIJO. Sabina Serrano en la tumba de su hijo, en el cementerio de Ilave, sostiene una foto de ambos cuando Álex servía en el cuartel.
Foto: OjoPúblico / Alba Rivas Medina 

 

Cuando le entregaron los objetos de su hijo, faltaba su tarjeta del Banco de la Nación, con la que retiraba su sueldo, unos S/300 (alrededor de USD 78). Con ese dinero, él le ayudaba a comprar sus medicamentos para la diabetes. Sobre su celular, le dijeron que no encendía porque lo sacaron del agua. Pero ella recuerda que, el día en que Álex murió, llamó toda la tarde y el celular no dejó de timbrar. 

Él quería ser oficial de la Escuela Militar. Cuando ella lloraba porque se iría a Lima, donde está la escuela, la consolaba diciéndole que iba a ser oficial y que trabajaría para darle una casa y cuidarla. 

La primera vez que declaró para el proceso legal se puso mal. Solo pensaba en él y le dolía la cabeza. Fue algunas veces más, pero ya no está al tanto de cómo va el proceso. Lo que quisiera —dice— es que “esas personas” que se llevaron a su hijo, Josué Frisancho y sus jefes, la llamaran y le dijeran “discúlpame, discúlpame”. 

—Así, tal vez, podría estar tranquila, digo, porque día a día lloro a mi hijo. 

La primera vez que declaró para el proceso legal se puso mal. Solo pensaba en él y le dolía la cabeza".

Dos meses antes de morir, en enero de 2023, Álex buscó un nuevo local de alquiler para la tienda de su madre. Encontró la casa en la que ella está ahora, al frente del cementerio. Él la limpió y pintó, instaló los estantes, colocó los productos y trasladó las cosas. 

Sabina casi ya no vive en la casa propia que tiene a las afueras de Ilave porque, si deja la tiendita-casa que su hijo alquiló, allí tan cerca al cementerio, siente que lo está abandonando. En el nicho que frecuenta ha hecho poner en la placa, con letras mayúsculas grandes, “QUERIDO HIJO”. 

—Siempre vengo a llorar acá. Él debería ser quien me traiga flores, no yo.

 

Elías Lupaca Inquilla, 19 años 

12 días de servicio voluntario en el Ejército

Formaba parte de la patrulla de apoyo que salió en la mañana, vestido de civil

 

—Allá está el nicho de Elías. El blanco, el blanco; el azul es de mi papá. 

El viento es violento. Caminando contra él, Eloy Lupaca eleva su brazo para indicar la tumba de su hijo: allí, al lado de su casa y en medio de la inmensa pampa de tierra y paja, en la comunidad de Collpalaya, a 20 minutos en auto de Ilave. 

Elías era su hijo mayor. Estudió la primaria en el campo y la secundaria en Ilave. Su padre cuenta que, durante la adolescencia, “le agarró el vicio al Internet”. Por eso, decidió estudiar ingeniería de sistemas. A mediados de 2021, ingresó a la Universidad Peruana Unión, pero la carrera no era lo que esperaba y decidió cambiarse. 

Empezó a estudiar en una academia de Ilave para postular a una universidad pública. Allí conoció a un joven que lo convenció de entrar al cuartel para, luego, asimilarse a la Policía. La mañana del 22 de febrero de 2023, les pidió a sus padres su DNI para inscribirse e internarse en el Ejército. 

La mañana del 22 de febrero de 2023, les pidió a sus padres su DNI para inscribirse e internarse en el Ejército". 

Cuando su madre lo supo, intuyó que su hijo no volvería más a casa. Con la certeza de ese presentimiento, lloró toda la noche. 

Cinco días después, el primer domingo tras haber entrado al cuartel, su padre fue a visitarlo. Lo vio triste, más alto y flaquito que nunca, pues llevaba un buzo del Ejército que, demasiado grande para él, parecía bailar en su cuerpo. Le dijo a su padre que se sentía engañado y quería dejar el Ejército porque no podía salir del cuartel para ir a estudiar. 

A la 1:30 p.m. del domingo 5 de marzo, Eloy fue a visitarlo. Un helicóptero del Ejército sobrevolaba la zona, la gente corría y el cuartel estaba rodeado de familias. Algunas madres lloraban. Él se tranquilizó diciéndose a sí mismo que su hijo llevaba poco más de una semana allí y que, por eso, seguro no lo habían sacado en ninguna patrulla. 

Carlos Quispe Montalico

BUEN HIJO. Víctor Quispe sostiene el retrato de su hijo Carlos. A su lado, su hermano menor, Wilson. La familia de Carlos no está al tanto de la investigación fiscal.
Foto: OjoPúblico / Alba Rivas Medina 

 

En su casa, hacia las 7 p.m., escucharon en la radio que había soldados desaparecidos. El locutor leyó los nombres y la familia Lupaca escuchó atenta. Sintieron alivio hasta el penúltimo nombre. Pero, al final, escucharon el de Elías. Lloraron, se alistaron y, junto a algunos vecinos, fueron al cuartel. 

Cuando cruzaban el puente sobre el río Ilave, vieron unas linternas y se enteraron que estaban sacando el cuerpo de uno de los soldados: el de Álex Quispe Serrano. 

Su padre pensaba que, como Elías no quería estar en el Ejército, tal vez se había escapado. Su madre, en cambio, tenía la certeza de que estaba en el río y que, como lo había presentido, nunca más volvería vivo a casa. 

Su padre pensaba que, como Elías no quería estar en el Ejército, tal vez se había escapado".

Esa noche hicieron una vigilia en el río. Alrededor de las 5 a.m. llegaron la Policía, una tropa de soldados y los buzos de la Marina. Cerca de dos horas después, un pescador encontró el cuerpo de Elías y lo sacaron con su malla. Los bolsillos de su casaca estaban abiertos y solo encontraron su llave y una caja de audífonos. Su celular nunca le fue devuelto a la familia. 

Sobre el proceso legal, con una mezcla de irritación, resignación y cólera, Eloy dice: 

—Para qué, ya está muerto mi hijo. ¿Qué gano con el abogado?

 

Carlos Quispe Montalico, 20 años

Un año y cuatro meses de servicio voluntario en el Ejército

Formaba parte de la primera patrulla

 

A la 1:24 de la madrugada del domingo 5 de marzo de 2023, Carlos Quispe Montalico le envió un mensaje y una foto por WhatsApp a su hermano mayor desde el cuartel. 

—Vamos a ir a Juli —le escribió a Piero (25) y mandó una foto en la que se ve a un grupo de soldados uniformados, con cascos y escudos. 

Piero vivía en Lima; sus hermanos Deysi (24) y Wilson (19), en Juli. Entre ellos se comunicaban todos los días. Hasta su adolescencia, vivieron junto a sus padres en Untavi Grande, una comunidad ubicada a una hora en auto de Juli. Luego, se mudaron a esa ciudad para estudiar. 

Allí se instalaron en una casa heredada. Compartían una habitación y se organizaban para cocinar y cuidarse. Su madre se quedó en la comunidad cuidando ganado, y su padre trabajaba como obrero de construcción en Tacna. 

Carlos terminó el colegio de forma virtual en 2020 y, al año siguiente, inició mecánica automotriz en un instituto de Ilave. Meses después, un tío, militar en el norte del Perú, lo convenció de ingresar al Ejército.

Sus hermanos cuentan que, en los primeros meses, estaba intranquilo. Se sentía frustrado porque los enviaban de campaña a otros cuarteles y no tenía tiempo para estudiar, así que dejó el instituto. Cuando saliera, planeaba sacar su permiso de conducir, alquilar un auto y trabajar como taxista. O irse a Lima, con su hermano Piero, para buscar trabajo. 

El domingo 5, la familia Quispe Montalico vio en redes sociales que los soldados eran expulsados por la población y obligados a regresar al cuartel de Ilave. Para entonces, por los mensajes de Carlos, sabían que él estaba en la patrulla. Confirmaron que era uno de los desaparecidos cuando vieron su nombre en la publicación del Ejército en redes sociales.

El domingo 5, la familia Quispe Montalico vio en redes sociales que los soldados eran expulsados por la población".

A las 11 p.m. del domingo, Piero condujo una moto durante una hora y media hasta llegar a la casa de Untavi Grande, donde sus padres —sin electricidad, celulares inteligentes, ni redes sociales— ignoraban la desaparición y la muerte de Carlos. 

Esa misma noche volvieron al río y, junto a otros familiares, hicieron una vigilia. 

El cuerpo de Carlos fue el último en ser hallado. Al atardecer del lunes 6, lo encontraron en la zona donde el fondo de arena había sido removido. Dos días después, lo enterraron en el cementerio de Juli, con su uniforme militar y la bandera peruana envolviendo su ataúd. 

Durante los entierros aymaras, la gente tiene la costumbre de recoger con una de las manos un poco de tierra del cementerio, la colocan sobre su ropa y, desde allí, la arrojan hacia el ataúd. “Para que no te siga la pena”, dicen. En el entierro de Carlos, sus padres fueron los primeros en hacerlo. Sin embargo, para ellos, ningún ritual ha funcionado. 

De vez en cuando llegan notificaciones fiscales a la casa de Juli, esa en la que los hermanos vivieron juntos durante el colegio, pero nadie en la familia está al tanto del proceso legal. Además, Víctor piensa que “no hay ley para la gente”.

 

Elvis Pari Quiso, 19 años

Un año y un mes de servicio voluntario en el Ejército

Formaba parte de la primera patrulla 

 

El abuelo de Elvis está “enfermo de pensamiento”. Estar enfermo de pensamiento es pensar demasiado en una misma cosa y repasarla de todas las maneras posibles, preguntarse qué se hizo y qué no, convertir el “hubiera” en una palabra principal, permanecer en el dolor; estar, pero no estar. En el hospital le han dicho que no hay que pensar y le han dado unas pastillas. Pero él piensa demasiado en su nieto, su vida, y en su muerte. 

Cada fin de semana, Elvis iba a visitarlo y repetía el mismo ritual desde niño: comparaba su altura con la de él. Medía casi dos metros, había heredado su estatura. Soñaba con ser militar y llevar a su familia a Lima. En esa ciudad, quería construir una casa para ellos. Por eso, en enero de 2022, entró al Ejército: quería ganar puntos extra en la evaluación de acceso a la Escuela Militar de Chorrillos. 

Elvis Pari

MAUSOLEO. Los padre de Elvis Pari Quiso sujetan el retrato de su hijo, que soñaba con ser militar y llevar a su familia a Lima. Detrás, la tumba que construyeron para él.
Foto: OjoPúblico / Alba Rivas Medina 

 

Elvis nació en Ilave, a 40 minutos de Ccachayacango, la comunidad de sus abuelos. Su madre recuerda que, de niño, era calladito. Hablaba más con sus profesores que con sus compañeros de clase. A esa edad decía —como otros niños— que iba a ser doctor. 

Aunque estaba internado en el cuartel, cada tarde, su madre le llevaba el almuerzo. Cuando salía los fines de semana, le preguntaba qué quería ella y cocinaban juntos. 

Desde la casa de su abuelo se ve su tumba, y al revés. En el cementerio, que está en una de las lomas del pueblo, a menos de 10 minutos caminando, es el único mausoleo de cemento, alto, con vidrios y muy adornado. Alrededor solo hay otras tres cruces de madera roídas, que se pierden entre la maleza amarilla. 

Ni su madre ni su padre le comprarán nunca más comida ni antojos; ni ropa ni uniforme. No pagarán ningún examen de admisión ni manutención de estudios, no le celebrarán ninguna fiesta. Por eso, porque nunca más pagarán nada por él —y porque él era pulcro y proclive a la belleza—, le han hecho esa ostentosa tumba. Allí está el chico que le decía a su madre: 

—Mamá, no vas a llorar, no vas a sufrir. Tú ya no vas a trabajar, mamita. Yo voy a trabajar y te voy a mantener. Voy a llegar a ser subteniente, en lujo vamos a vivir.

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