IMPUNIDAD. Las trabajadoras sexuales trans viven varias formas de vulnerabilidad, por ejemplo, no tienen el reconocimiento de su identidad de género y tampoco el reconocimiento de su oficio.

Tren de Aragua en Lima: cobros de cupos, muerte y extorsión a trabajadoras sexuales trans

Tren de Aragua en Lima: cobros de cupos, muerte y extorsión a trabajadoras sexuales trans

IMPUNIDAD. Las trabajadoras sexuales trans viven varias formas de vulnerabilidad, por ejemplo, no tienen el reconocimiento de su identidad de género y tampoco el reconocimiento de su oficio.

Fotos: Marco Garro / OjoPúblico

Desde hace meses las trabajadoras sexuales son víctimas del cobro de cupos y amenazas de muerte en distintas zonas del país. En Lima, los extorsionadores se han desplegado por casi toda la ciudad. Entre 2021 y 2023, al menos cinco trabajadoras sexuales trans han sido asesinadas. La Policía Nacional ha identificado a una de las presuntas homicidas como integrante de la organización criminal de origen venezolano El Tren de Aragua. Entre las probables causas del asesinato está la lucha por el dominio de las zonas donde se ejerce la prostitución y la trata de personas.

28 Mayo, 2023

Bella* dice que jamás en su vida ha sentido tanto miedo como desde hace unos meses. Nunca sus ánimos han decaído tanto, tan profundamente. No le pasó cuando era niña y sus padres la dejaron en un albergue, en una ciudad de la Amazonía, porque no soportaron que ella les diga que no era un hombre, sino una mujer. 

Tampoco declinó cuando su abuela la mandó a Lima a los 10 años y una “cabrona” ―como llama a la mujer trans que prostituye a jovencitas― empezó a explotarla sexualmente en las avenidas del Centro Histórico de la capital. Ni siquiera a los 13, cuando encontró a esa misma proxeneta asesinada en la habitación donde vivían juntas. O al año siguiente, la vez en la que un cliente borracho intentó matarla a palazos mientras estaba atada a una silla.

Dice Bella que nada la asustaba. Ni los hombres malos, ni las peleas entre colegas de la avenida, ni los “cafichos” ―el proxeneta varón― o las “cabronas” que les cobraban 20 o 30 soles cada tanto. Pero desde el día en que, a inicios de este año, Los Gallegos ―una facción que forma parte de El Tren de Aragua― comenzaron a buscarla por las esquinas del Centro de Lima, e incluso en su cuarto, para que pague un cupo de 200 soles semanales por su puesto en la calle, la chica de treinta y tantos años, y con más de dos décadas en el trabajo sexual, empezó a sentir, por primera vez en su vida, temor. 

Desde hace varios meses, quienes se identifican como integrantes de la organización criminal venezolana, con presencia en más de ocho países de la región, El Tren de Aragua, persiguen a trabajadoras sexuales en distintas calles de Lima Centro, Norte, Sur y Este. Les cobran elevados cupos, extorsionan y amenazan de muerte.

En los primeros meses del año, fueron varias las noticias sobre homicidios de trabajadoras sexuales trans relacionados con la extorsión. Aurora recibió seis disparos en Chorrillos. A Erika Jaimes la atacaron a quemarropa en San Martín de Porres. Rubí Ferrer fue muerta a balazos en una calle solitaria de Carabayllo. A Priscila Aguado le pasó lo mismo en Chorrillos. 

Altar Marco Garro

FE. Solange* es nueva en el trabajo sexual callejero. Por eso, al salir de casa reza varias veces. En la imagen escribe de puño y letra cómo se siente. 

 

Las trabajadoras sexuales trans siempre han estado expuestas al maltrato y las agresiones. Pero lo nuevo para Bella es la magnitud de la violencia: si los antiguos criminales les quitaban la cartera o les daban una paliza por no pagar las cuotas por dejarlas trabajar, los de ahora las amedrentan con armas y amenazan de muerte. La muchacha ha empezado a vivir con una sensación de acecho constante, un sentimiento de acorralamiento que no la abandona hasta hoy. Pero también había algo más, un descubrimiento:

“Quizás el tiempo me ha hecho más flexible, o quizás el conocimiento de que yo sí valgo, hace que tenga temor a morirme o a que alguien me mate ―cuenta Bella sentada en la sala de la casa de una de sus amigas, en el Callao―. Porque antes yo decía: ‘si me matan, me matan pues’. Así decía”. 

Las víctimas de El Tren de Aragua no solo son aquellas que se paran en las avenidas, sino también las que trabajan a través de páginas web o aplicaciones en sus propias habitaciones o en hoteles. 

“La gran mayoría sí pagaba el cupo. Si no, te daban golpe, llevaban un bate de béisbol para que las chanquen. Con eso le daban en la cabeza o le daban en la pierna… A una chica le dieron en la pierna, todo su silicón se había reventado y se estaba gangrenando. Hasta ahora la chica está  coja, pero así va a trabajar. Se quedó así, inválida ―dice Bella, quien habla tensa, como un animal que está a punto de atacar―. Como siempre nadie dice nada, es como quejarte al aire”.

También les escriben y mandan audios por WhatsApp o las llaman por teléfono, pidiéndoles entre 100 y 200 soles a la semana. “Deben alinearse”, “todas las provincias están tomadas”, “si no están alineadas con nosotros las vamos a desaparecer y grabar un video como ejemplo”, son algunas de las amenazas.

Entre 2021 y 2023 han habido 15 homicidios a trabajadoras sexuales. Nueve eran mujeres trans".

Varias trabajadoras sexuales trans han recibido videos y fotos de compañeras amordazadas en cuartos de hoteles, a quienes les apuntan con armas de fuego. Las imágenes más explícitas se difundieron en febrero pasado, cuando presuntos integrantes de Los Gallegos grabaron el asesinato de Ruby Ferrer, una trabajadora sexual del Centro de Lima. La joven iquiteña, de 30 años, apareció muerta de cuatro disparos en una calle de Carabayllo. 

Hasta ahora no hay una cifra exacta de cuántas trabajadoras sexuales han sido agredidas o muertas por extorsionadores. El informe Situación de las mujeres trabajadoras sexuales transgénero y cisgénero en el Perú, del colectivo Trans Organización Feminista, hace un recuento de los asesinatos contra esta población, entre 2021 y 2023. En total figuran 14 crímenes en Lima, Callao, La Libertad, Lambayeque y Arequipa. Ocho eran mujeres trans que fueron apuñaladas, disparadas, calcinadas. Al menos la mitad se dedicaba al trabajo sexual. 

Y la amenaza no se ha detenido. El último lunes 22, otra trabajadora sexual trans fue asesinada. La encontraron en un hotel de Chiclayo, en Lambayeque. Su nombre era Becky. 

“En la justicia yo no creo. Por esto que me ha pasado, mi amiga me dice ‘vamos a denunciar’. No, le digo yo. Así más rápido me van a buscar, me van a conocer y me van a matar ―reniega Bella, quien ahora trabaja ocasionalmente―. Prefiero andar indigente que nadie me conozca, escondida aunque sea, pero yo no me pienso morir como ustedes, así le he dicho. Por eso es que yo decido desaparecerme”.

Féminas es una organización de mujeres trans que ha atendido algunos casos de agresiones y asesinatos de trabajadoras sexuales trans víctimas de los cobradores de cupos. Su directora, Leyla Huertas, considera que la situación de impunidad en la que viven las mujeres trans en el Perú es la base sobre la que se asientan todos los demás delitos de los que sufren: “Es la indiferencia total con respecto a nosotras. O sea, se nos mata y no nos hacen nada. Se nos ataca y nadie hace nada”. 

Desde que ya no anda todos los días en la calle, Bella ha conocido a nuevas personas: mujeres y hombres que no piden algo a cambio por su compañía. Hace unos días un chico le retiró la silla para que se sentara a la mesa a comer, pero ella no le entendió y no supo cómo reaccionar. Dice que vivir esas cosas la hacen sentirse bien, pero a la vez es algo raro. Todavía extraña el otro lugar. 

“Toditos los sábados sabíamos a quién le iban a pegar, a quién le iban a arrastrar por “quitamarido”, a la otra por “quitacliente”, al otro porque le ha infectado a la otra. Toda era pura tontera. Ahora que estoy viviendo un poco más tranquila, extraño esa manera. ¿Pero, si por tanto extrañar me voy y me pasa algo? Eso está en mi pensamiento. No me puedo acercar más, por más que quiera, por más que mi piel me da comezón para ir hasta allá. No voy a arriesgarme…”.

Jirón Peñaloza Marco Garro

VALENTÍA. Lorena*, una antigua trabajadora sexual del Centro de Lima, comenzó en el jirón Peñaloza. En la imagen escribe cómo se ha opuesto al cobro de cupos.

 

El caso Ruby

Hace algunos años, una amiga le dijo a Adriana* que debía estudiar: el trabajo sexual no dura para siempre. “Mientras más grande te haces, menos pesos ganas”. ¿Qué iba a ser de ella? Entonces, la joven se matriculó en un instituto para estudiar Administración de Empresas. También, con mucho esfuerzo, consiguió un empleo en un call center. 

Quiso dejar por completo la prostitución, pero la plata no le alcanzó. 

“Ahora hago el trabajo sexual porque necesito dinero, porque estoy estudiando”, dice desde su casa, en un distrito de Lima Norte. 

Ser trabajadora sexual le rinde lo suficiente para llevar lo que reconoce como una vida digna. Además, ella ya no está en las calles, como cuando comenzó a los 14 años, en Iquitos ―no le quedó otra opción: sus padres la botaron de su casa el día que notaron que le habían crecido los senos, debido a las pastillas anticonceptivas que tomaba a escondidas―. Ahora Adriana se anuncia en una página web exclusiva para trabajadoras sexuales trans. Por ahí, la contactan sus clientes, a los que luego atiende en hoteles de su barrio. 

Todo iba bien hasta que comenzaron a llegarle mensajes por WhatsApp de quienes dicen ser parte del El Tren de Aragua. Debía pagar 200 soles cada domingo, sino se atendría a las consecuencias. Adriana bloqueaba el número de la extorsión, pero luego le escribían de otro. Bloqueaba nuevamente y la contactaban de uno distinto. Llegó a bloquear cinco números en una semana, hasta que decidió descartar la que había sido su identidad telefónica durante los últimos seis años. 

Por eso, dice, anda de vacaciones. No sabe bien cuándo regresará.

Collar de corazón Marco Garro

PROTECCIÓN. Adriana* no le guarda ningún resentimiento a su madre, a pesar de que al inicio no aceptó la identidad de género de su hija. Sobre su pecho escribe su gratitud.

 

“Yo creo que a raíz de este problema que pasó con Ruby, desde ahí bajó la extorsión ―explica Adriana, quien ha hablado del tema con sus amigas que trabajan en las avenidas―. Como ya se hizo roche con el cobro de cupos en la calle, ahora los extorsionadores ingresan a las páginas web”. 

Tras el asesinato de Ruby Ferrer, el 13 de febrero de este año, diversos grupos de la comunidad trans realizaron una marcha importante por el Centro de Lima. Cientos de mujeres recorrieron las avenidas Alfonso Ugarte y España, exigiendo justicia no solo para Ruby, sino también para el resto de trabajadoras sexuales que habían sido asesinadas durante los últimos meses. 

Lideresas de la comunidad trans, como Leyla Huertas, y del gremio de trabajadoras sexuales, como Ángela Villón, ingresaron a la Dirección de Investigación Criminal (Dirincri) a exigir acciones a la Policía Nacional del Perú. 

Actualmente hay una investigación por el asesinato de Ruby Ferrer. Según un informe de la Brigada Especial de Investigación contra la Criminalidad Extranjera de la División de Investigación de Homicidios de la Dirincri, al que OjoPúblico tuvo acceso, la joven murió debido a un traumatismo toraco abdominal abierto por cuatro proyectiles de arma de fuego (PAF). Alrededor de su cuerpo se encontraron 31 casquillos de bala. 

Una de las presuntas autoras del asesinato de Ruby Ferrer, según la División de Homicidios, es Eglismar Andreina Reyes Sojo, conocida como Andrea. La muchacha venezolana de 19 años, de acuerdo a la investigación de la Policía, es integrante del Tren de Aragua. Reyes Sojo también habría participado en el homicidio de Elki Robert Ulloa Pacheco, de 37 años, en enero de este año, en Comas. 

El presunto móvil del asesinato de Ruby Ferrer fue por la “supremacía de las zonas utilizadas para el ejercicio de la prostitución, trata de personas y delitos conexos”. Las zonas a las que se refiere son el jirón Zepita ―conocida calle donde se ejerce la prostitución― y sus jirones aledaños. 

Pizarra escrita Marco Garro

UNIÓN. Adriana* escribe sobre la foto sus pensamientos acerca del miedo bajo el que viven ella y sus compañeras. También le piden cuentas al Estado.  

 

Adriana no se para con sus compañeras en las calles, pero dice que tampoco está sola. Que sus amigas más cercanas saben que está en peligro. También se lo ha contado a su padre. Tras estar separados durante más de 10 años, atrás quedó el resentimiento que sentía contra él y su mamá por haberla rechazado cuando empezó su transición de adolescente.

“No era culpa de ellos. Obviamente tampoco era culpa mía. Es culpa del sistema que les enseñó a mis padres que solo había dos tipos de género”.  

Solo a veces sigue sintiendo un poco de tristeza. 

“Lo único que me da pena es que malograron mi adolescencia. Tenía 14 años cuando me botaron de mi casa, ni siquiera era mayor de edad. Ahora que reflexiono, siento que mis clientes me violaron y mi familia también me violó. También es una violación que tu familia no te acepte como eres”.  

La joven cuenta que su padre es la primera persona a quien ahora le pide consejo. Confía en su experiencia de hombre mayor. Su madre falleció el año pasado, pero ella la lleva cerca al pecho, en una cadena con un dije de corazón. 


El retorno

América* cuenta que todo comenzó a cambiar antes de la pandemia. Ella, que es trabajadora sexual del Centro de Lima desde hace alrededor de una década, sabe que el jirón Zepita ha sido tomado por las mafias extranjeras. Donde antes habían mujeres jóvenes, adultas y adultas mayores, ahora solo hay chicas andando en grupos durante el día y la noche. 

“En todo Zepita hay puras mujeres. Ellas están con los que nos amenazan a nosotros. Salen en el día y en la noche a trabajar. Todititos los días. Y los policías no les dicen nada. Los serenos tampoco les dicen nada ―cuenta América, desde una pollería del Centro Histórico―. Si tú te vas por allá, por la Plaza Dos de Mayo, bajando por Zepita, vas a encontrar a puras chicas ocupándose. Para ellos no hay horario”. 

OjoPúblico recorrió el jirón Zepita en diferentes días de las últimas semanas, entre las dos y las tres de la tarde. Así, comprobó que son las jóvenes ―algunas lucen como adolescentes― las que dominan en esa calle. Andan de a dos o de a tres, esperando que alguien tome sus servicios. 

En cambio, las trabajadoras sexuales trans están ubicadas, desde hace décadas, en las calles adyacentes a Zepita: Chancay, Peñaloza, Valle Inclán, Tacna, Colmena. América cuenta que, desde poco antes de la pandemia, las mafias extranjeras han intentado ingresar en estos jirones a través del cobro de cupos, pero las chicas no se dejan. Llevan resistiendo tanto como pueden. 

Jirón Chancay Marco Garro

CONVIVENCIA. El jirón Chancay cruza el jirón Zepita, donde se ubican, a todas horas del día, las trabajadoras sexuales cisgénero.  La letra es de Lorena*.

 

Cuando asesinaron a Rubí, América cambió su número de celular. Además, dejó de salir a trabajar por un par de semanas. Tal vez por eso, piensa, ya no recibe amenazas de los extorsionadores. Otras de sus compañeras han hecho lo mismo y, por el momento, están tranquilas. ¿Qué les pasaría si no anduvieran buscando estrategias para pasar desapercibidas? 

Pero también hay muchachas que han elegido retirarse. A inicios de este año, el Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre el VIH/Sida (ONUSIDA) destinó dinero para la reubicación de mujeres trabajadoras sexuales del Centro de Lima, que se encontraban en situación de peligro inminente tras el homicidio de Ruby Ferrer. 

“El Fondo Trans Solidario Ruby” fue administrado por cuatro integrantes de los colectivos Trans Organización Feminista, Asociación de Trabajadores Sexuales Miluska Vida y Dignidad, y la Asociación Transformar. Entre febrero y marzo de este año trasladaron a un grupo de trabajadoras sexuales ―la gran mayoría de ellas trans― hacia sus regiones de origen en la Amazonía, el Ande y el norte del país. 

Entre febrero y marzo de este año un grupo de trabajadoras sexuales trans han vuelto a sus regiones de origen".

De acuerdo a la información de Trans Organización Feminista, algunas de las casos de los viajes de regreso fueron:

Mujer trans alertó que, a través de mensajes de WhatsApp, venía siendo amenazada por quienes se identificaban como integrante del Tren de Aragua. 

Mujer trans denunció que era indicada para ser asesinada, el miedo se apoderó de ella y pidió ser reubicada. 

Mujer trans recibió amenazas constantes a través de llamadas telefónicas con mensajes de texto y de WhatsApp.

Mujer trans pidió regresar a su ciudad, las mafias le habían hecho reglaje. Mandaron fotos de donde vivía y datos sensibles que solo ella y su entorno muy cercano conocían. 

En palabras de Andrea Boccardi, directora de ONUSIDA para Bolivia, Ecuador y Perú, lo ideal es que esta clase de ayuda de emergencia surjan de los propios gobiernos, para que sean sostenibles en el tiempo. 

“En realidad ya no hay más recursos para el fondo, ya se terminó. Estamos buscando otros mecanismos de financiamiento con otros actores ―explicó Boccardi desde un evento de la comunidad trans en el Ministerio de Cultura―. Y también es necesario que se aporten recursos asignados al país, para que también desde aquí haya una respuesta”. 

Jirón Inclán Marco Garro

PELEA. Las trabajadoras sexuales trans dicen que no permitirán que las mafias extranjeras se apoderen de las zonas en las que ellas llevan décadas. El pie de página con la letra de Lorena*. 

 

A propósito, una comitiva de trabajadoras sexuales se está reuniendo con autoridades públicas. Por ejemplo, con la Dirección General de Defensa Pública y Acceso a la Justicia del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos. De ahí saldrá un proyecto de protocolo para la adecuada defensa pública de trabajadoras sexuales.

“Esto va de la mano con una capacitación a los defensores públicos sobre estos temas, para evitar situaciones de revictimización y discriminación que se puedan presentar. Más que de manera intencional, por desconocimiento”, explicó Walter Martínez, su director general, desde su oficina en Miraflores. 

Las trabajadoras sexuales también están en conversaciones con el Ministerio de la Mujer. Así lo relata Angela Villón, directora de la Asociación de Trabajadoras Sexuales Miluska Vida y Dignidad.

“Hemos presentado toda nuestra problemática con puntos y comas. A partir de esto, nuestra propuesta es el reconocimiento del trabajo sexual, porque al ser reconocidas, obviamente van a disminuir las mafias, ya no va a haber un limbo entre nosotras mismas ―dice la activista a través de la línea telefónica―. Podríamos autogestionarnos y no estar siempre sujetas a la empresa privada, ni a la explotación. Tampoco perseguidas por las mismas mafias de los malos elementos policiales”. 

Ángela Villón: "Nuestra propuesta es el reconocimiento del trabajo sexual". 

OjoPúblico intentó comunicarse con el Ministerio de la Mujer, pero no obtuvo respuesta. También hizo lo mismo con la Defensoría del Pueblo, pero la entrevista con el adjunto para los Derechos Humanos y Personas con Discapacidad no pudo concretarse por el reciente cambio de defensor. 

América, la trabajadora sexual que ha visto cómo su lugar de labores, el Centro de Lima, se ha transformado en los últimos años, dice que ha intentado hacer activismo, pero a veces se decepciona de lo inútil que resulta. Nunca ha sentido que haya un cambio real real para ella y sus amigas. 

Una de sus metas es ser una pequeña empresaria, tener su negocio propio y, al fin, reencontrarse con sus padres, a quienes no ve desde el día que se fue de Iquitos. América siente que ellos ya han reflexionado y que ahora sí la aceptarán tal y como es. 

“Yo me digo, ‘ya tengo cierta edad’. Me gustaría poner mi negocio, vivir de él, apoyar a mis papás, estar a su lado de ellos… Quisiera tener un salón, pero que lo trabajen otros, a mí no me gusta. El pelo me da alergia, me pica y me da cositas ―dice con su voz delgada y suave―. Yo a lo que más me dedicaría sería a la cocina, eso sí me encanta”. 

Mientras tanto, sigue en las calles, ahorrando de moneda en moneda para cumplir su sueño. Aunque, por momentos, este se siente realmente lejano. 

Avenida Tacna Marco Garro

DESERCIÓN. Ahora las calles lucen con menos chicas, varias de ellas han regresado a sus ciudades de origen o se han mudado tras las amenazas de muerte y asesinatos. Lorena escribe al pie.

 

Unión en la avenida

Solange* quiere que todo el mundo sepa que, ante todo, ella es una artista. Además una muy experimentada: tiene casi veinte años de trayectoria. En su natal Iquitos aprendió a cantar, bailar, animar, actuar de payaso y payasa, pararse en zancos. La mujer de casi 40 años explica que si ahora se dedica al trabajo sexual es porque Lima es una ciudad amargada y hostil, en donde sus talentos aún no han encontrado refugio. 

“Me he decidido a quedarme aquí. A ver qué tal me va. Porque yo pienso que tengo que luchar. Si en Iquitos he podido ¿por qué aquí no voy a poder?”.

Retrato mujer Marco Garro

ESPERANZA. Solange* espera algún día poder dedicarse solo a su pequeña orquesta que anima eventos privados.  Así lo describe en la foto con sus letras.

 

Viene intentándolo desde hace más o menos siete años. Al mismo tiempo, sale varios días de la semana a trabajar en una avenida del Callao. Hasta allí la llevó una antigua amiga. Solange dice que le costó convertirse en una trabajadora sexual. No tenía ni el ojo ni la maña para detectar los peligros. 

“Yo personalmente decía ‘cómo he decaído’. Después de haber estado en lugares donde me he sentido bien... Nunca en mi vida me he sentido tan sucia, nunca en mi vida me he sentido que he caído tan bajo. Venir a pararme a la calle es una lucha conmigo misma”. 

Cuando su amiga se fue a Europa, Solange se quedó sola en la avenida. Pero no ha podido ni ha querido hacer nuevas amistades. Dice que es difícil encontrar un vínculo sincero en la avenida donde suele haber tantas ojerizas y traiciones. Ella prefiere mantener el perfil bajo, aunque siempre con respeto.

Para Leyla Huertas, de Féminas, algo que hace falta en la comunidad de mujeres trans trabajadoras sexuales es la organización bien planificada: “No hay organizaciones de mujeres trans trabajadoras sexuales que le den el seguimiento a los casos de violencia por extorsión. Desde Féminas las hemos apoyado, pero son ellas las que tienen que tomar el protagonismo. Ellas son las afectadas, conocen la problemática”. 

Tras el asesinato de Ruby Ferrer nació el grupo Ruby Fuerza Trans, conformado por trabajadoras sexuales del Centro de Lima. Su función es la de velar por la seguridad de las chicas de la zona y hacer frente común ante las mafias que las acechan. 

Pero Leyla Huertas opina que estas iniciativas no deberían ser coyunturales, sino de largo plazo y ambiciosas: “He conocido por ahí otros grupos que se crearon de esa manera, pero se han caído. Ni sus nombres me acuerdo, porque se han quedado atrás en el tiempo”. 

Anillo Marco Garro

 

AMOR. Solange* describe a puño y letra una de sus posesiones más queridas. No se saca el anillo de promoción de su padre, dice que así se siente más cerca de su recuerdo. 

 

Para Angela Villón, de Miluska Vida y Dignidad, el temor al doble estigma ―ser mujer trans y ser prostituta― las inhibe de formar una equipo sólido: “Las chicas, a veces, no lo entienden. Dicen ‘no, yo no soy prostituta, soy trans, pero no prostituta’. Y eso no es verdad, la mayoría de mujeres se dedica a la prostitución. Ellas no solo deberían estar trabajando el reconocimiento de su identidad de género, sino también el reconocimiento del trabajo sexual. Eso también las está matando”. 

Solange reconoce que hasta ahora no se ha animado a buscar una amiga trans duradera. Ni siquiera recurrió a alguna de sus compañeras de trabajo cuando un cliente la ahorcó, hasta dejarla inconsciente en un descampado, para robarle su celular y su dinero. 

“Yo he tenido un presentimiento ―cuenta la madre de Solange, que trabaja como empleada del hogar en Lima Norte―. He soñado que un hombre le hacía daño a mi hijo y luego me pedía perdón”. 

Minutos u horas después del asalto, Solange abrió los ojos de repente. Estaba tirada boca arriba. Dice que recuerda haber visto el cielo negro y algunas estrellas. Tras unos segundos de confusión se puso de pie y se acomodó las ropas. Luego, regresó caminando a su esquina, a seguir trabajando. 

 

*Todos los nombres de las trabajadoras sexuales han sido modificados para proteger su identidad y garantizar su seguridad.

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