TIEMPO. Según la OIT, si se valorara el trabajo no remunerado en 64 países sobre la base de un salario mínimo, este representaría el 9% del PBI mundial.

Madres y cuidadoras: la desigualdad que empieza en casa

Madres y cuidadoras: la desigualdad que empieza en casa

TIEMPO. Según la OIT, si se valorara el trabajo no remunerado en 64 países sobre la base de un salario mínimo, este representaría el 9% del PBI mundial.

Ilustración: Claudia Calderón.

La pandemia ha acentuado la carga de trabajo no remunerado que afrontan las madres. Las tareas domésticas y las labores de cuidado de niños, adultos mayores, personas enfermas o con discapacidad, son inevitables para el funcionamiento de una sociedad y generan un aporte oculto del 20,4% del PBI, pero son asumidas por miles de mujeres a costa de su propio desarrollo. Los datos de la OIT indican que las mujeres realizan el 76,2% de todas las tareas no remuneradas en 64 países del mundo, dedicándole 3,2 veces más tiempo que los hombres

9 Mayo, 2021

Caía la noche y la profesora Liliana Flores, de 52 años, seguía conectada a la computadora. Había pasado la mañana dictando clases a sus alumnos de sexto de primaria y, la tarde, corrigiendo tareas y resolviendo sus consultas. Pero a las 7 p.m. tenía que conectarse a una reunión virtual más con sus colegas y la directora del colegio José Gálvez Barrenechea, ubicado en el Callao, para coordinar el desarrollo de las clases a distancia en pandemia. 

Era 8 de abril de 2020 y el Perú afrontaba su primera cuarentena por la Covid-19. Liliana estaba conectada a la sesión de Zoom, pero sus ojos y atención los tenía puestos en su hijo, de 31 años, que estaba acostado a seis metros de ella. De pronto, Piero, como se llama, empezó a convulsionar. Él nació con parálisis cerebral, encefalopatía por hipoxia, cuadriplejia y epilepsia refractaria, que lo hace sensible ante la luz o sonidos fuertes, y le genera de cuatro a cinco convulsiones diarias.

Piero tiene limitaciones de más del 80% para desenvolverse por sí mismo, necesita asistencia para comer y asearse, y su único soporte en estas tres décadas ha sido su madre. “Disculpen me retiro de la reunión, mi hijo está convulsionando”, escribió Liliana por el chat de Zoom y WhatsApp. Nadie respondió. Era el tercer día que estaba a cargo del aula de sexto grado, y no soportó más. Apagó su computadora, se salió del chat institucional y dedicó sus horas a su hijo.

“No me reporté en los días siguientes porque no había empatía. Es mi único hijo y estoy 100% para él, no tengo más familia. Ya se murieron mis padres”. Meses antes de la pandemia, Liliana había conseguido que la Dirección Regional Educativa del Callao (DREC) la ponga a cargo de cursos de nivelación de lectoescritura, con un horario más flexible, pero al iniciar el trabajo remoto sus jefes creyeron que, como iba a estar en casa, ya podía asumir más carga laboral.

Las labores de cuidado, tanto de niños como de adultos mayores, personas enfermas o con discapacidad; y las tareas domésticas, como cocinar, limpiar y administrar el hogar; son inevitables para el funcionamiento y bienestar de una sociedad. Alguien debe hacerlas para que otros puedan generar rentas e incrementar el Producto Bruto Interno (PBI) de un país. Pero, como indica la Organización Internacional del Trabajo (OIT), ese alguien suele ser una mujer, que no recibe una remuneración y que muchas veces se ve obligada a resignar su propio desarrollo profesional, educativo y emocional.

Liliana Flores
MADRE E HIJO. Liliana Flores y Piero se tienen uno al otro desde hace 31 años. Ella dice que es su fuerza y su voz.
Foto: Liliana Flores

 

La pandemia afectó de forma desproporcionada a las madres que asisten a familiares con discapacidad y, en general, a todas las mujeres que realizan labores domésticas y de cuidados con niños o personas dependientes a su cargo. Ellas se han visto obligadas a continuar estas actividades y sumar otras, como el teletrabajo o el cuidado de pacientes con Covid-19, en un entorno de mayor precariedad económica y sin redes de apoyo. 

En su hogar del Callao, cada mañana, Liliana debe esperar a que Piero duerma para poder ir al mercado, cocinar para dos días y limpiar la casa, ahora más que antes. Si le alcanza el tiempo prepara su clase, pero tiene un par de horas cuando mucho. Después de ello, divide su atención entre sus alumnos y su hijo. 

Ha olvidado cuándo fue la última vez que se tomó un día para sí misma, pero cree que quizás antes de los 21 años. Antes de ser madre. “Me hubiera gustado ejercer mi especialidad, Docencia y Problemas de Aprendizaje. Estudié un Posgrado en la Universidad San Marcos y pensé que con eso encontraría un mejor trabajo, pero con los horarios restringidos no pude (...) Nunca he viajado. No he podido salir de El Callao, de repente con mayores ingresos me hubiera podido mudar a otro distrito”, cuenta.


El tiempo que no se cuenta

Los datos de la OIT indican que las mujeres realizan el 76,2% de todas las tareas no remuneradas en 64 países del mundo, dedicándole 3,2 veces más tiempo que los hombres. “El trabajo de cuidados no remunerado realiza una contribución importante a las economías de los países, así como al bienestar individual y de la sociedad (...), sin embargo, sigue siendo mayormente invisible”, señala la entidad en un estudio sobre el rol de los cuidadores, difundido en junio de 2018.

En dicho informe se calcula, además, el costo de estas actividades no reconocidas: “Las estimaciones basadas en encuestas sobre uso del tiempo llevadas a cabo en 64 países (que representan el 66,9% de la población mundial en edad de trabajar) muestran que cada día se dedican 16.400 millones de horas al trabajo de cuidados no remunerado. Esto corresponde a 2.000 millones de personas trabajando ocho horas al día sin recibir una remuneración a cambio. Si estos servicios se valoraran sobre la base de un salario mínimo horario, representarían el 9% del PBI mundial”.

La desigualdad de oportunidades empieza en casa, y le resta a las mujeres dos días de posible trabajo remunerado a la semana".

En Perú, el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI) desarrolló la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo (ENUT) para medir las disparidades en las tareas domésticas y de cuidados. Allí se encontró que las mujeres dedicaban, en promedio, el 52% de su tiempo a labores no remuneradas, mientras que los hombres el 24%. Es decir, cada semana ellas invertían 39 horas con 28 minutos en dichas actividades, y ellos solo 15 horas con 54 minutos.

Sin embargo, este sondeo fue realizado hace más de una década, en 2010. En todo este tiempo el INEI y el Ministerio de Economía y Finanzas (MEF) no han priorizado el destino de recursos para una nueva encuesta nacional, a diferencia de países como México, Brasil y Colombia, cuyos últimos datos corresponden al 2017.

Hugo Ñopo, economista e investigador de Grade, sostiene que esta herramienta es fundamental para actualizar los datos de distribución del tiempo e impacto del trabajo no remunerado, el cual también alcanza a los denominados emprendimientos familiares. En el país, cerca del 10% de la Población Económicamente Activa (PEA) Ocupada indica que su actividad principal se da en el entorno familiar y no contempla un sueldo.

 

OIT
INVISIBLES. Las mujeres de 64 países del mundo realizan el 76,2% de todas las tareas domésticas y de cuidados no remuneradas. Le dedican 3,2 veces más tiempo que los hombres. 
Fuente: OIT

 

“Si hay un espacio que es desigual por excelencia, es el hogar. La ENUT revela que el 80% de las tareas domésticas no remuneradas son hechas por mujeres. Hombres y mujeres salen al mundo laboral y educativo con una desigualdad de oportunidades gigantesca, que para ellas equivale a dos días menos de posibilidades de trabajar por semana. Es una desigualdad que se gesta en casa y requiere un cambio de mentalidad porque, a veces, el abuso y la inequidad se disfraza de cariño”, añade. 

Diana Loconi, del Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables (MIMP), coincide en la urgencia de actualizar la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo (ENUT), pero, pese a su antigüedad, destaca que se haya podido cuantificar el impacto económico del trabajo doméstico no remunerado. Para ello se le asignó el monto que cobraría un profesional o una trabajadora del hogar por realizar cada una de las actividades. El resultado fue que su costo representa el 20,4% del PBI en Perú. 

“Su aporte es mayor que el de la minería y de la construcción, pero no se contabiliza. Tenemos una economía que solo valora lo productivo. Los cuidados permanecen en el ámbito privado, su único apoyo son las redes familiares, si es que existen, y se costean con ahorros personales”, señala la vocera de la Dirección de Promoción y Desarrollo de la Autonomía Económica de las Mujeres del MIMP.

 

Roles de género

El estudio más reciente es del sector privado, se denomina Gestión y Distribución del Tiempo de las Mujeres y Hombres y fue realizado por Centrum PUCP en base a encuestas recogidas durante el último bimestre del 2019, en Lima. Los resultados se presentaron en marzo de este año, y sus cifras mantienen la tendencia: las mujeres dedican 33,6 horas a la semana a labores no remuneradas, frente a las 16,3 horas que destinan los hombres. En otras palabras, 17,3 horas de diferencia, que ellas podrían invertir en dos jornadas de trabajo asalariado o para dedicarlo a sí mismas.

El informe subraya que, además del bajo nivel educativo y socioeconómico, un factor de vulnerabilidad en las mujeres son los hijos. Aquellas que indicaron tener uno o más niños registraban hasta 6,5 horas de actividades no remuneradas por día; en comparación a las 3,3 horas que les costaba antes de ser madres. Lo contrario sucede en el caso de hombres: conforme se convierten en padres, se incrementa su presencia en jornadas donde reciben un salario. 

Las mujeres dedican 33,6 horas a la semana a labores no remuneradas, frente a las 16,3 horas que destinan los hombres.

Los expertos y estudios sobre labores de cuidado lo atribuyen a los roles tradicionales que se le asignan a la mujer por su condición de género. Se trata de estereotipos arraigados en la sociedad, como el que recoge la Encuesta Nacional de Relaciones Sociales (Enares), de 2019, donde el 52,7% de entrevistados afirmó estar muy de acuerdo con que toda mujer debe “cumplir el rol de madre y esposa, y después realizar sus propios sueños”. Esta construcción social primero le asigna a las mujeres roles específicos, y luego, por asumirlos, le resta posibilidades de renovar sus contratos o ascender en puestos de trabajo, como indica un reciente estudio de Gender Lab sobre el impacto de la maternidad en el ámbito laboral.

“Sería ideal que los hombres, los padres, participen también de estas tareas, pero los que tenemos familiares con discapacidad estamos solas”, dice Liliana. Su esposo los abandonó apenas supo el diagnóstico médico de Piero y, pese a existir una demanda judicial, nunca pagó la pensión de alimentos. Desde entonces, ella es el único soporte económico para sí misma y su hijo. Hasta hace unos años -antes que fallecieran sus progenitores- también solventaba los gastos de su padre, que quedó cuadripléjico por un accidente cerebrovascular, y de su madre, con alzheimer y esclerodermia.

Su hermana, que es técnica en enfermería, se encargaba del cuidado de los tres cada vez que Liliana debía dictar clases presenciales. Era una responsabilidad que le impedía buscar un empleo pero ahora trabaja atendiendo pacientes con secuelas de la Covid-19. Cuando regresa temprano del centro médico, ayuda a Liliana en lo que puede, mientras atiende a sus propios hijos. 

Las madres y familias cuidadoras deben ajustar sus presupuestos y opciones laborales para obtener un extra de S/3 mil al mes para costear alimentos especiales, medicinas, consultas médicas, pañales, terapias físicas y más. Contratar a una enfermera para que asista permanentemente a un niño con discapacidad cuesta no menos de S/70 por día. 
 

El impacto psicológico del cuidado

Yo Cuido es un colectivo formado por más de 300 mujeres cuidadoras, madres, abuelas, hermanas, de personas con discapacidad y adultos mayores que necesitan asistencia en Lima y regiones. Desde 2018 han presentado cartas ante el Ministerio de la Mujer, el Ministerio de Salud, el Congreso y otras entidades públicas para explicar la urgencia de que el Estado asuma la habilitación de espacios de cuidado y que procure una vida digna para los cuidadores y personas que los requieren.

“Muchas no trabajamos porque no podemos. Estamos solicitando una ley que reconozca el derecho al cuidado y que apoye el trabajo de las cuidadoras para que tengan una vida digna, sea remunerado o no. Tenemos muchas compañeras que no pueden ganar recursos propios porque cuidan a familiares en casa, a hijos, adultos mayores o enfermos, y la falta de independencia económica las expone a situaciones de violencia”, dice Mirella Orbegozo, presidenta del colectivo que tiene ramificaciones en varios países.

YoCuido
COLECTIVO.Yo Cuido es un colectivo formado por más de 300 mujeres cuidadoras, madres, abuelas y hermanas de personas con discapacidad o adultos mayores.
Foto: Yo Cuido.

 

Ella cuenta que muchas madres de su organización han desarrollado cuadros psicológicos por el extremo estrés que demanda sus labores. “Es un trabajo invisible, está oculto en los hogares, en la propia comunidad. Hemos buscado apoyo psicológico entre nuestras propias redes de conocidos para asistir a algunas mamis, porque en pandemia esta situación ha empeorado, sobre todo aquellas que han perdido sus fuentes de ingresos”.

Abel Sagástegui Soto, médico psiquiatra del Instituto Nacional de Salud Mental (INSM), señala que las mujeres tienen mayor tendencia a presentar cuadros de ansiedad, y una doble probabilidad de caer en depresión que los hombres. Tener bajo su cuidado a personas con enfermedades crónicas, explica, puede agudizar los diagnósticos existentes o desencadenar nuevos.

Las madres no deben generar sentimientos de culpa por necesitar una pausa. Eso es necesario para cuidar su salud física y mental.

“El síndrome de fatiga hace que las personas se sientan desmotivadas o frustradas, que no puedan realizar sus labores con la calidad de antes. Se puede presentar por labores de cuidado prolongadas e intensas, sin tiempo para disiparse o conseguir momentos de tranquilidad. Esto se agrava en este contexto de restricciones por la pandemia, y por el estrés adicional que causa el temor a contagiarse”, señala.

Sagástegui recuerda que todos tienen derecho a cansarse y las cuidadoras, principalmente las madres, no deben generar sentimientos de culpa por necesitar una pausa. Al contrario, eso es necesario para cuidar su salud física y mental. “Es un mito que uno deba ser fuerte cuando uno se siente cansado, hay que buscar ayuda”, añade. Algunas de sus recomendaciones: caminar tres veces al día, media hora cada vez; retomar aficiones y contacto con amigos o familiares a través de videollamadas o chats, repartirse las tareas en el hogar, leer u otra actividad que disfruten. 
 

Un Ley para formalizar su labor

Diana Loconi, representante del MIMP, informó a OjoPúblico que su sector está elaborando un proyecto de ley para crear el Sistema Nacional de Cuidados, a través del cual se reconocerá esta labor como un derecho para todas las personas que necesitan asistencia, y también para sus protectores. Según dijo, este se presentará al Congreso antes de que culmine la gestión de Francisco Sagasti. Cabe indicar que Chile, Uruguay y Costa Rica ya cuentan con sistemas de protección social y de servicios para las personas en situación de dependencia, sus cuidadores y hogares.

“Será un trabajo multisectorial, con el apoyo de cinco ministerios y gobiernos regionales y locales. El primer paso será ampliar la cobertura y regularización de servicios como Cuna Más y Contigo, que a la fecha no llega a todo el país y se restringe a familias en pobreza extrema. El Estado cuenta con centros de acogida residencial y temporales para adultos mayores, pero están diseñados para recibir solo casos de vulnerabilidad extrema: cuando la persona ya no tiene a nadie que los cuide”, explicó.

El proyecto de ley también prevé la asignación de un fondo especial para concretar los proyectos y la profesionalización de las personas que proveen los cuidados, pues esta labor se considerará como un trabajo formal. “Dejemos de visibilizar a las mujeres que hacen labores de cuidado como si fueran héroes nacionales, que se encargan de la familia como un acto de lucha y orgullo. El ciclo productivo se garantiza con la participación de todos los ciudadanos, no excluyéndolos. Ya los hemos visto con la Covid-19: si la población se enferma se genera un efecto en cadena negativo”, añadió.

AprendoenCasa
REMOTO. Las clases virtuales y el teletrabajo se han sumado a las múltiples tareas que asumen las mujeres, de forma inequitativa, en el hogar.
Foto: Andina.

La especialista del Ministerio de la Mujer coincide en que las guarderías y centros de acogimiento diurno son claves para la reactivación económica, pues permiten a los adultos cumplir su jornada sin contratiempos. Durante los primeros meses de la  pandemia, Uruguay detuvo parcialmente los centros públicos de cuidado infantil, mientras en Costa Rica continuaron funcionando. Perú, en cambio, no cuenta con instituciones de este tipo. Lo más cercano es Cuna Más, y solo para menores de hasta tres años de edad.

En el caso específico de personas con discapacidad, la Ley N° 29973 ordena a los gobiernos regionales y locales a habilitar cunas, guarderías y centros de cuidado para atender a personas dependientes, con el objetivo de que “sus familiares puedan realizar actividades laborales y educativas que redunden en su bienestar”. Pero en regiones, como El Callao, el apoyo de las Oficinas Municipales de Atención a las Personas con Discapacidad (Omaped) se limita a asesorías y talleres de socialización. Aún no existen lugares diurnos de acogida para personas con discapacidad, mucho menos para casos severos.

La Ley 29973 ordena a los gobiernos regionales y locales a habilitar centros de cuidado para personas con discapacidad, pero no se cumple".

Otra disposición que no se concreta es la Convención de la ONU por los Derechos de las Personas con Discapacidad, a la cual está adscrita el Perú desde 2008, y obliga a los Estados a implementar la política de ajustes razonables en los centros de trabajo. Esto significa fijar los cambios necesarios, horario o tipo de actividad, para garantizar que las personas con discapacidad, y sus familiares, estén en igualdad de condiciones en la sociedad. 

En enero de 2020 el Ministerio de Trabajo publicó el D.S 001-2020 para definir los lineamientos de ajustes razonables para personas con discapacidad que trabajan, no para sus cuidadores. En batallas solitarias, Liliana ha logrado que el colegio le asigne labores menos demandantes y, ahora, ha vuelto a encargarse de los cursos de lectoescritura en el colegio, pero no le precisan la flexibilidad de horarios que puede tener para evitar que le hagan descuentos a su sueldo. 

En su recuento del pasado, Liliana lamenta no haber podido tener más hijos ni reconformar su familia. “Los proyectos a veces no se pueden lograr porque uno prefiere vivir el día a día, ya no tener proyectos, sino terminar bien, a las 9 o 10 de la noche de hoy, y amanecer bien al día siguiente. Esa es la meta diaria de millones de madres como nosotras”.

 

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