ORGANIZACIÓN. Ante el redoble de la cuarentena en Cantagallo, los integrantes de la comunidad shipibo-konibo se organizan para afrontar al Covid-19.

Voces desde el bloqueo: el encierro de los shipibo-konibo de Cantagallo

Voces desde el bloqueo: el encierro de los shipibo-konibo de Cantagallo

ORGANIZACIÓN. Ante el redoble de la cuarentena en Cantagallo, los integrantes de la comunidad shipibo-konibo se organizan para afrontar al Covid-19.

Foto: OjoPúblico / Karoli Bautista

Las autoridades redoblaron el encierro de la comunidad de Cantagallo (Rímac), luego que el Ministerio de Salud detectara 476 enfermos de Covid-19 de una población de alrededor de 2.000 personas. OjoPúblico entrevistó a algunos de ellos para conocer cómo viven en “confinamiento total”, como lo describió la Defensoría del Pueblo. Entre las fuerzas del orden y vallas de metal, los shipibo-konibo de Lima subsisten diariamente sin el servicio de agua y desagüe y con donaciones de alimentos del Ministerio de Cultura y organizaciones de sociedad civil.

20 Mayo, 2020

El Covid-19 ha llegado fuerte a Cantagallo, y no es broma. Ya estoy sintiendo la comunidad oliendo a azufre”, dice el comunicador indígena Juan Agustín Fernández (51) para resumir la situación que vive la comunidad shipiblo-konibo, asentada en Cantagallo (Rímac) hace 20 años. Desde el 12 de mayo, este grupo amazónico integrado por alrededor de 2.000 personas vive una doble cuarentena: la dictada por el Estado en marzo y el bloqueo adicional impuesto la semana pasada, luego que el Ministerio de Salud (Minsa) confirmara que 476 miembros de dicha etnia padecen la enfermedad.

A casi cuatro años de que un incendio arrasara sus hogares en Cantagallo, la comunidad shipibo-konibo está rodeada por miembros de la Policía Nacional y de las Fuerzas Armadas, que patrullan día y noche a través de estos terrenos sin asfaltar. “No nos han dicho nada; simplemente nos encerraron y ni siquiera sabemos cuándo nos van a dejar salir”, dijo Karoli Bautista (18), madre de un niño y joven fotógrafa natural de Pucallpa (Ucayali).

 

Fotografía de militar en la valla de metal que cerca a Cantagallo
CERCO. Policías y militares rodean durante día y noche el terreno de Cantagallo, donde alrededor de 500 familias shipibo-konibo enfrentan al Covid-19.
Foto: OjoPúblico / Karoli Bautista

 

Actualmente, esta comunidad –ubicada sobre un terreno de 1,9 hectáreas– es integrada por alrededor de 500 familias, entre residentes permanentes y desplazados. Desde que el área fue cercada por vallas de metal, al descubrirse el brote, ellos solo reciben donaciones que el Ministerio de Cultura (Mincul) y el Instituto Nacional de Defensa Civil (Indeci) centralizan. “Comprendemos que Cantagallo es un foco infeccioso y que por eso nos han cercado”, dice Agustín Fernández a OjoPúblico, “pero queremos que el Estado nos otorgue facilidades”.

Las casas en Cantagallo están hechas en base a madera y techos de calamina o plástico, luego de su reconstrucción por el incendio del 2016. Hoy, estas viviendas de un único ambiente albergan, en su mayoría, a más de una familia. Sus integrantes conviven en el mismo espacio, ya sea durmiendo sobre colchones en el suelo, compartiendo despensa de comida y, en el mejor de los casos, cocinando con un balón de gas. “Somos gente migrante, no tenemos familiares con dinero que vivan en Miraflores o San Isidro y que puedan enviarnos remedios”, cuenta Agustín.

El cerco alrededor de Cantagallo ha obligado a los indígenas a compartir los únicos cuatro caños de agua dentro de su comunidad, los cuales funcionan entre las 5 de la tarde y las 6 de la mañana. Además, los 2.000 integrantes de la comunidad deben distribuirse el uso de 20 baños portátiles instalados hasta la fecha por la Municipalidad de Lima, pues sus casas no cuentan con agua ni desagüe. Durante las noches, según Karoli Bautista, es común ver a un shipibo-konibo explicando al militar de turno que salió de su casa solo para ir al baño.

 

Fotografía de las casas de madera y plástico en Cantagallo.
MADERA. Casas prefabricadas con techos de calamina son el principal paisaje en la comunidad shipibo-konibo de Cantagallo, después del incendio de 2016.
Foto: OjoPúblico / Karoli Bautista

 

"A Cantagallo se le ha puesto en un aislamiento total, eso significa que nadie puede entrar ni salir", explica la Jefa del Programa de Pueblos Indígenas de la Defensoría del Pueblo, Nelly Aedo Rueda, en conversación con nuestro medio. Por este motivo, según Aedo, el Estado debe garantizar condiciones dignas de vida a esta población altamente vulnerable. "Es una población que antes de la emergencia ya vivía en una situación bastante precaria, y que el Covid-19 ha agravado", dice Aedo Rueda.

OjoPúblico recogió los testimonios de ocho shipibos-konibos que viven bloqueados en su comunidad y cuyas historias reflejan el drama de una de las principales etnias amazónicas viviendo en Lima: desempleo generalizado, falta de acceso a medicinas y alimentos que respondan a sus necesidades, la ausencia de una aproximación intercultural desde el Estado Peruano, y el abandono por diferentes gobiernos municipales como causa de sus actuales condiciones de vida.

 

El incendio en Cantagallo y las promesas de reconstrucción

Karoli Bautista ha retomado la fotografía desde que no puede salir a vender artesanías a raíz de la cuarentena. Antes de la pandemia del coronavirus, ella realizaba “pequeños cachuelos” con su cámara marca Canon, sobretodo en eventos privados. Ahora, ambas son inseparables y registran las reacciones de su comunidad frente al brote del Covid-19. Sin embargo, desde que le robaron su laptop hace unos meses, Karoli tiene que revisar la tarjeta de memoria con las fotografías en su celular, antes de enviarlas por WhatsApp.

Karoli selecciona las fotografías dentro de la casa de madera que construyó el año pasado, junto a su esposo. Las escenas inmortalizadas por ella retratan una segunda casa, hecha de madera y techo de calamina, donde sus vecinos, una pareja de adultos con dos niños, están acostados en una cama de plaza y media. En este hogar, de un solo ambiente, la familia está rodeada por ropa en colgadores enganchados en el techo o en las paredes, y tendida en un cordel que cruza por encima de una mesa con platos de plástico usados durante la cena.

"No nos han dicho nada; simplemente nos encerraron y ni siquiera sabemos cuándo nos van a dejar salir”, dice Karoli Bautista.

La vivienda de Karoli, de sus vecinos y de otras 400 familias fueron reconstruidas en los últimos meses, luego de que fueran arrasadas por un incendio ocurrido en Cantagallo durante la noche del 4 de noviembre del 2016. “Nos fuimos a [vivir a] un cuarto pequeño porque dijeron que nos iban a reubicar y construir casas, pero nos salía muy caro el alquiler, así que [nos] volvimos, y listo”, contó a través del celular que utiliza para almacenar y enviar sus fotografías.

Desde hace siete años, el Estado Peruano ha prometido la construcción de viviendas para esta comunidad. En 2013, la Municipalidad de Lima bajo el mandato de Susana Villarán acordó la edificación del proyecto Río Verde, como parte del contrato de concesión Línea Amarilla que era ejecutado por la constructora brasileña OAS. Este proyecto incluía un complejo habitacional para los shipibos-konibos de Cantagallo. Aunque la Defensoría del Pueblo exhortó el inicio de estas obras, la gestión de Villarán nunca ejecutó el proyecto.

El gobierno municipal de Luis Castañeda, en cambio, eliminó el proyecto Río Verde del contrato y transfirió estos fondos a la construcción de un by-pass, también por OAS. “Los miembros de Cantagallo han luchado durante años, y dos alcaldes no resolvieron este tema”, reclamó Richard O’Diana, quien entonces asesoró a la comunidad como miembro del Centro Amazónico de Antropología y Aplicación Práctica (CAAAP).

En estas circunstancias, y un año después de cancelado el proyecto Río Verde, el incendio también consumió la casa de Karoli Bautista. Hoy, los exalcaldes Villarán y Castañeda están bajo prisión domiciliaria de manera preventiva, en el marco de una investigación por lavado de dinero como parte del Caso Lava Jato, por recibir presuntos pagos ilícitos de OAS durante sus campañas políticas para alcanzar el sillón municipal.

 

Fotografía de los baños portátiles instalados en Cantagallo.
SANEAMIENTO. Los hogares de Cantagallo no tienen acceso a agua ni a desagüe. Durante la cuarentena, el gobierno ha instalado baños portátiles. 
Foto: OjoPúblico / Karoli Bautista

 

Las fotos de Karoli además incluyen retratos de su madre Delia Pizarro, cuya casa también fue afectada por el incendio. En 2016, Pizarro con su pareja Carlos Tangoa Maynas y cuatro de sus hijos alquilaron diferentes cuartos en el distrito de El Agustino. “Nos botaban cada tres meses, así estuvimos por tres años”, recordó Tangoa. Finalmente, regresó a su casa de madera y techo de calamina en Cantagallo. Desde hace unos días, esta familia cocina con leña, porque se les ha acabado el balón de gas y no pueden comprar uno nuevo debido al aislamiento.

Carlos Tangoa es natural de Ucayali, en donde asegura haber aprendido el uso de plantas medicinales para curar “todo tipo de enfermedades” de sus ancestros shipibos. Por este motivo, ante un episodio de fiebre y diarrea que presentó a inicios de mes, tomó un combinado de kion, limón y miel. “Es para la tos, es muy bueno”, dijo Tangoa. Aunque no rechazan la medicina oficial del Minsa para tratar casos de coronavirus, mantienen su tradición de confianza en los remedios caseros de sus ancestros.

“Construimos nuestra casa [en Cantagallo] sin apoyo, con nuestro esfuerzo”, explicó Tangoa. En el 2017, el Ministerio de Vivienda, Construcción y Saneamiento expuso un proyecto habitacional para los integrantes de la comunidad en el Rímac, durante una audiencia ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), en EE.UU. Los responsables del proyecto de S/24 millones programaron el inicio de la obra para julio de aquel año y la entrega de estas viviendas para agosto de 2018.

Sin embargo, desde aquel compromiso ante la CIDH, el Ejecutivo ha postergado el inicio de las obras en reiteradas ocasiones. Según el Ministerio de Vivienda, la nueva fecha de entrega estaba programada para diciembre de este año.

 

Desempleo en tiempos de pandemia

“El Gobierno no ha cumplido. Hace tres años nos dijeron que iban a hacer nuestras casas, y mira: ¿cómo estamos viviendo?”, reclamó Wilder Loja Ramírez (42). Así como los demás integrantes de la comunidad, Loja tuvo que regresar a Cantagallo luego de esperar en vano que el Estado construyera un complejo habitacional. Ante la llegada del Covid-19 al país, Loja considera que tomó una buena decisión: “Peor hubiera sido si nos agarraba esta pandemia en diferentes lugares; ahora estamos aquí, unidos de nuevo”.

"El Covid-19 ha llegado fuerte a Cantagallo [...] ya estoy sintiendo la comunidad oliendo a azufre”, dijo Juan Agustín.

Loja Ramírez es natural de Pucallpa, y llegó a Cantagallo traído de la mano por sus padres. En los últimos años él trabajó en el rubro de limpieza pública de la Municipalidad de Lima, “juntando desmonte y botando basura”. Sin embargo, tuvo que paralizar sus labores cuando una mañana de mayo despertó con fiebre: “Avisé a mis jefes. Yo tenía miedo porque nosotros no tenemos seguros”, dijo Loja por celular, mientras las labores de fumigación en su casa se escuchan como sonido de fondo.

A la fiebre se sumaron dolores de cabeza, aunque él asegura que a la fecha ya no presenta síntomas. “El Covid-19 entra rápido, pero para que salga… hay que tener mucho cuidado”, dijo Loja. Él tuvo mejor suerte que su primo, Ernesto Canayo Vásquez (44), otro trabajador de limpieza pública de la Municipalidad de Lima e integrante de la comunidad shipibo-konibo de Cantagallo, quien falleció el 10 de mayo a causa del coronavirus.

A pesar de esta situación, Wilder Loja no piensa dejar Cantagallo en el futuro: “Acá crecieron mis hijos, y criarlos aquí es lo que deseamos”. Ahora Loja tiene un nieto de tres años que nació de manera prematura. “Hay que esperar 15 días, si es la voluntad de Dios; y sino, un poquito más, porque sin el aislamiento social no vamos a poder recuperarnos, ¿no?”, reflexionó Loja.

 

Fotografía panorámica de Cantagallo
HOGAR. Los shipibos-konibos de Lima regresaron a Cantagallo a mediados del año pasado, a la espera de recibir un complejo habitacional.
Foto: OjoPúblico / Karoli Bautista

 

Así como Loja, los hombres de la comunidad de Cantagallo suelen trabajar en servicios de limpieza pública o de costura, explicó Juan Agustín. Él mismo estuvo trabajando un tiempo en el rubro de sanitario, “pero resulta que no podía coger mucho peso, y al agacharme a recoger los cartones sentía mucho dolor en mi espalda”. Debido a que sufre otra enfermedad, Agustín tampoco puede ejercer como profesor, como lo hizo años anteriores en algunas universidades.

“Sería bueno que nos encierren si la mayoría trabajara con un sueldo mensual, porque la ley permite que los empleados descansen, pero no tenemos nada, hermano”, se lamentó Agustín. Él, como buena parte de la comunidad, sobrevive con las donaciones del Ministerio de Cultura (Mincul) y del Instituto Nacional de Defensa Civil (Indeci).

 

El problema de los alimentos y la ausencia de medicamentos

A través de las vallas de metal, Karoli Bautista ha retratado a hombres y mujeres que cargan cajas de huevos cubiertas con bolsas amarillas, que llegan como donación para los habitantes de Cantagallo. El lunes último, su lente capturó los insumos entregados por la Asociación de Productores Agropecuarios Indígenas de Apurímac: bolsas de tubérculos como papa y kion, así como vegetales y maíces como arveja y choclo. En contraste, las cajas de víveres del Estado contienen arroz, atún, fideos, azúcar, sal, aceite y menestras.

El problema es que muchos de nuestros ancianos no pueden digerir menestras, dijo Ronin Koshi (26) ya que están acostumbrados a comer frutas y pescado. Koshi es un joven egresado de la Escuela Nacional de Bellas Artes, e hijo de Olinda Silvano, artista shipibo-konibo reconocida a nivel internacional, y maestra del diseño tradicional Kené. Ambos dieron positivo en una primera ronda de pruebas de descarte realizadas por el Minsa el pasado 2 de mayo: “Nosotros fuimos de los primeros infectados en Cantagallo”.

 

Fotografía de dos señoras recolectando agua de uno de los caños de Cantagallo.
SERVICIOS. La Defensoría del Pueblo explica que Cantagallo es una comunidad de alto riesgo ante el Covid-19 por la falta de servicios de agua y desagüe en cada casa.
Foto: OjoPúblico / Karoli Bautista

 

El centro de salud que está más cerca de la comunidad shipibo-konibo es el Puesto de Salud de Piedra Liza (Rímac). Sin embargo, ya no podrán acceder a esta posta por el bloqueo de la semana pasada. Al cierre de edición, el Minsa ha identificado 20 casos de gravedad, de los 476 enfermos, que son atendidos todos los días por un equipo de este ministerio. El viernes pasado la cartera dirigida por Víctor Zamora además instaló un módulo de atención para el seguimiento clínico de todos los pacientes de Cantagallo.

Koshi relató que el pasado jueves su tía Pilar Arce Mahua tuvo dificultades para respirar y le dolía todo el cuerpo. Después de insistir, cuatro doctores tomaron la presión de Arce, y le propusieron trasladarse al Hospital de la Villa Panamericana, especializado en la atención de Covid-19, en Villa El Salvador. La respuesta de sus familiares fue negativa. “En Cantagallo desconfiamos de los hospitales, porque en Pucallpa nuestros hermanos han fallecido por falta de atención”, explicó Ronin Koshi en conversación con nuestro medio.

Desde que aparecieron los primeros casos de Covid-19, los miembros de Cantagallo recurren a recetas naturales en base a kion y eucalipto. “A veces, es insuficiente”, reconoció Koshi. La imposibilidad de comprar medicinas durante el aislamiento social obligatorio es un problema latente para pacientes como Felipe Sánchez Majin, quien adquirió sus últimas 30 pastillas de Metformina, como parte de su tratamiento de la diabetes, antes de que cercaran Cantagallo.

 

Cartel de no se aceptan visitas en Cantagallo
CUARENTENA. La inmovilización social obligatoria ha sido redoblada en Cantagallo, donde conviven más de 500 familias ante el Covid-19.
Foto: OjoPúblico / Karoli Bautista

 

“Antes de que los militares nos cierren, ya era difícil conseguir mi medicina para la diabetes; ahora han empeorado las cosas”, dijo Sánchez por teléfono. Él presentó síntomas de Covid-19 a inicios de mayo: no podía oler ni encontraba sabor a los alimentos, luego tuvo fiebre y dificultad para respirar. “Estuve 15 días en cama por Covid-19, recién hace dos días me he recuperado, en parte por el uso de medicinas naturales”, contó Sánchez, quien mantiene la misma confianza de Carlos Tangoa en recetas ancestrales.

Felipe Sánchez, quien estuvo trabajando en la Asociacion Interétnica de Desarrollo de la Selva Peruana (Aidesep), además ha encontrado problemas con los alimentos entregados por el Estado. “Por mi diabetes, yo tengo que consumir una dieta de sopa, huevo sancochado, y tengo prohibidas las menestras, sin embargo, las canastas incluyen arroz, azúcar y aceite, eso me dificulta el cumplir mi dieta y recuperarme”.

 

Conviviendo con los hermanos de Pucallpa

Al igual que Karoli, la joven shipibo-konibo, Christy Silvano, es una documentalista autodidacta que vive en Cantagallo. Ella nació en la comunidad nativa de Paoyhan, ubicada a 12 horas en lancha desde Pucallpa. Luego del incendio del 2016, ella y su esposo construyeron su hogar con plástico, cartón y madera. “Lo hemos dividido en tres cuartos: uno para la cocina, otro para nosotros con nuestra hijita de 3 años, y el último para la familia que ha llegado”, explica Christy.

“Aunque la sangre nos llama, Lima tiene muchas oportunidades", dijo Karoli Bautista sobre Cantagallo.

A pesar de ser casas pequeñas, los hogares de Cantagallo albergan a abuelos, tíos, primos e hijos. En verano, esta aglomeración aumenta con la llegada de más familiares desde Pucallpa, quienes se establecen en la comunidad mientras trabajan en la capital para llevar un dinero extra en Ucayali. “A estos hermanos les ha agarrado la cuarentena acá y hemos aumentado a más de 500 familias”, explicó Ronin Koshi.

En estas circunstancias, la alimentación en Cantagallo es uno de los principales desafíos. En un escrito enviado al Mincul, la Defensoría del Pueblo ha solicitado la entrega de bidones de agua y alimentos para abastecer a la comunidad shipibo-konibo. “En pocos días se pueden acabar las donaciones porque somos muchos, sobre todo si nadie puede ir a comprar”, dijo Koshi. Además, pocas familias cuentan con refrigerador en sus hogares.

“Sabemos que el alimento no va a alcanzar, pero hacemos lo posible para que alcance”, dijo Christy Silvano. A pesar de que en su casa de madera viven dos familias, según explicó, solo reciben una caja de víveres como donación del gobierno. En la casa de la mamá de Karoli Bautista también vive más de una familia, “pero el Estado no mira eso y entrega solo una canasta de víveres por casa”.

 

Integrantes de la comunidad Shipibo Konibo posando para una foto.
COMUNIDAD. Nuevas generaciones de shipibos-konibos nacidos en Cantagallo mantienen vivas las tradiciones de sus padres y abuelos, a través del idioma y el arte.
Foto: OjoPúblico / Karoli Bautista

 

A raíz de la pandemia y el cese de las actividades económicas, sobre todo las comunidades shipibo-konibo en la provincia de Pisco (Ica), se han desplazado de manera forzada hacia Cantagallo en Lima. Los grupos que han llegado durante las últimas semanas son alojados en casas de familiares y hasta en el local de una iglesia evangélica en la comunidad. Aunque, algunos grupos ya han partido a pie por la carretera central hacia Pucallpa.

“Me estoy yendo [a Ucayali] porque aquí no voy a poder trabajar todo el año”, dijo Sumner Esteban Ventura (20), quien tiene programado partir hacia Pucallpa junto con ocho personas a fin de mes. En Cantagallo, él apoyaba a su madre en la elaboración y venta de artesanías, hasta que se decretó el aislamiento social obligatorio. “Nos queremos ir porque no hay trabajo”, contó Sumner Esteban a OjoPúblico.

 

Cursos por Zoom para enseñar Shipibo-konibo

Así como la mamá de Esteban, la mayoría de las madres en Cantagallo son mujeres artesanas. Karoli Bautista, por ejemplo, recuerda que tenía que “andar por acá y por allá” para vender sus telas y bordados. Algunos de estos productos eran vendidos en ferias, y de vez en cuando Cantagallo recibía la visita de turistas. Sin embargo, mientras duren las restricciones de reunión y desplazamiento por el Covid-19, no habrá ferias o turistas a quienes vender.

Entonces, ¿cómo sustentarse sin salir de Cantagallo? Porque incluso si pudieras salir, te vas a contagiar y corres el riesgo de perder la vida, reflexionó Ronin Koshi cuando el presidente Martín Vizcarra anunció el aislamiento social obligatorio el pasado 16 de marzo. “Un amigo estaba en una conferencia a través de Zoom, y yo pensé: ¿por qué no enseñamos a tejer y bordar de la misma manera? Así comenzó mi primer taller”, contó el joven artista shipibo-konibo a OjoPúblico.

 

Captura de pantalla de las clases virtuales de Ronin Koshi
KENÉ. Ronin Koshi ha organizado clases virtuales de bordado shipibo-konibo a través de la aplicación de videollamadas Zoom, durante la cuarentena.
Foto: Ronin Koshi

 

El primer taller virtual realizado por Ronin Koshi se desarrolló el 25 y 26 de abril, y participaron alumnos radicados en el extranjero. Junto a su madre Olinda Silvano, ambos enseñaron la técnica de tejido y bordado de los diseños tradicionales denominados Kené, a través de sus celulares y conectados a la aplicación de videollamadas Zoom. “Fue un éxito total”, contó Koshi, quien ya ha llevado a cabo la segunda edición de su taller.

Koshi paga por una línea mensual de telefonía móvil, que le brinda acceso ilimitado a Internet. Además, adquirió una licencia de un mes en Zoom, para realizar videollamadas que duren más de 40 minutos. El tercer taller que Koshi organizó fue dirigido por el comunicador Juan Agustín. El 16 y 17 de mayo, ambos enseñaron los conceptos básicos del idioma shipibo-konibo y leyeron cuentos sobre la creación del mundo.

“Peor sería si nos agarraba esta pandemia en diferentes lugares; ahora estamos aquí, unidos de nuevo”, dijo Wilder Loja.

Además de los ingresos económicos, el objetivo de Koshi es que los asistentes a sus talleres por Zoom aprendan a valorar y respetar la cultura shipibo-konibo. “Ellos van a aprender y saber más de nosotros”, dijo Koshi unas horas antes de apoyar a su madre en un taller gratuito de Kené organizado por el Museo Nacional de la Cultura Peruana. Koshi es contundente al hablar sobre su identidad: “Vivir en Lima no significa que he olvidado mis tradiciones, porque por mis venas corre sangre shipiba y no puedo negar lo que soy”.

¿Has pensado volver a Ucayali?, es una de las preguntas que ha recibido Karoli en las últimas semanas. Algunos miembros de Cantagallo sí dejarán la comunidad ubicada en el Rímac por un tiempo, como es el caso de Sumner Esteban. “Aunque la sangre nos llama, mi mamá me dijo una frase que hasta ahora tengo presente: Lima tiene muchas oportunidades”, recuerda Karoli. Ella quiere que su hijo, integrante de las primeras generaciones de shipibos-konibos nacidos en Lima, tenga las oportunidades que ella nunca tuvo: “Mi hijito me dice: ‘mamá, yo soy shipibo’, y me encanta eso, porque nunca ha tenido que ocultar su identidad natural”.

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