OjoPúblico

El trabajo invisible

Las labores domésticas no remuneradas en los andes peruanos.

Marzo del 2022

El trabajo invisible

En Perú, ocho de cada 10 hogares dependen de las mujeres para las labores domésticas y de cuidados, según una encuesta del Centro de la Mujer Peruana Flora Tristán y el Instituto de Estudios Peruanos (IEP). Las mujeres emplean 27,2 horas más a la semana en estas tareas que los hombres. La situación es aún más demandante en las zonas rurales del país: allí las familias usan casi seis horas semanales más que en las zonas urbanas. OjoPúblico acompañó a un grupo de mujeres de las comunidades andinas de Apurímac, al sur del país, para conocer sus desafíos cotidianos en el hogar y el campo, y también cómo han atravesado la pandemia de covid-19.


Texto: Rosa Chávez Yacila
Fotos: Marco Garro

Luciana Aguilar Aquino dice orgullosa que tiene 180 variedades de papas nativas. Ahí están, enumera, la waña, la ccompis, la chaska, la huayro, la yana warmi, la peruanita. Parada en medio de sus sembríos, a casi 4.000 metros de altura, la mujer ―pequeña, pero robusta― escarba la tierra con las manos y, poco a poco, se van asomando unos tubérculos de cubierta rosada con puntos morados. Luciana se precia de su récord actual, pero su meta es duplicarlo.

―Cada papa son diferentes hojas, yo reconozco por la flor también. Esta es otra papa, el otro es otra papa, ese es otro papa, todos son diferentes, ¿acaso son iguales? ―dice señalando las distintas plantas, que se pierden en la inmensidad de las montañas de la comunidad de Yuricancha, provincia de Cotabambas, en el departamento andino de Apurímac.

Su marido y ella han sembrado la mayoría de las papas en noviembre pasado y, para mayo de este año, esperan tener una buena cosecha. Aguilar Aquino ha ayudado a preparar la tierra, a echar las semillas, a lampear cuando la planta ya había crecido un poco, y a volver a lampear, cuando creció más.

Mujeres del campo

Para las mujeres del campo, el día comienza a las cuatro o cinco de la mañana. Cuando hay faena en la chacra, incluso deben levantarse antes.

Zonas rurales

En las zonas rurales del país viven 2’996.720 mujeres, según el Censo Nacional de 2017.

Mujeres de zonas rurales

Según Flora Tristán y el IEP, las mujeres de zonas rurales invierten casi seis horas más a la semana en cuidar a otras personas de su hogar que las mujeres de áreas urbanas.

En realidad, Luciana no descansa. O lo hace muy de vez en cuando. Es madre de seis hijos. Cinco de ellos, adolescentes y niños, están bajo su cuidado. Se levanta temprano, más o menos a las cinco de la mañana. Prepara y sirve el desayuno. Hace la limpieza de su casa. Da de comer a sus cuyes. Va a segar la hierba que les dará al día siguiente. Cocina el almuerzo. Lava los servicios. Arrea a sus ovejas y caballos. Cocina la cena. Asea, de nuevo, los servicios. Cuando hay ropa sucia, lava la de sus hijos menores. Si hay faena en la chacra, la rutina cambia y debe despertar a las cuatro de la madrugada para alistar su refrigerio. Entonces puede pasar todo un día fuera. Por lo general, es la primera en despertar y la última en ir a la cama.

―Yo siento que el hombre, cuando sale a trabajar, gana haciendo una cosa nomás. Pero en el hogar tengo que lavar, atender a mi hija y mis niños, tengo que hacer limpieza, muchas cosas con mis animales, muchos trabajos ―dice―. Las mujeres nos sentimos cansados.

Su afirmación, aunque no es una queja, refleja la situación que viven la mayoría de las mujeres en el país. En el 82% de hogares peruanos es una mujer quien se encarga de realizar las labores domésticas y de cuidados (ocuparse de un niño, niña, adulto mayor o persona discapacitada), de acuerdo a una encuesta realizada por el Centro de la Mujer Peruana Flora Tristán y el Instituto de Estudios Peruanos (IEP).

Las mujeres dedican 27,2 horas más a la semana que los hombres en esas tareas. Es decir, mientras los hombres emplean, en promedio, 25,6 horas semanales a labores domésticas, cuidar a otra persona y apoyar a los niños en su estudios, ellas destinan 52,8 horas cada semana a estas responsabilidades. En las zonas rurales la desigualdad es todavía más marcada: allí, donde más de 45% de la población se encuentra en pobreza monetaria, las familias invierten casi seis horas más en ese trabajo, en comparación con las zonas urbanas.

La pandemia ha recrudecido la tendencia. Según el documento preparado por el Centro de la Mujer Peruana Flora Tristán y el IEP, el 62% de las mujeres perciben que, a raíz de la covid-19, aumentó el tiempo que dedican al cuidado de otras personas en sus casas a nivel general. En las zonas rurales esa percepción es un poco menor: el 53% siente que dicha carga creció. Esto debido a que, incluso antes de la pandemia, dedicaban más horas al trabajo no remunerado que en las zonas urbanas.

Mapa Apurímac

Sin embargo, más de la mitad (55%) de las mujeres que viven en áreas rurales dice haber perdido su trabajo remunerado por el nuevo coronavirus, 15 puntos porcentuales más que en las zonas urbanas (40%) y 11 puntos porcentuales más que en Lima Metropolitana (44%).

“La pandemia ha visibilizado la importancia de los cuidados en nuestra vida. Muchas personas no los perciben porque son tan cotidianos y tan naturalizados, que no se entiende su relevancia para nuestra vida y para el desarrollo económico del país”, dice Karina Huaraca Bruno, directora de Promoción y Desarrollo de la Autonomía Económica de las Mujeres del Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables (Mimp).

Quizá por su costumbre a una rutina trajinada, Luciana Aguilar Aquino no recuerda que la covid-19 le haya perjudicado demasiado en su carga de trabajo. Dice que no hubo mucho dinero, que escaseó más de lo acostumbrado ―de hecho, 93% de personas en las zonas rurales consideran que sus ingresos bajaron, de acuerdo al estudio de Flora Tristán y el IEP―. Pero a su familia la comida jamás le faltó. Dice que eso es lo bueno de vivir en el campo.

―En la pandemia tranquilos lo hemos pasado. No teníamos nada, pero nuestros chuño, papa, maíz nomás comimos ―cuenta sin aspavientos―. Economía no tenemos, pero sí tenemos para comer lo que en la chacra trabajamos.

Aguilar Aquino dice que sus hijos y su esposo la apoyan en las labores de la casa. Eso sí, recalca, solo cuando tienen tiempo. Si los chicos deben salir con el padre a la chacra, ella se queda en casa disponiendo y ordenando todo, como una patrona sin empleados, atribulada por tantas responsabilidades.

Tal vez, lo más complejo para ella es criar a la menor de sus hijas, Yazmín, una bebé chaposa que aún pide la teta a cántaros. Y a quien todavía le faltan varios años para poder estar lejos del amparo de su madre.

El trabajo doméstico y los cuidados rurales


Cuando falleció su marido, hace casi una década, Victoria Huilca Mio tuvo mucho miedo. No sabía cómo sacaría adelante a sus tres hijos, niños que entonces tenían entre seis y ocho años. Hasta ese momento, ella y su pareja habían trabajado juntos en sus pequeñas chacras, en las alturas de Yuricancha. Cultivaban mashua, oca, olluco, papa. También tenían algunas vacas y ovejas. Dice Victoria que hacían un equipo, que él no era como otros hombres que no apoyan a sus mujeres.

―Cuando él estaba vivo, me ayudaba a limpiar la casa ―recuerda sentada en la mesa de su cocina, donde todavía descansan los platos sucios del desayuno―. Sí vivíamos normal, tranquilamente.

Tras el asesinato de su compañero en una reyerta confusa, la viuda, que en esa época tenía 27 años, tomó una decisión arriesgada, pero que le dio seguridad en medio de la incertidumbre: eligió quedarse trabajando en el hogar, para poder criar a sus hijos como quería.

―Sí saldría a otros sitios, voy a dejar a mis hijos ―cuenta―. Cuando murió mi esposo yo he pensado “si voy a salir a trabajar mis hijos van a estar abandonados”.

Al poco tiempo, buscó asesoría técnica y armó un fitotoldo ―un huerto dentro de una especie de carpa grande de plástico, que está a unos metros de su casa―. Ahí cultiva fresas, aguaymantos, apio y culantro. Una parte es para la familia, la otra la vende en Challhuahuacho, un distrito con mucho movimiento comercial que alberga a la sede de una de las operaciones mineras más grandes del país, Las Bambas. Gracias al ayni ―en quechua significa “reciprocidad” y es una forma de trabajo comunitario― Victoria Huilca Mío continúa sembrando tubérculos. También conserva tres de sus vacas.

―Para mí nomás era toda la carga. Mis hijos eran chiquitos, seis, siete, ocho añitos, así nomás los ha dejado mi esposo. Ahora ya son grandes, hacen la casa cuando no estoy ahí, me apoyan.

Apurímac es una de las regiones del país que recibe más recursos de la minería

“En las zonas rurales hay un mayor porcentaje de trabajo no remunerado y de crianzas múltiples. Las mujeres no solo se dedican a los hijos o a las parejas, sino también crían animales, que sirven para la seguridad alimentaria. Por otro lado, está el trabajo en las huertas o las chacras”, explica Karina Bueno Dueñas, responsable de la Unidad de Género y acompañamiento de las organizaciones sociales de la Asociación Pro Derechos Humanos (Aprodeh), que trabaja en Apurímac.

En sus visitas a las distintas comunidades de la región, Bueno Dueñas ha identificado que las mujeres tienen como principal actividad remunerada la venta de los productos que cultivan. En menor medida, también se dedican a vender artesanías o trabajar en instituciones públicas, como wawa wasis, que en quechua significa “guardería”, y pertenecen al programa Cuna Más, del Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social (Midis) . “Pero la mayor parte de esos ingresos son destinados al bienestar de la familia —aclara—, no a su capacitación o bienestar personal”.

Apurímac, donde viven Luciana Aguilar Aquino, Victoria Huilca Mio y también Karina Bueno Dueñas, es la séptima región que recibe más ganancias del canon, regalías y derecho de vigencia de la minería: S/ 386’632.445 hasta noviembre de 2021. En esta región del sur funciona, desde 2016, la Unidad Minera Las Bambas, cuya presencia ha generado una serie de conflictos sociales.

Apurímac mujeres

Apurímac es la región con más alto índice de violencia contra la mujer. Por otro lado, las mujeres rurales tienen escaso acceso al trabajo remunerado.

0%
de mujeres en Apurímac ha sufrido algún tipo de violencia.
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de mujeres rurales jóvenes tienen un empleo remunerado.
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de los productores agrícolas de Perú son mujeres.

Sin embargo, esa bonanza no se refleja en gran parte de sus hogares. También se trata de una de las regiones con más altos índices de pobreza monetaria del país. En 2020, más de un tercio de su población (35,5%) vivía en dicha situación. Además, es una de las regiones con más altos índices de violencia contra la mujer de todo el país (72,8% de mujeres señala haber recibido algún tipo de violencia).

La realidad de las mujeres de las zonas rurales es precaria y vulnerable. En el estudio “Trayecto de las mujeres jóvenes en el Perú rural”, realizado en 2019 por el IEP, se identificó que las mujeres jóvenes de estas zonas (15 a 29 años) tienen una tasa de actividad laboral del 24,6%. Quienes no son parte de la población económicamente activa (PEA) se dedican sobre todo a estudiar y proveer cuidados. “El cuidado en áreas rurales todavía parece ser percibido como una actividad femenina con una participación casi nula de los varones”, señala la investigación.

Hace una década, el último Censo Nacional Agropecuario estimaba que el 30,8% de los productores agropecuarios eran mujeres. Al respecto, Giovanna Vásquez Luque, directora de la Dirección de Promoción de la Mujer Productora Agraria del Ministerio de Desarrollo Agrario y Riego (Midagri) afirma que “las mujeres de zonas rurales tienen un rol esencial en la seguridad alimentaria de todos nosotros. Me refiero —remarca— a que alimentan a las personas que estamos en las ciudades”.

Con el poco dinero que gana vendiendo sus frutas y verduras, Victoria Huilca quiere renovar su fitotoldo. Dice que el suyo ya tiene casi el tiempo que su marido lleva muerto. Además, la tierra necesita descanso. A ella también le hace falta, pero no reclama demasiado. Cree que su rol como madre es proveer con todo lo que pueda a sus hijos.

―Yo estoy sin pareja ocho años, no sé nada cómo vivirán otras personas. Mis hijos me ayudan, pero no es como tu pareja ―dice mientras ordena un poco su cocina.

Mujeres jóvenes de zonas rurales

Las mujeres jóvenes de zonas rurales que no pertenecen a la población económicamente activa (PEA) se dedican, principalmente, a las labores de cuidados y a estudiar.

Alimentar a los cuyes

Alimentar a los cuyes, llevar a pastear a los animales o administrar los pequeños huertos familiares son algunas de las labores a las que se dedican las mujeres de Cotabambas, en Apurímac.

Challhuahuacho

Las verduras, las frutas y los animales que cultivan y crían son para la canasta familiar, pero también para la venta en distritos cercanos, como Challhuahuacho.

Los cuidados no son de las mujeres


Naida Huamaní Peña está preparando un timpu por el Día de los Compadres, una celebración de los carnavales apurimeños. Parada frente a su cocina de barro, destapa la olla y echa al caldo de cordero, que burbujea en pleno hervor, algunas hojas de acelga que uno de sus dos hijos ha ido a traer de la huerta familiar. Antes les ordenó a ambos recoger la ropa para que la lluvia no la moje. Los niños bajaron de los cordeles solo una parte y luego corrieron a seguir jugando.

―Cuando les mando algo, más que todo se miran entre hermanos, me dicen “por qué yo nomás hago, por qué no hace él” ―cuenta desde Huaruma, otra de las comunidades de Cotabamba, la madre de 33 años, quien está embarazada de ocho meses.

Naida Huamaní Peña cuenta que, cuando fue dirigente comunal, recibió rechazo de los varones.

Su barriga cada vez más grande le impide hacer algunas tareas de la casa. También los mareos y las náuseas. Por eso, en los últimos tiempos Naida se dedica sobre todo a la cocina, su huerta y sus cuyes.

―Mis hijos sí ayudan, depende de la familia. Tenemos que enseñar desde chiquitos y [ellos] comienzan a hacer ―dice la mujer―. Pero hay algunas mamás que no practican sus cosas y los niños no hacen.

Ella ha intentado revertir la división sexual del trabajo (los hombres a la calle, las mujeres a la casa), al menos en su familia. Fuera de esta, se topa con varias resistencias. Cuando ha ocupado cargos de liderazgo o dirigencia en su comunidad, en los programas sociales de alimentación como el Vaso de Leche o Cuna Más, se ha encontrado con el rechazo de varios hombres. Dice que la ignoran, que no marcan su asistencia cuando acude a las asambleas comunales. Les extraña ver a una mujer intentando tomar decisiones en público.

Gráfico 1

Leda Pérez, investigadora de la Universidad del Pacífico, especializada en derechos laborales y sociales, género, raza y clase social, insiste en que el rol de la mujer como principal encargada de las labores del hogar y de los cuidados está normalizado en Perú y otros lugares del mundo. Pero esta no es una función innata, ni una vocación primordial de las mujeres.

“Nosotras no nacimos en la cocina. Históricamente, las mujeres han sido colocadas en la esfera doméstica”, dice Leda Pérez. La especialista explica que, en determinado punto de la historia, la división del trabajo se valoró según lo que se hace dentro y fuera de la esfera doméstica. Lo productivo se convirtió en aquello que estaba fuera de la casa y estaba hecho por los hombres. Lo no productivo quedó dentro del hogar y era realizado por las mujeres.

Gráfico 2

Sin embargo, los trabajos de cuidado no remunerados que hacen las mujeres de 15 años o más en todo el mundo generan un valor económico de USD 10,8 billones al año, según cálculos de Oxfam. Esta cifra triplica lo que genera la industria tecnológica en el mismo periodo. En otras palabras, el trabajo de las mujeres encargándose de sus niños u otras personas en la casa es altamente valioso, incluso en términos económicos.

“Todos vamos a ser recipientes de cuidados o dadores de cuidados en determinado momento. Es una función evidentemente importante para que podamos vivir plenamente”, dice Leda Pérez. “Algo tan básico para el bienestar social, la organización social, el desarrollo no es posible que sea el trabajo de solo un sector de la población, las mujeres”.

Los trabajos no remunerados de las mujeres generan un valor económico de USD 10,8 billones al año, según Oxfam.

Por su parte, Angélica Motta, coordinadora de la maestría de Género de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y asociada de la institución feminista Transformar, piensa que debe existir una división más justa de estas labores, dentro y fuera de las familias. “Tiene que ser un trabajo que se distribuya entre distintos actores sociales, en el interior de familias entre hombres y mujeres de forma más equitativa”, dice la especialista. “Pero también entre familias, la comunidad, el estado y el sector privado”.

Zenobia Huamaní Quispe

Zenobia Huamaní Quispe

32 años
Comunidad Apumarca (Cotabambas, Apurímac)

“Como mujer se necesita bastante energía para cocinar, ir al campo, estar con tus hijos. Es muy difícil estar en la chacra. Acabo cansada”.


Zunia Rimache Mendoza

Zunia Rimache Mendoza

38 años
Comunidad Apumarca (Cotabambas, Apurímac)

“Acá uno a veces se cansa, porque tienes que hacer más cosas en la chacra. Pero la vida es tranquila”.


Virginia Pinares Veluz

Virginia Pinares Veluz

59 años
Comunidad Ccocha (Haquira, Apurímac)

“Hago la agricultura para sostener y alimentar a mi familia, y educar a mis hijos. Hago pan ecológico en Haquira. Para todo eso tenemos que programarnos”.


Naida Huamaní Peña

Naida Huamaní Peña

33 años
Comunidad Huaruma (Cotabambas, Apurímac)

“Acá en el campo es más trabajo para las mujeres. Trabajamos y no tenemos pago. Las mujeres están todo el día sin descansar”.


Luciana Aguilar Aquino

Luciana Aguilar Aquino

41 años
Comunidad Yuricancha (Cotabambas, Apurímac)

“En el campo nosotros trabajamos hombres y mujeres iguales. Trabajamos en la chacra y a la vez en el hogar. Es un trabajo duro”.


Hacia un sistema nacional de cuidados


Zenobia Huamaní Quispe ―32 años, ojos rasgados, vestida con pollera y sombrero― dice que no podría vivir en una ciudad como Lima. Una vez estuvo de visita, por unos tres meses, pero le pareció un lugar feo. Ella prefiere Apumarca, su comunidad en Cotabambas. Además, en la capital cree que no podría cuidar bien de sus tres hijos. Tendría que salir a trabajar y no habría con quién dejarlos.

En Apumarca pueden comer el maíz, el trigo, las habas, las arvejas que cultiva. Si les provoca tienen a disposición tunas o tumbos, una fruta del Ande, cítrica y ácida, como el maracuyá. En Lima sería muy difícil sembrar esas delicias, tendría que comprarlas.

Personas de zonas rurales

Las personas de zonas rurales, a diferencia de quienes viven en áreas urbanas, han sentido menos sobrecarga en sus labores domésticas y de cuidado, a raíz de la pandemia. Esto es porque, normalmente, realizan más de esas tareas.

Cotabambas

Cotabambas es una de las provincias de Apurímac en donde funciona Las Bambas, una mina de cobre.

Mujeres

Casi todas las mujeres entrevistadas por OjoPúblico aseguraron recibir apoyo de sus hijos y/o parejas para realizar las labores domésticas. Sin embargo, reconocieron ser las principales encargadas.

Mientras Zenobia habla, Rubí, la más pequeña de sus hijas, camina por la cocina, al lado de los cuyes blancos, marrones, grises. Huamaní Quispe, la mira, la carga por momentos. La mujer ya no quiere tener más hijos.

―Difícil es criar ―dice.

Zenobia Huamaní Peña conoce Lima, pero dice que no podría vivir en la capital. Ella prefiere su comunidad Apumarca, en Cotabambas.

Su familia es beneficiaria de programas estatales que le dan algo de soporte en esa crianza. Juntos, que funciona como transferencias monetarias condicionadas, y Cuna Más, que brinda atención a niños hasta los tres años. Gracias al primero y los trabajos ocasionales que hace su marido, logran reunir unos S/400 al mes para sobrevivir.

Cotabambas

En Cotabambas hay mujeres que atienden pequeñas bodegas. En la imagen, Zunia Rimache Mendoza, dueña de una tienda en Apumarca.

Cocinas cotabambinas

En varias cocinas cotabambinas todavía se prende la leña en horno de barro. Las mujeres cocinan con los tubérculos de la zona: papa, olluco, mashua.

segar el pasto

Ir segar el pasto para los cuyes es una de las actividades que realizan las mujeres de Cotabambas.

Juntos y Cuna Más pertenecen al Midis y están dirigidos a personas en pobreza y pobreza extrema. Si bien estos podrían ser considerados dentro de una estrategia para un sistema nacional de cuidados en Perú, todavía ―advierten ciertos especialistas― hay mucho por afinar.

La antropóloga Angélica Motta, cree que ambos programas tienen una importante falencia: no se aplican con un enfoque de género. “Cuando recién se creó lo que ahora se llama Cuna Más, estaba bajo el mandato del Mimp. Por lo tanto surgió no solo con el mandato de que los niños y niñas tengan un lugar donde ser cuidados, sino también para darles a las mujeres una posibilidad de autonomía y se dediquen a labores remuneradas”.

La clave, para Angélica Motta, es que los programas estatales pongan atención en la persona cuidada y en la cuidadora.

La clave, para la especialista, está en que las iniciativas estatales no solo pongan el foco en la persona cuidada, sino también en la cuidadora. Algo que Juntos y Cuna Más no aplican.

“Es importante que el Mimp recupere su rectoría de políticas de cuidados, y que estas cambien a un horizonte de universalidad y enfoque de género. Estas políticas deben salir de la focalización de pobreza y extrema pobreza, aunque estás necesitan especial atención, porque el cuidado es algo que necesitamos todas, todos y todes”, dice.

Virgina Pinares Veluz

Con el trigo que cultivan elaboran su propia harina. En este caso, Virgina Pinares Veluz, prepara panes ecológicos con sus ingredientes.

Las tunas y los tumbos

Las tunas y los tumbos son frutas de la zona. En la imagen, Zenobia Huamaní Peña observa su sembrío de tunas naranjas y blancas.

Cotabambas

Cotabambas queda a casi 4.000 metros de altura. En temporada de lluvias es muy difícil, o inclusive imposible, llegar a algunas de sus comunidades

En Perú, los funcionarios de este ministerio dicen que está en camino la implementación de un sistema nacional de cuidados. “Debemos hacer una adecuación normativa, una construcción de un marco jurídico de lo que es un sistema en un país. Y, por otro lado, tenemos que generar evidencia, para poder tomar decisiones sobre qué vamos a priorizar en el sistema nacional de cuidados. Estos dos temas son las tareas concretas que vamos a desarrollar en 2022”, explica Karina Huaraca Bruno, directora de Promoción y Desarrollo de la Autonomía Económica de las Mujeres del Mimp.

Pero el sistema debe funcionar bajo la premisa de la interculturalidad. “Nuestro sistema debe tener enfoque intercultural. Sobre el segundo semestre del año intentamos tener algún tipo de análisis que nos dé luces sobre este nivel de complejidad”, detalla Huaraca Bruno.

Hornear pan entre mujeres es un trabajo coordinado, silencioso y cómplice.

Hasta que el sistema nacional de cuidados se convierta en una realidad, las mujeres en zonas rurales siguen en una resistencia constante. Virginia Pinares Veluz, lideresa campesina de Cotabambas, dice que ella nunca pensó en dejar el trabajo en sus chacras, ni siquiera en sus años más agitados. Ahora, con 59 años, se dedica por completo a su familia y a sus sembríos de papa, trigo, habas y maíz en Haquira, uno de los distritos de Cotabambas.

―Nunca he pensado dejar mi trabajo en el campo. Si no me dedicara a eso ¿quién me daría algo? ―se pregunta la mujer de trenzas largas y expresión grave.

Mientras conversa, prepara casi un millar de panes de trigo para vender, con la ayuda de su hija menor ―en total tiene seis niños― y una de sus nueras. Virginia separa la masa en pequeñas bolas que tira sobre una mesa. La hija las recoge y las enrolla para alargarlas. La nuera recibe los rollos y los aplasta hasta convertirlos en pequeñas tortillas.

Es un trabajo coordinado, silencioso y cómplice, una especie de metáfora de lo que muchas mujeres hacen en los hogares, sin recibir paga, desde hace siglos. A unos metros, en el patio de la casa, el horno está calentando, como una boca caliente y hambrienta, esperando para hornear las piezas de pan.