FRÁGIL. Una madre sostiene en sus brazos a su hija de un año de edad quien sufre de anemia por deficiencia leve.

El persistente flagelo de la anemia en los niños asháninkas

El persistente flagelo de la anemia en los niños asháninkas

FRÁGIL. Una madre sostiene en sus brazos a su hija de un año de edad quien sufre de anemia por deficiencia leve.

Foto: Gerardo Marín

La pandemia redujo las atenciones médicas de control de la anemia en las comunidades indígenas de la Amazonía. Esta es la situación en el distrito de Pangoa, en Junín, en donde los centros de salud priorizan la atención de la Covid-19, carecen de implementos para atender casos de anemia y no cuentan con personal que se comunique en asháninka con la población. Además, las distancias dificultan que los niños accedan al sulfato ferroso para reducir la deficiencia de hierro.

7 Septiembre, 2021

Fotografías: Gerardo Marín

 

Yanet Juamanga* sueña con que algún día su pequeño Aroshi, nombre en asháninka que significa “ser inmortal”, sea el líder de su comunidad Tres Unidos de Matereni, en el distrito de Pangoa, Junín. Pero, en la tercera semana de junio, a través de un diagnóstico médico, supo que algo no andaba bien con su hijo de un año y dos meses. En una campaña médica le dijeron que la condición de Aroshi era crítica y con peligro de muerte. Tenía anemia severa y desnutrición crónica. 

La anemia es un indicador de desnutrición y mala salud que afecta particularmente a los niños y embarazadas causándoles fatiga, debilidad, mareos. También puede repercutir en el retraso del crecimiento, peso bajo al nacer, sobrepeso u obesidad en la niñez debido a la falta de energía, rendimiento escolar deficiente y reducción de la productividad laboral en los adultos. Las dificultades de acceso y deficiencias en los puestos de salud en las comunidades indígenas, así como las restricciones propias de la pandemia, han reducido las atenciones médicas de control de esta enfermedad en dichas poblaciones.

La Encuesta Demográfica y de Salud Familiar (ENDES) 2020 indica que la anemia en niños menores de entre 6 meses y 3 años alcanza el 40 % en todo el país. Aunque ello significa una ligera disminución en 0,1 puntos porcentuales a diferencia del 2019, en las regiones amazónicas de Madre de Dios, San Martín y Ucayali la anemia se incrementó durante el último año de pandemia. Eso es lo que ocurrió en las comunidades indígenas de Mazaronquiari, Chiquiriari y Alto Chichireni, ubicadas en el distrito de Pangoa, en la parte central de la Amazonía.

Anemia en indígenas - Gerardo Marin - Setiembre 2021

AMAZONÍA. Las comunidades indígenas de Mazaronquiari, Chiquiriari y Alto Chichireni, en la selva central, enfrentan los casos de anemia en los niños en pandemia.

 

Por ejemplo, en Madre de Dios —donde viven los indígenas harakbut, matsigenka, yine y ese eja— la anemia se incrementó en 3,6 puntos porcentuales y alcanza al 55 % de la población. Se trata  de la cifra más alta desde 2016, donde la enfermedad estaba presente en el 55,6 % de la población infantil. En Ucayali, la anemia afecta al 57,2 % de sus habitantes y en San Martín al 45,4 %.

Según el Plan Nacional para la Reducción de la Anemia Materno Infantil y la Desnutrición Crónica Infantil 2017-2021, el Perú tenía como meta reducir a 23,8 % los índices de anemia en el 2020 y lograr el 19 % para el bicentenario, pero esta meta no se alcanzó. Para conocer qué factores influyeron para no conseguir este objetivo, OjoPúblico solicitó una entrevista con el sector Salud, pero hasta el cierre de esta edición no respondieron.

María Elena Ugaz, oficial de Nutrición y Desarrollo Infantil de Unicef, explicó que las estrategias del sector Salud para la reducción de la anemia (campañas de salud, suplemento en hierro, entre otros) eran aceptadas y aplicadas por las comunidades de manera lenta y no al ritmo deseado como se propuso en el plan, lo que les permitió una reducción de 3 puntos porcentuales del 2018 al 2019. Con la pandemia, la situación se complicó por las limitaciones de acceso a sus territorios y a la suspensión del servicio especializado de control en menores. “Es una incertidumbre. No sabemos si este año la anemia incrementará o se mantendrá la meseta del 40 %”, dijo.

 

 

Reducción de controles por pandemia

 

En el caso de Junín, las cifras muestran una reducción de la anemia en menores de 6 a 35 meses, sin embargo, en las comunidades indígenas de esta región las atenciones para la detección de este mal se redujeron significativamente en la pandemia y aún no se regularizan.  

Gina Palomino Mendoza, coordinadora de la Etapa Vida Niño de la red de salud de San Martín de Pangoa, indicó que la suspensión del servicio de Control de Crecimiento y Desarrollo (CRED) del niño y la niña menor de cinco años se suspendió en su zona de marzo a agosto del año pasado por la cuarentena obligatoria. Este servicio garantiza que los niños crezcan adecuadamente. 

Anemia en indígenas - Gerardo Marin - Setiembre 2021

RECOLECCIÓN. Los padres de niños indígenas con anemia buscan la raíz de la pituca, un tubérculo que aporta hierro y cobre que incentivan la producción de glóbulos rojos.
 

Según Palomino Mendoza, hasta el momento no se abre el área de CRED en el Hospital de Pangoa porque todos los espacios están concentrados en atención de la Covid-19, lo que no permite atender adecuadamente a los menores. Asimismo, dijo que a los establecimientos de salud de la zona les faltan equipos para determinar la cantidad de hemoglobina en la sangre, entre otros implementos. La red de salud de San Martín de Pangoa ha solicitado presupuesto a la Dirección Regional de Salud de Junín para comprar dichos implementos.

Según la información a la que accedió OjoPúblico en las redes de salud de Chanchamayo y Pichanaki, de la región Junín, —territorios donde viven las comunidades indígenas asháninkas, yaneshas, nomatsiguenga y kakinte— las atenciones médicas para la detección de la anemia se han reducido. Solo en Chanchamayo se han atendido a 1.199 menores de tres años durante el 2020, cuando el año anterior la evaluación médica llegó a 3.279 menores. Es decir, hay una disminución del 63 %. En Pichanaki, la brecha es mayor, ya que la atención se redujo en un 74 %. Durante el 2020 solo 1.008 niños fueron evaluados, cuando en el 2019 fueron 3.279.

 

Diferencias culturales 

 

La asháninka Keyla Vivanco (21) es madre de dos niños de 4 y 5 años. Viven en la comunidad Pochotincani, en el distrito de Río Tambo, Junín. El 14 de abril salió con un grupo de mujeres a recolectar caracoles para preparar un caldo concentrado para superar la anemia según su tradición. Las cinco madres caminaron por seis horas hasta que vieron cerca de una quebrada un campamento de foráneos con armas. Se asustaron y huyeron. 

Desde ese día no han vuelto a salir a recolectar caracoles, pese a la necesidad de alimentar con hierro a sus hijos por la anemia que padecen. “Ellas creen que eran terroristas o narcotraficantes, tienen miedo de un ataque y necesitan que el gobierno apruebe la creación de un comité de autodefensa para que pueda vigilar la zona”, según la traducción de asháninka a español para OjoPúblico de Yanet Velazco Castillo.

Los niños de Keyla tuvieron anemia en diferentes periodos de su crecimiento. “Kiteritantsi Irotake pomerentsitapinitachari [la anemia es un problema constante en asháninka]”, dice. No pueden consumir el sulfato ferroso, o también llamado chispitas nutricionales, porque el centro de salud donde le proporcionan este suplemento le queda a más de cuatro horas de distancia en auto. “Está muy lejos y cuesta caro [el traslado]”, refirió Keyla a través de la traductora indígena.

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COMUNIDAD. Una mujer baña a su pequeño, también afectado por la anemia, en medio del centro urbano de Chiquiriari, en Pangoa.

 

En Pochotincani viven 120 asháninkas. La mayoría de los niños tienen anemia o desnutrición crónica, enfermedad que les es difícil superar porque no consumen alimentos altos en hierro. “Si un niño tiene anemia es porque los padres no han logrado asegurar alimentos ricos en nutrientes necesarios para su desarrollo. En la ciudad, estos están en los mercados y en el territorio indígena, en el bosque. No poder desplazarse para la recolección de estos alimentos perjudica la alimentación del menor”, explicó Carol Zavaleta, especialista en salud intercultural.

La investigadora del Programa de Adaptación de la Salud Indígena al Cambio Climático de la Universidad Cayetano Heredia refiere que el gobierno debe ver como un atentado a la seguridad alimentaria de los pueblos la intromisión de las actividades ilegales y la invasión de sus tierras porque no les permite desplazarse libremente y aprovechar los recursos de la naturaleza; como peces, caracoles, lagartos, plantas, entre otros.

El lenguaje es otra de las grandes dificultades para que el personal de salud trate los casos de anemia en territorios indígenas. “No logramos entendernos porque nosotros no hablamos asháninka”, reconoce Gina Palomino de la Red de Salud Pangoa. 

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TRASLADO. Mapa que describe el viaje que realizan los trabajadores del puesto de salud Alto Chichireni para llegar a cuatro comunidades indígenas en Junín.

 

La especialista exhortó al Ministerio de Salud a brindarles capacitaciones en el idioma predominante de la zona, así como sucede en el sector educación, ya que muchas madres no llevan a sus hijos a las postas porque no comprenden el idioma español. No cuentan con presupuesto para contratar traductores en los establecimientos de salud. “Tenemos a algunos indígenas que nos ayudaban y nosotros les dábamos polos, mochilas y lapiceros, pero ahora solicitan un pago por el trabajo. No contamos con ese dinero”, sostuvo.

La barrera cultural es consecuencia de la falta de una política de salud intercultural. El informe La defensa del derecho de los pueblos indígenas amazónicos a una salud intercultural destaca la importancia de que el Estado aplique una política nacional de salud plural y descentralizada, de la cual carece la Ley General de Salud y que ha generado un débil enfoque intercultural en los establecimientos y personal de salud dedicado a la atención de pueblos indígenas.  

Mientras estas condiciones no se superen, lo líderes indígenas asháninkas dicen que no podrán aplicar el proyecto de vida el kametsa asaike, “buen vivir”. Para las comunidades del Río Ene es fundamental tener derecho al territorio y la autodeterminación. Esto incluye vivir comiendo de las diferentes fuentes alimenticias del bosque, ríos y quebradas como peces, caracoles, lagartos, plantas, entre otros. Además, incluye ser atendidos adecuadamente en las postas y centros de salud con medicamentos y medicina tradicional. 

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DISTANCIAS. Las madres asháninkas deben viajar más de cuatro horas por carretera para llevar a sus hijos al centro de salud más cercano a sus comunidades. 

 

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CAPACITACIONES. Representantes de las comunidades indígenas reciben orientaciones para luchar contra la anemia por parte de la Municipalidad Distrital de San Martín de Pangoa.


Según el III Censo de Comunidades Indígenas del 2017 solo el 32 % de 2.703 comunidades indígenas amazónicas tienen acceso a un centro o puesto de salud. La mayoría de estas se concentran en los pueblos shipibo-konibo y awajún con más de 50.000 habitantes cada uno. Mientras la cantidad se reduce al 14.2% en la comunidad asháninka. 

Un informe de la Defensoría del Pueblo indica que solo hay 359 establecimientos de salud para 2.159 comunidades en las regiones Amazonas, Cajamarca, Cusco, Huánuco, Junín, Loreto, Madre de Dios, Pasco, San Martín y Ucayali. Más del 90 % de estos son de nivel I-1, que según la categorización del Ministerio de Salud, cuentan con personal técnico: un enfermero, un obstetra y un laboratorista. En los de nivel I-2 se debe contar con un personal médico y técnicos.

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ACCESO. La distancia entre las comunidades indígenas y los puestos de salud dificulta la atención de los menores en las comunidades.
 

El apu Fabián Antúnez, de la Central Asháninka de Río Tambo en Satipo, informó a Ojo Público que un laboratorista, un enfermero técnico y una obstetra del puesto de salud de Poyeni deben abastecerse para atender a cerca de 10 mil habitantes de 172 comunidades de Río Tambo y Río Ene, en Junín. “Este centro de salud atiende a los pueblos kakinte, nomatsiguenga y asháninka, por lo que el gobierno debe dotarnos con personal de salud en función a la categoría que tiene cada establecimiento.” dijo.

La distancia entre las comunidades indígenas y los puestos de salud es otra barrera por superar. Vidman Chumpt, extécnico en enfermería del centro de salud de Cubantía que atiende a las comunidades de Alto Chichireni, Mazaronquiari y Chiquiriari, en la región Junín, cuenta que el personal de salud debe caminar entre cuatro a cinco horas para atender las emergencias en estas comunidades. Este esfuerzo se complica aún más en la temporada de lluvias por la creciente de los ríos.

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CONTROL.Una pequeña a punto de pasar por la prueba de tamizaje de hemoglobina en el Hospital de San Martín de Pangoa. 

 

Rafael Molina, sociólogo del Servicio Agropecuario para la Investigación y Promoción Económica, explicó que las dificultades de acceso a los establecimientos de salud también se presentan en Amazonas. En las comunidades awajún y wampís hace falta personal especializado para atender emergencias o enfermedades complejas. Además, destacó la importancia de que el gobierno apueste por la formación de personal de salud indígena que contaría con pertinencia cultural y fácil acceso al territorio para interactuar y ganarse la confianza de los indígenas.

Pese a la situación de los puestos de salud en las comunidades indígenas de Junín, el pequeño Aroshi tuvo suerte. Tras ser diagnosticado de anemia severa y desnutrición crónica, él y su madre fueron trasladados de emergencia al Instituto Nacional de Salud del Niño, en Lima, donde estuvo internado por un mes recibiendo tratamiento nutricional. “Logramos atenderlos a tiempo, pero hay otros tantos casos que no logramos identificar”, refiere con resignación Gina Palomino Mendoza, coordinadora de la Etapa Vida Niño de la Red de Salud Pangoa. Desde que empezó la pandemia, esta experta en atención de niños debe resignarse a ello.

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