Un infierno de mercurio y explotación

Un infierno de mercurio y explotación

Quispicanchis, la provincia más pobre del Cusco, se ha convertido en el principal punto de partida del tráfico de niños que acaban en los centros de la minería ilegal de Madre de Dios. OjoPúblico recorrió la ruta utilizada por las mafias de trata de personas desde que trasladan a los menores de esta región hasta los campamentos de extracción de oro de La Pampa, Mega Once, Delta 1 y Guacamayo.

5 Diciembre, 2014

La llaman La Pampa desde mucho antes de que se convirtiera en el infierno, antes de que el arenal reemplazara a los bosques y los motores y las máquinas destruyeran los árboles que aquí crecían; mucho antes de que la fiebre del oro convirtiera más de 58 mil hectáreas de tierras en un cementerio de árboles bañados en mercurio. Pero los dos niños que ahora sortean en sandalias los enormes hoyos que deja la explotación del metal lo ignoran. Tienen menos de 15 años: el sol del mediodía golpea sus rostros y delata la fragilidad de sus cuerpos. Llevan sobre sus hombros dos baldes vacíos de combustible. No hay viento y el calor agota el oxígeno. Han caminado un largo trecho para llegar aquí: a una hora desde el kilómetro 103 de la Carretera Interoceánica, en la región amazónica de Madre de Dios. Se alejan en silencio. No hablan con nadie: aquí nadie puede hablar con extraños. Al medio día no hay sombras que oculten la devastación.

Los niños no lo dicen, pero el hombre de la moto que nos ha traído hasta aquí lo cuenta. Los adolescentes se dirigen a Mega Once, un campamento de mineros ilegales ubicado en el límite de la Reserva Nacional de Tambopata al que las autoridades no pueden ingresar. De este lugar los reportes de inteligencia de la Policía dicen que alberga a 5.000 personas (entre mineros y comerciantes), decenas de ellos son niños y adolescentes que llegan para ser explotados. Nadie sabe cuántos son y cuántos más llegan durante las vacaciones. Algunos lavan platos, otros, los más grandes lavan las partes de las maquinarias usadas.

El hombre de la moto dice –y luego lo confirma un minero- que muchos de los niños que llegan en verano no reciben un sueldo, sus explotadores los hacen lavar las máquinas para que se queden con el medio gramo de oro que con suerte pueden obtener. La minería los condena y pone en riesgo su vida: ocho de cada 10 personas en Puerto Maldonado tienen niveles de mercurio tres veces más alto del límite permisible.

Y muchos de los adolescentes o jóvenes que llegan a las zonas mineras mueren ahogados en los lamales, esas enormes lagunas de lodo y mercurio. Al final, solo las negras y anónimas cruces de madera colocadas en la cima de los campamentos recuerdan que alguna vez alguien murió allí. Y hay cientos en todos los campamentos de Madre de Dios.

No importa si es de día o es de noche. Los motores nunca dejan de funcionar. De esta región sale el 10% del oro que el Perú exporta a países como Suiza y Estados Unidos.

Mega once es apenas una fotografía de la catástrofe ambiental que deja la fiebre del oro en la selva. Se ubica dentro de la zona conocida como La Pampa, entre los kilómetros 100 y 107 de la margen derecha de la Carretera Interoceánica. Aquí, la minería aluvial está prohibida porque esta área corresponde a la zona de amortiguamiento de la Reserva Nacional Tambopata, pero desde hace más de cinco años se han instalado una decena de campamentos ilegales que cada día amenazan con ingresar a la reserva.

Solo en La Pampa se estima que habría alrededor de 30.700 personas, entre mineros, comerciantes y niños y adolescentes explotados. No importa si es de día o es de noche. Los motores nunca dejan de funcionar. De esta región sale el 10% del oro que el Perú exporta a países como Suiza y Estados Unidos. Pero eso, los niños que llevan los baldes vacíos de combustible, lo ignoran.

 

FALTA DE OPORTUNIDADES

Ignacio –como lo llamaremos- tenía 15 años cuando su padre le dijo que ya era un hombre. No fue en su cumpleaños, en noviembre, sino unos días después. En los Andes ser un hombre es hacerse cargo de su economía. “Ya debes ayudar en la casa”, fue la frase que acompañó el anuncio del padre. Hasta ese momento Ignacio pastaba el ganado de la familia y apoyaba en las labores de la chacra en las alturas de Ocongate, la helada sierra del Cusco.

Recuerda que un día, cuando comenzaron las vacaciones, unos amigos suyos contactados por “un señor” lo animaron a viajar a Puerto Maldonado. “Dijeron que íbamos a trabajar en los campamentos mineros, que nos iban a pagar; se lo comenté a mi papá, me dijo que sí, que vaya, que así juntaba dinero para el colegio”.

Los niños se hacen adultos a la fuerza en los Andes: la rudeza del campo, la pobreza estructural de las familias y la ausencia de oportunidades conforman una compleja y perversa mezcla que pone a los niños y adolescentes en situaciones vulnerables para la trata de personas con fines de explotación laboral y sexual en los campamentos mineros. El 80% de los adolescentes entre 14 y 17 años del Cusco trabaja.

Ocongate es uno de los distritos que pertenece a Quispicanchis, la provincia más pobre del Cusco: el 32% de niños menores de 6 años está desnutrido; el porcentaje crece a 45% entre menores de 6 y 9 años; el 39% de familias no tiene conexión a de agua potable; el 35% no tiene luz. La construcción de la Carretera Interoceánica trajo optimismo a las familias, pero la pobreza no se redujo en los distritos del Cusco que ésta atraviesa.

 

 

A Ignacio y sus cuatro amigos “un señor” los esperó en la plaza central de Ocongate. Pagó sus pasajes hasta Puerto Maldonado y apenas estuvieron allí los envió a una pequeña habitación en la que durmieron juntos. Al día siguiente partieron a un campamento minero. Nunca les dijeron a cuál.

De eso, hace un par de años. “Yo me encargaba de controlar el agua con la que se lavaba el oro… Dormíamos todos juntos en el campamento, en colchones uno al lado del otro”, dice. Ignacio comía mal y no podía salir del campamento sin autorización. Cuando cumplió la quincena, le dijeron que le pagarían a fin de mes, y ese día le dijeron que la siguiente semana. “Me di cuenta de que me habían engañado y regresé a Ocongate”.

Tienen menos de 15 años: el sol del mediodía golpea sus rostros y delata la fragilidad de sus cuerpos. Llevan sobre sus hombros dos baldes vacíos de combustible

Una visita dominical a Ocongate resume el crecimiento por la fiebre del oro en Madre de Dios. Los jóvenes exhiben sus motos Pulsar traídas desde Puerto Maldonado, los bares abren sus puertas a las 10 de la mañana, el comercio se incrementa en la feria, los buses de transporte interprovincial salen y llegan cada hora. Todas las familias en este pueblo tienen una historia de explotación vinculada a la minería aluvial.

“Cuando era chico también fui a Puerto, pero regresé para terminar el colegio. Es duro y triste trabajar allá. Muchos jóvenes se accidentan o mueren ahogados… y las mujeres son llevadas con mentiras a los bares”, dice Aquilino Huanca, dirigente de la ronda campesina de Ocongate.

Aquilino recuerda que tenía 12 años cuando lo llevaron a trabajar en un campamento minero. “Explotan a los más jóvenes, los vuelven viciosos del alcohol, se malogran, se enferman o desaparecen”. El rondero tiene ahora 50 años, el gesto serio y las manos endurecidas por el trabajo en el campo.

Dice que su organización recomienda ahora a los padres que no dejen ir a sus hijos a la selva, pero conoce también los factores sociales y económicos que condenan a muchos de los adolescentes. “Los jóvenes se arriesgan en la minería porque no hay oportunidades en el distrito. Por eso en las vacaciones los chicos se encaprichan con los 1.500 y 2.000 soles que les ofrecen y se van”, dice.

No hay datos oficiales exactos ni actualizados sobre la situación de los menores en los campamentos mineros de Madre de Dios, pero el Informe Mundial sobre la violencia contra los niños y las niñas de Unicef del 2006 ayuda a entender el problema. Según el reporte, alrededor del 20% de las personas que laboran en estas zonas serían niños entre 11 y 18 años de edad. Una realidad que se traduce en el incremento de la deserción escolar en las escuelas públicas: se pasó de 185 casos el 2007 a 303 en el 2009.

En ese camino se encuentran los esfuerzos de la asociación Inti, del Cusco. La organización ha desarrollado proyectos en las provincias de Quispicanchis y Quillabamba, (zonas de riesgo para la trata de personas) que buscan contrarrestar la deserción en los colegios impulsando programas de refuerzo escolar y desarrollo de habilidades sociales en los niños y adolescentes. El modelo de Inti busca comprometer a la familia: desarrollan escuelas de padres como una forma de reforzar los vínculos al interior de las familias.

 

EXPLOTACIÓN SEXUAL

Ccatca es el distrito más alto de la carretera Interoceánica que el viajero encuentra cuando parte de Urcos e inicia el ascenso de esos majestuosos cerros y curvas que los lugareños definen “para pecadores”. Sus casas de barro han sido forjadas en un frío intenso. A este pueblo de 10.000 habitantes y pobreza extrema está a solo cinco horas de la ciudad del Cusco.

También aquí, como en otros pueblos ubicados a lo largo de la vía que nos une con Brasil, el agua potable y el desagüe son proyectos truncos, simples promesas electorales. En esta tierra, donde el viento obliga por momentos a que uno busque protegerse con las paredes, han ocurrido algunas de las historias más complejas y tristes de la trata de niños y adolescentes con fines de explotación en los campamentos mineros de Madre de Dios.

En la noche –y las noches en Ccatca pueden ser completamente oscuras- sacaron a las adolescentes del lugar y las llevaron a un camión. No sabían a dónde iban. Pasaron por un control policial y nadie siquiera intentó verificar quiénes iban dentro. 

J.P. es un campesino de un poblado de las alturas de Ccatca que un domingo de hace tres años llegó con su hija a la feria para comprar algunos productos. Llegaron a la casa de un familiar, muy cerca de la plaza central. Antes del mediodía la hija del campesino fue a comprar un encargo a la tienda.

En el camino una mujer la interceptó y la llevó con engaños a una vivienda lejana. Dentro había otra chica. La adolescente recordaría después que también era menor de edad y que estaba acurrucada, asustada en una esquina. La desconocida la encerró en esa habitación y la retuvo varias horas sin comer.

En la noche –y las noches en Ccatca pueden ser completamente oscuras- sacaron a las adolescentes del lugar y las llevaron a un camión. No sabían a dónde iban. Pasaron por un control policial y nadie siquiera intentó verificar quiénes iban dentro. Al final del trayecto las entregaron a una mujer y después a otra. Volvieron a subirlas a una camioneta y aparecieron de pronto en un lugar lleno de tierra y plásticos, era un campamento minero. Les dijeron que lavarían platos y que les pagarían bien por eso.

En Ocongate, a las pocas horas de su desaparición, el padre de la adolescente iniciaría una búsqueda que solo concluyó varios meses después. Preguntó en la calles, una y otra vez, hasta que dio con el nombre de la persona que con engaños se había llevado a su hija. El padre no se detuvo hasta que descubrió –solo y sin apoyo policial– que su hija había sido llevada a Madre de Dios.

El padre jamás había salido del Cusco, pero su búsqueda y dolor lo llevó fuera, primero hasta Puerto Maldonado y luego a Mazuco (el corazón minero de la región). A diferencia de otros padres que no contaban con imágenes recientes de sus hijas cuando fueron dadas por desaparecidas, él llevaba siempre una foto de su hija tomada hacía poco.

Con esa imagen recorría uno y otro campamento –una búsqueda para la que había tenido que endeudarse– hasta que un día alguien le dijo que ha visto a una muchacha parecida en un campamento denominado San Carlos. Fue a ese lugar, recorrió un local tras otro, se espantó de las condiciones sanitarias de estos lugares. “Por favor, es mi hija y está desaparecida. ¿La ha visto?”.

Era imposible llevar el caso en esa fiscalía. El padre vivía en una comunidad alejada del centro de Ccatca, cómo iba a poder trasladarse hasta allá, con qué dinero.

 

Casi agotado, ingresó a uno de los últimos lugares. La administradora le dijo que no conocía a la adolescente de la foto. La mujer no había acabado de decir su mentira cuando desde el fondo de la cocina se asomó la imagen de una muchacha de aspecto muy delgado. “¿Papá?”, preguntó. El padre dudó un momento, y en seguida corrió a abrazarla. “Era una calavera”, recuerda.

La búsqueda incansable del padre duró casi un año, pero el absurdo camino de la justicia recién comenzaba. Natalia Gibaja, directora de la Asociación Wayra (organización que cuenta con el apoyo de la Compañía de Jesús y que en este tiempo ha brindado apoyo legal a algunas familias víctimas de trata), cuenta que denunciaron el hecho en la fiscalía de Ocongate, a donde pertenece Ccatca.

Dice que el primer problema se presentó con la policía, que investigó el tema como si se tratara de una inducción a la fuga y no como un caso de trata. “En la fiscalía tampoco entendieron el tema y aceptaron así la denuncia, luego dijeron que el tema no era de su jurisdicción porque el hecho se había producido en Madre de Dios y derivaron el caso a la fiscalía de Puerto Maldonado”, explica Gibaja. No fue todo. Esta fiscalía también se desentendió del tema y lo envió a Mazuco.

“Era imposible llevar el caso en esa fiscalía. El padre vivía en una comunidad alejada del centro de Ccatca, cómo iba a poder trasladarse hasta allá, con qué dinero”, dice indignada Natalia Gibaja. Las idas y vueltas de la justicia agotaron la voluntad del padre. Su historia resume los problemas que enfrenten las familias para acceder a la justicia.

El Observatorio de Criminalidad del Ministerio Público señala que entre el 2010 y la primera quincena de enero de 2014 se reportaron 307 casos de trata de personas entre Cusco y Madre de Dios, lo que representan casi el 20% de los casos de todo el país. “El problema es que los fiscales y jueces muchas veces no comprenden el delito de la trata de personas”, explica Claudio Bonatto, abogado de Save The Children, institución que lidera un proyecto que busca fortalecer las capacidades de las autoridades para reducir la explotación laboral y sexual en las zonas mineras.

 

CARRETERA INTEROCEÁNICA: PROMESA ROTA

 

La feria dominical de Ccauri es una explosión de colores. Hombres y mujeres con hijos sobre las espaldas bajan de sus comunidades altoandinas para vender o intercambiar productos. Las mujeres recorren los puestos: los hermosos colores de sus prendas y sombreros quiebran la monotonía de los Andes en enero. Pero lo que uno ve en esta postal dominical no es real: Ccauri es uno de los poblados más pobres que atraviesa la carretera Interoceánica: la desnutrición infantil alcanza aquí el 61% y el analfabetismo afecta a casi el 20% de sus habitantes. El ingreso per cápita familiar promedio en toda la provincia alcanza los 175 soles, pero en Ccauri no supera los 95 soles.

 

Desde su inauguración, el 2010, esta vía que une los puertos peruanos de Tacna y Arequipa con Brasil ha acelerado la migración hacia la selva y optimizado el transporte del oro, pero no ha logrado mejorar la calidad de vida de la población que habita a su vera. De Madre de Dios se extraen aproximadamente 20 toneladas de oro al año, lo que representa casi el 12% de la producción nacional.

Hace dos años el gobierno peruano inició un proceso de formalización minera en Madre de Dios, pero hasta la fecha no se ha logrado reducir la deforestación ni desaparecer las actividades ilegales asociadas a esta actividad, como la trata de personas y la explotación sexual y laboral de niños y adolescentes. En esta región el riesgo de infectarse por VIH es 10 veces mayor al promedio nacional.

Hace dos años el gobierno peruano inició un proceso de formalización minera en Madre de Dios, pero hasta la fecha no se ha logrado reducir la deforestación ni desaparecer las actividades ilegales 

Los adolescentes de los distritos cusqueños más pobres continúan siendo llevados con engaños a estas áreas de explotación minera. Según el funcionario de la municipalidad de Ocongate, René González, el 70% de los escolares que terminan sus estudios secundarios migran fuera de la provincia. La mayoría a la ciudad Cusco, Puerto Maldonado, Quincemil o Mazuco. Las tres últimas son centros mineros.

“Es un tema que nos preocupa porque son los más jóvenes los que se van y quedan muy pocos para apoyar en las faenas comunales. Si los jóvenes quieren seguir estudios superiores deben abandonar su pueblo y viajar a Cusco o Arequipa”, dice el gerente de Desarrollo Social de la Municipalidad de Ocongate.

Los registros de organizaciones no gubernamentales como CHS y Huarayo coinciden en que los distritos de donde proviene la mayor cantidad de víctimas de trata de personas son precisamente los que se encuentran en el Cusco, a lo largo de la carretera Interoceánica. La mayoría de veces hay alguien que capta a los jóvenes en las ferias dominicales o a través de los avisos de empleos en mercados, terminales de bus o calles populosas.

Un cómplice se responsabiliza del transporte, una tercera persona los recibe en Puerto Maldonado o Mazuco y un cuarto miembro de esa mafia los ubica en un campamento.

Los tratantes reclutan a sus víctimas a través de la práctica del “enganche”. Es decir, pagan el traslado y la alimentación de las primeras semanas y luego lo descuentan del sueldo sobrevaluando cada uno de los gastos y creando una deuda que perdurará en el tiempo. Es una práctica de servidumbre por deuda. Un bar puede tener de 3 a 80 mujeres (menores y adultas) trabajando y cuenta con sucursales en diversos campamentos. Al ser todas ilegales, el número exacto de bares que funcionan como prostíbulos es incierto. La policía cree que podrían llegar a una centena.

 

VIOLENCIA FAMILIAR

Urcos es el punto desde donde comienza el ascenso de la Carretera Interoceánica para atravesar luego los Andes camino a la selva. Este pueblo de montañas escarpadas e intensa actividad comercial es la capital de la provincia de Quispicanchis. Aquí, en los años 90 los sacerdotes comenzaron a recibir con más frecuencia las confesiones de mujeres que eran maltratadas por sus parejas. Tres de cada diez mujeres en este lugar no sabe leer ni escribir. Nadie hablaba entonces de violencia familiar. A ninguna autoridad de la zona le importaba el tema en ese momento. Luego comprendieron que no solo había violencia doméstica, sino también agresiones sexuales contra adolescentes. 

 

Son frecuentes las historias de los padres que dicen: “mi hija se ha perdido”. Perderse es desaparecer. “Ellos saben que alguien se las ha llevado para explotarlas en algún lado y a veces son los mismos padres los que permiten que se las lleven, les dicen que ayudarán en la cocina, y otras veces son los mismos adolescentes los que escapan de la violencia de sus hogares”, cuenta Natalia.

Solo entre el 2000 y el 2005 la Red de Defensorías Parroquiales reportó 2.235 denuncias de violencia familiar. A la violencia en el hogar se suma los altos índices de alcoholismo. En su plan de desarrollo, la municipalidad de Quispicanchis lo considera incluso como una de las principales amenazas de la provincia.

En las historias de trata de niños y adolescentes con fines de explotación sexual y laboral siempre hay “alguien” que los capta. Al inicio, los tratantes les dicen que ganaran mucho dinero, a las mujeres les dicen que solo lavarán la ropa, luego las hacen acompañar a los clientes en los bares, después las obligan a beber alcohol y luego las ingresan al circuito de la prostitución.

La Dirección de la Policía de Cusco estima que a lo largo de la Carretera Interoceánica operan alrededor de una docena de organizaciones criminales dedicadas a la trata de personas.

Una de las etapas más difíciles de afrontar para las víctimas de explotación sexual tiene que ver con el regreso a casa, sobre todo porque muchas de ellas han sufrido en su niñez episodios de violencia física o psicológica precisamente en sus hogares. Con frecuencia tienen que afrontar la censura de familiares o vecinos. El Perú, sin embargo, no tiene un centro de atención especializada para víctimas de trata y eso es precisamente lo que un proyecto de Save The Children busca implementar en Madre de Dios.

"Desde el 2007, cuando se promulgó la ley de trata de personas, de los tres ejes de acción que son la prevención, persecución y asistencia a las víctimas, esta última es donde todavía el Estado no ha llegado a cumplir una función definida. Y sin un trabajo articulado las víctimas no van a poder reinsertarse a sus familias y recuperar el autoestima”, dice Claudio Bonatto. El objetivo del proyecto es dejar las bases para la construcción de un centro de atención que devuelva a las víctimas la posibilidad de continuar una vida en común con su familia.

 

EXPLOTADOS SOBRE MERCURIO

 

Los niños que ahora juegan mientras cargan los dos baldes vacíos de combustible camino a Mega Once no lo saben, pero probablemente han escuchado a sus padres o familiares: la violencia y la inseguridad cada vez es mayor en Madre de Dios. Los mineros andan y duermen armados porque hay bandas que van detrás del oro.

Todas las semanas se reportan asaltos y violaciones. La policía calcula que son alrededor de 60 campamentos en Madre de Dios. La federación de mineros estima la mitad. Pero lo que nadie sabe con certeza hasta hoy es la cantidad de niños o niñas explotadas laboral y sexualmente en estos lugares. Las medidas de interdicción y persecución contra la minería ilegal se han incrementado, pero nada parece detener la exportación del oro ilegal hacia Suiza y Estados Unidos. Tampoco la contaminación y el nocivo impacto del mercurio sobre la población.

Cada vez que uno pisa una zona minera experimenta un cosquilleo mental al saber que todo lo que toca y respira lleva mercurio. El arenal que alguna vez fue un bosque verde, brilla y golpea la vista: es el color del desierto. Alrededor se oye el traqueteo de motores. La destrucción se ve, se escucha y se siente, pero no huele. Los campamentos mineros no huelen a nada porque allí todo está muerto. Ni siquiera hay moscas.

Pero en nada de eso parece perturbar a los niños que llevan los dos baldes vacíos de combustible. La destrucción es violentamente cotidiana: todos los días deben hacer el mismo recorrido desde la carretera, comer y dormir en esos espacios de plásticos amarrados a palos que simulan paredes, colchones hacinados, cuartos-cocina-comedor, todo levantado provisionalmente (porque cuando terminen de remover la tierra aquí, partirán a otro lugar). Todos los días, ambos niños, pasan por un costado de una tumba de cemento sin pintar. Es la tumba de un minero asesinado más. 

 

Este reportaje fue publicado y desarrollado con el apoyo de Save The Children.

Fotografías: Leslie Searles

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